• Capítulo 34. No toques lo que no debes tocar

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1312 palabras

Omar sostenía a la hija del duque mientras azuzaba a su caballo para que siguiese caminando. No podía arriesgarse a perderla y no sabía de lo que era capaz aquella chica. Antes de permitir que escapase o sufriese un accidente, se aseguraría de tenerla controlada. Atravesaron el bosque y salieron de nuevo a campo abierto.

Su corazón palpitó con fuerza cuando vio a lo lejos un grupo de jinetes que avanzaban hacia ellos a gran velocidad. Fue cuando estuvieron lo suficientemente cerca que comenzó a frenar a su caballo.

-¿Quiénes son? – preguntó Dafne preocupada al darse cuenta de que aquellas personas no parecían soldados de Alamár - ¿Bandidos?

-¡Omar! – el grito de Násser le erizó la piel. Estaba realmente molesto. Llegaron al lugar donde estaba y se pararon frente a él. Násser entrecerró los ojos - ¿Dónde está?

-Se ha quedado atrás – confesó.

-¿Cómo dices? – Omar se temía lo peor. Násser era su amigo de la infancia, pero había desobedecido sus órdenes y había puesto en peligro a Cristina.

-Salió de allí con la hija del duque, pero después volvió para hacer algo. No pude detenerla – El rostro de Násser se ensombreció y miró a la joven que montaba delante de Omar.

-Lleváosla a la base y atadla – ordenó – Que no se le ocurra huir.

- ¿Quiénes son estos hombres? ¿Quién eres realmente? – Le preguntó a Omar - ¿Sois asesinos contratados por la reina?

-Cristina ya no es la reina – confesó el joven – es una de nosotros.

Dafne abrió los ojos de asombro y se preguntó qué diantres había ocurrido mientras ella estaba encerrada allí dentro.

-Násser – Yasha adelantó un poco a su caballo – tenemos una misión que cumplir. Ya hemos perdido dos días de viaje por culpa de su insubordinación. Es un colegio lleno de niñas, no le pasará nada.

-Cierra la boca – Násser estaba molesto y centró su mirada en Omar – Contigo hablaré cuando vuelva. Volved todos. Iré con unas horas de retraso.

Salió al galope de nuevo, dejando a sus hombres un poco confundidos, algunos molestos.

* * *

Cristina sintió el dolor punzante de la piel abriéndose mientras el señor Flitch deslizaba el cuchillo por su brazo.

Las jóvenes que observaban la escena estaban aterradas, e incluso los hombres que la sujetaban parecían incómodos.

-La insubordinación tiene un precio muy alto – El hombre se giró hacia todas – estáis aquí para aprender unos valores. Debéis de ser sumisas, educadas, tolerantes y serviciales. Si no cumplís con estos requisitos, no podréis integraros en la sociedad.

Posó una mano en la espalda de Cristina y apretó los dedos, provocando que esta soltase un grito de dolor. Los ojos de la joven comenzaban a llenarse de lágrimas al pensar que había resultado ser una auténtica inútil. El dolor le recorría cada palmo de su cuerpo; había recibido latigazos, puñetazos y patadas. Estaba cansada y abrumada por la situación.

-Cristina servirá de ejemplo para que ninguna de vosotras vuelva a pensar si quiera en quejarse.

El hombre que estaba al lado de Cristina se cayó al suelo, llevándosela consigo. El señor Flitch se giró hacia ellos, sin saber qué había pasado y sorprendiéndose al ver al hombre revolverse entre gritos de dolor.

Cuando se giró, todos los que estaban cerca vieron la daga clavada en su espalda. Cristina la reconoció y un rayo de esperanza cruzó por su mente.

-Siento interrumpir, pero esa chica me pertenece – Násser caminó hacia el lugar, haciendo que todos los presentes se asustasen. El hombre que estaba junto al señor Flitch se presentó frente a Násser, armado.

-¿Sabe usted que ha herido a un hombre de la ley? – el joven sonrió e hizo una mueca.

-¿Sabéis vosotros que habéis tocado algo que no podéis tocar? – le hizo una llave demasiado rápida que lanzó al hombre al suelo, aturdiéndolo. El hombre uniformado que aún sujetaba a Cristina, la levantó del suelo y retrocedió un par de pasos con ella, dejando que el Señor Flitch manejase la situación.

-No sé quién es usted, pero esto es una institución privada – se puso frente a Násser y Cristina observó la tensión. Incluso las maestras y superiores estaban nerviosas, por no hablar de las alumnas.

-He venido a recuperar lo que me pertenece – señaló a Cristina y en ese momento cruzaron una mirada. Ella apreció la perturbación de Násser al verla de ese modo, pero su mirada fue sustituida por una de enfado al instante.

-Ella es una de mis alumnas y ha cometido un crimen muy grave. Las autoridades están aquí para corroborarlo. Le recomiendo que se vaya antes de armar más escándalo y meterse en problemas – Násser recogió con parsimonia la daga que estaba en el cuerpo del hombre dolorido, provocando un grito por parte de este.

-Cristina, creo que podrás liberarte tú sola – comentó sin mirarla y volvió a dirigirse al señor Flitch – Me has resultado demasiado molesto.

La joven esposada vio que el rostro de Násser se volvía frío y duro. Estaba realmente enfadado. Fue en ese momento que decidió actuar, empujando con toda su fuerza y peso al hombre que aún la tenía sujeta por un brazo y tirándose encima de él.

El hombre tenía fuerza y cristina tenía las manos atadas, lo que le dificultó los movimientos. Pero consiguió darle un rodillazo en la entrepierna y, aprovechando que estaba sobre él, cogió su espada y se la colocó en el cuello.

-No te muevas – le advirtió. Las chicas comenzaron a moverse nerviosas, hablando entre ellas, elevando cada vez más la voz - ¿¡A qué esperáis!? – Gritó Cristina - ¡Salid de aquí!

Y como si fuese un huracán, el grito de Cristina fue suficiente para empujar a todas aquellas chicas a salir del lugar, gritando y corriendo. Esa vez, incluso las mujeres de alto rango se unieron a ellas. La situación se estaba complicando demasiado.

El señor Flitch se molestó sobre manera, y con rabia arremetió contra Cristina, aunque no lo suficientemente rápido como para evitar que Násser la cogiese y tirase de ella, apartándola de la trayectoria.

El arma se proyectó contra el hombre que estaba en el suelo, clavándose en su pecho. Násser abrazó a Cristina, evitando que viese aquello y ella cerró los ojos con fuerza: no quería ver otra muerte más.

-Coge las llaves y libérate – le susurró Násser en el oído antes de soltarla y arremeter contra el señor Flitch. El hombre no duró mucho y acabó tirado en el suelo, con la espada que Násser empuñaba apoyada sobre su garganta.

Cristina estaba liberada y observó al hombre con detenimiento. Násser no le había matado y fue consciente de que, desde el momento en el que apareció, se limitó a herirles y noquearles. Los ojos de Cristina se llenaron de lágrimas al ser consciente de que había hecho eso por ella,  y que incluso en ese momento se estaba controlando.

La mano de Násser temblaba levemente de rabia, pero usaba toda su fuerza de voluntad para no matar al hombre que tenía frente a él.

Cristina quería irse de allí. Quería salir del lugar y alejarse de ese hombre lo antes posible, pero sabía que no podía hacerlo. De nuevo se encontraba entre la espada y la pared; si ese hombre vivía, la institución seguiría siendo un infierno para cientos de jóvenes.

Recordó entonces a Beth, y a la joven que había sido arrastrada hasta él. Y tomó su decisión.

-Násser – dijo conteniendo el llanto – mátalo.

El chico no desvió su mirada cuando respondió a la joven.

-Si eso es lo que quieres, no esperaré a que me lo digas de nuevo – y aunque ella no lo vio, sus ojos parecieron arder.

La joven giró la cabeza y cerró los ojos, tan solo escuchó un grito ahogado y la espada cayendo al suelo. Sintió como Násser pasaba un brazo por sus hombros y después la cargaba, saliendo de allí.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora