3975 palabras
Al día siguiente, temprano en la mañana, Chlotilde ya tenía preparado todo el equipaje de la reina y esta se encontraba en las puertas de palacio, junto con el resto de invitados, esperando al rey.
Nicholas Brain ya había vuelto de su viaje y les acompañaría, junto con otros invitados.
Algunas mujeres se reunían en torno a Cristina, hablando con respeto, pero perdiendo los modales; se creían importantes porque vivían la mayor parte del año en el castillo del rey, lo que les hacía automáticamente parte de la realeza. O al menos, así se definían ellas.
Cristina colocó su sombrero y se preparó mentalmente para el largo viaje. Cuando el rey salió por la puerta, todos, incluída ella, hicieron una reverencia.
Cristina viajaría con una mujer joven y con Cassandra. Irían al ducado de Albany, lugar donde se encontraba la residencia de James Mccarbiff, el general de defensa del palacio. También poseía el título de Duque y como tal, tenía grandes territorios que gestionaba personalmente y de manera independiente.
-¿Creen ustedes que será tan grande como dicen? - preguntó Manuella, la más joven.
-Creo que será verdaderamente majestuoso – respondió Cassandra - ¿Qué cree usted, alteza?
Cristina sonrió.
-Siendo la máxima autoridad en los temas relacionados con la defensa del palacio y sus soldados, creo que tendrá un territorio extenso. Medios no le faltan.
-Seguramente vayamos de caza algún día – continuó Manuella – también he oído que tiene un lago propio y pequeñas barcazas.
-Eso sería fantástico – Cristina fingió entusiasmo – nunca he navegado.
-Yo tampoco – rio la otra mujer.
Pararon a medio día en una pradera y los sirvientes les prepararon un picnic: extendieron un toldo para protegerles del viento y un mantel blanco en el suelo, sobre el cual sirvieron un auténtico festín de comida.
Solo el rey y la reina comían en una mesa y sentados en sillas.
-Esto se ve exquisito, majestad – halagó una de las mujeres sentada delante de ellos. Cristina miró la comida y se dio cuenta de que el viaje le estaba dando hambre.
Hablaron del tiempo y de las probabilidades de que les permitiese salir a cazar una vez llegasen a Albany. Las mujeres tan solo se mostraban entusiastas con sus planes y Cristina les seguía la corriente. Cassandra era mayor, pero tanto Manuella como ella eran jóvenes y sus maridos demasiado viejos. Estaba claro que ninguna de las dos se había casado por amor.
Tardaron un día en llegar al territorio de Albany, y cuando lo hicieron, Cristina lo agradeció. El rey y ella tenían habitaciones independientes. Los demás invitados compartirían aposentos con sus respectivos cónyuges.
Todavía quedaban un par de días para la fiesta, por lo que Cristina se dedicó a leer y a pasear junto a sus dos compañeras.
-Observen – dijo una de ellas bajando un poco el libro y observando hacia la espalda de Cristina – la duquesa de Albany.
Cassandra también se giró para observarla. Paseaba junto con otra mujer, a la cual no conocían.
-Dicen que el duque Mccarbiff estaba enamorado de otra mujer que no es su esposa – comenzó a relatar Manuella – era muy hermosa y tenía buen estatus social.
Cristina prestó atención, pues esa historia no la conocía.
>>Esta mujer se llamaba Sarah y ella estaba enamorada de otro hombre. Sus padres, viendo los beneficios de este matrimonio, la empujaron a dejar a su amor para casarse con James.
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La batalla de la realeza I
RomansaEn una sociedad donde las damas son vendidas en matrimonio al mejor postor, nuestra protagonista acaba casada con un hombre egocéntrico que la humilla y la maltrata. Envuelta, sin quererlo y sin buscarlo, en un complot entre reinos, se convierte en...