• Capítulo 26. Mugiwa

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2191 palabras

Hubo bastante movimiento cuando llegaron y Cristina se dio cuenta del ánimo decaído que tenían todos. Las personas que les habían recibido buscaban con la mirada de desesperación a sus familiares y amigos que habían partido hacía meses en aquella misión. Los que volvían, con el alma destrozada, solo podían disculparse y llorar por aquellos que no habían vuelto.

Fue Násser, general y principal responsable de aquel viaje, quien había tenido que ir a explicar al mandato todo lo que había ocurrido, por lo que, hasta que volviese, tanto Cristina como los demás tenían que esperar.

Una mujer se acercó a la joven, que miraba a su alrededor analizando las reacciones de los demás.

-Eh, tú – saludó, sorprendiéndola – Dicen que mataste al rey de Alamár, ¿es cierto?

Cristina la observó con detenimiento, todo en ella rebosaba confianza y seguridad.

-Sí, pero no fue a propósito – repitió el argumento que se había estado repitiendo a ella misma durante las últimas semanas.

La mujer se rio y le ofreció la mano, que Cristina observó sin comprender. El gesto de saludo fue retirado al poco.

-Mi nombre es Yasha. Bienvenida a Mugiwa – sonrió y Cristina hizo un gesto con la cabeza mientras agradecía. Un chico joven apareció en ese momento.

-Hola, ¿es cierto que mataste a tu propio marido?

-Dice que fue sin querer – respondió Yasha por ella.

-Yo no soy una asesina – siseó Cristina, cansándose de la situación.

-No estoy muy seguro pero, ¿eres una rehén? ¿O vas a unirte a nosotros?

-No soy una rehén - se defendió.

-Eso es lo que una rehén diría – sonrió el joven – de hecho, tienes pinta de rehén.

Cristina abrió los ojos, sorprendida por la familiaridad con la que hablaba aquel desconocido.

-¿Si fuese una rehén, no debería estar atada o algo por el estilo? - el chico sonrió aún más.

-¿Deberíamos atarte?

-¿Quieres intentarlo? - Yasha levantó un brazo, divertida. Iba a hablar cuando Násser apareció entre ellos, silenciándoles al instante. Ambos apartaron la vista de Cristina y se alejaron, dejándoles solos.

-Ven conmigo, te llevaré a una habitación para que puedas descansar.

Ella asintió y tras él, se introdujo en el interior de la enorme fortaleza.

No era tan oscuro como se esperaba de un lugar tan grande como aquel; estaba lleno de lámparas y candelabros de pie que daban luz a todo el lugar. Unas enormes escaleras principales eran las que conectaban los varios pisos llenos de habitaciones.

Násser señaló a la izquierda.

-En ese pasillo hay seis salones de comidas, siendo uno de ellos el salón principal, mucho más grande. Por ese pasillo de ahí puedes bajar a las cocinas y a la zona de confección – señaló a la derecha – Por ahí encontrarás la biblioteca, sala de reuniones, sala de música y danza, pintura y varias zonas dedicadas al ocio.

Ella miraba todo asombrada.

-En cada piso hay un cuarto de letrinas, pero los baños se encuentran en la zona trasera de la fortaleza.

-¿Baños? – él la miró.

-Baños para bañarte, asearte – le explicó. Cristina abrió los ojos con fuerza.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora