• Capítulo 12. El fraude

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  • Dedicado a loutrengen
                                    

3817 palabras

A la mañana siguiente, la reina se encontraba desayunando, más inquieta que de costumbre. Si no hubiese estado sola, probablemente su comportamiento habría sido juzgado por más de una señorita.

Las gotas de lluvia chocando contra los cristales acompañaban su estado de humor, y suspiró notablemente mientras se preguntaba cómo era posible que hubiese terminado en aquella situación. Estaba aprendiendo que la vida era caprichosa, y a veces no existen opciones de escape. Debería haber sido consciente de ello en el momento en el que aceptó aquella unión.

Debía darse prisa en tomar una decisión, pues el salón no tardaría en llenarse de personas cuyas preocupaciones más importantes eran sentarse cerca de la reina para poder sacar algún detalle importante que les permitiese tener un tema del que hablar el resto de la semana.

Con la imagen de su hermana en mente, sacó el saquito y echó una pequeña cucharadita en su té. Lo cerró con esmero y volvió a escondérselo, asegurándose de que ningún camarero la hubiese podido ver.

No tardó en sentir los efectos.

En menos de una hora, la reina había enfermado sospechosa y gravemente. Fue llevaba a sus aposentos, donde estuvo atendida por varias doncellas. Había comenzado a vomitar incontrolablemente, hasta que no quedó alimento dentro que pudiese desechar. Su rostro se volvió amarillo y sufrió temblores que le impidieron moverse de la cama.

Pronto llamaron al médico real, que no supo decir con claridad qué le ocurría y le ordenó reposo. Su veredicto no fue muy esperanzador y comenzaron a extenderse los rumores de que la reina no viviría ni un día más. Chlotilde se pasó el día a su lado, llorando desconsolada y cuando su estado se lo permitía, acomodando a la reina. Incluso Cristina temió realmente por su vida, reprochándose a sí misma haber sido tan estúpida.

En un momento de lucidez, donde consiguió fuerzas para hablar, pidió que su hermana fuese llevada al castillo para hacerle compañía. No se lo negaron.

El rey no pasó a verla ni una sola vez.

Cuando anochecía, la mejora de la reina ya comenzaba a notarse. Su hermana había estado a su lado, sin impedir o entorpecer la labor de las doncellas, pero sin alejarse de ella en ningún momento.

-¿No sabes qué te ha dado? – preguntó cuando Cristina ya estaba lo suficientemente recuperada como para sentarse contra el respaldo e ingerir algo de alimento.

-Ya me encuentro mucho mejor – dijo acomodándose en las almohadas.

-Hermana, eso ha sido una insensatez. Es un asesino, podría haberte matado – Cristina sonrió de nuevo. Ser reprendida por Helena era algo a lo que no lograría acostumbrarse.

-He estado pensando y creo que podríamos empezar por James Mccarbiff y Nicholas Brain – añadió la enferma.

-¿Qué?

-Son los hombres de confianza del rey. Creo que traman algo; Están juntos en muchos momentos y se pasan horas dentro del despacho del rey. Si hay alguien que guarde algún secreto o información importante, sin duda son ellos. – Helena asintió, seria.

Al día siguiente, Cristina se encontraba recuperada y su hermana estuvo con ella desde primera hora de la mañana. Se prepararon lo más rápido posible y mandaron a las doncellas que les trajesen el desayuno a la habitación. El día seguía lluvioso, como era característico de Alamár, pero el viento se levantaba fuerte y eso creaba ruidos molestos.

-Debemos pensar nuestro primer movimiento – dijo Helena, dándole un sorbo al chocolate – tal vez podríamos registrar sus habitaciones o sus casas de verano. Si tienen algún plan secreto o malas intenciones, ahí podemos descubrir algo.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora