• Capítulo 41. De viaje

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2086 palabras

Su vida desde que se fue nombrada reina había sido una batalla continua por sobrevivir. Su intento por salvar a los rehenes de Bendér había sido un fracaso y su situación actual era, por no exagerar, desafortunada.

Viajar sin comodidades era algo difícil, pero viajar con su hermana era una misión casi imposible. La joven no estaba acostumbrada a caminar, por lo que avanzaban muy lentamente. Cristina era la encargada de conseguir comida, pues la que habían traído de provisiones solo les había durado unos pocos días. Por las noches hacía frío y Helena lloraba, temblando, mientras su hermana mayor intentaba consolarla y arroparla como podía. Solo habían encendido fuego en días de niebla espesa, para que el humo no fuese visible, y habían podido cocinar algo de carne a la par que calentarse.

Cuando entraron en tierras de Alamár, la cosa se les facilitó un poco, pues ya se encontraban pequeñas poblaciones esparcidas por el territorio, lo que les permitió dormir alguna noche en alguna posada y comer algo decente y caliente. Ambas habían perdido bastante peso, por lo que intentaron recuperar energías comiendo, aseándose y durmiendo.

Helena mejoró su humor, pero Cristina se preocupó más. Había ideado la estratagema de los caballos para que todos en Mugiwa pensasen que se había escapado y el traidor enviase hombres a buscarlas. De ahí la razón de que volviesen y saliesen más tarde, pues era mucho más fácil y seguro viajar detrás de los hombres que las buscaban. Pero no estaba segura de si los guerreros habrían dado la vuelta o, tal vez, descubierto su plan. Por eso, ahora que se exponían, podría resultar mucho más fácil encontrarlas.

-Mañana tendremos que caminar muchas horas – comentó a Helena, que estaba ya metida en el camastro y tapada hasta la cabeza.

-Quiero llegar ya a Alamár – Cristina se giró hacia ella y sonrió levemente.

-Yo también – Se terminó de quitar la ropa y se aseguró de que las puertas estaban bien atrancadas. No tenía fe de que una cerradura pudiera evitar que aquellos asesinos entrasen, por lo que había colocado sillas o palancas para evitar que la puerta pudiese abrirse desde el otro lado.

Se tumbó en la cama y se recordó a sí misma que deberían de cambiar sus atuendos. Viajar por Alamár con aquellas ropas no era buena idea. Miró a su hermana pequeña, quien apenas se movía y suspiró.

Deseaba que Násser fuese a buscarlas lo antes posible.

Tardaron dos días en encontrar un pueblo lo suficientemente grande como para que hubiese una tienda donde comprar ropa; y cuando llegaron, Helena se mostró entusiasmada.

Cristina decidió comprar dos conjuntos para cada una y, aunque en esa villa no tuviesen una calidad muy buena, escogió los vestidos más caros que tenía.

Después buscó un coche, para reservar dos plazas que las llevasen a su siguiente destino, aunque el único transporte que encontró saldría temprano a la mañana siguiente, por lo que tuvieron que hacer noche en una posada. Y la única que tenía habitaciones libres, no tenía muy buen aspecto.

Pero como las dos mujeres ya habían dormido a la intemperie y en malas condiciones durante mucho tiempo, aquello no era algo que les provocase dolor de cabeza.

Aunque en ocasiones las apariencias son más acertadas de lo que uno cree y esto lo descubrieron cuando, tras la cena, tuvieron un incidente en el propio comedor de la posada.

Habían cenado solas. Aunque no era algo de lo que extrañarse viendo el lugar en el que estaban y al precio que habían pagado. Ambas observaron el extraño caldo que tenían en el plato, cuyos ingredientes decidieron no averiguar. Y para sorpresa de Cristina, Helena fue la primera en probarlo.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora