• Capítulo 40. Descubramos al traidor

138 27 5
                                    

2364 palabras

Esa tarde comieron en el salón todos juntos. Y ese "todos" hace alusión al grupo que últimamente se pasaba casi todo el tiempo junto: Násser, Cristina, Helena, Robert, Omar, María y Cinthya.

En un principio había dudado del éxito de aquel plan, pues Násser no se caracterizaba por ser el mejor conversador, y sus capacidades sociales estaban muy poco desarrolladas. Pero Omar podía suplir las carencias de su amigo en ese ámbito, por lo que la comida resultó ser de lo más entretenida.

-Yo estoy segura de que no podía ser tan malo – comentó María cuando el tema de conversación derivó al estilo de vida de Alamár. Fue Helena quien la contradijo.

-Tenías que pasarte muchas horas en la misma posición; tu espalda debía de estar recta, con las manos apoyadas en el regazo y la cabeza erguida – lo hizo para mostrarle como se hacía y María pronto adquirió esa postura.

-Oh, pero es pura elegancia – Omar sonrió.

-Yo estoy de acuerdo. Nuestras mujeres no pueden compararse a esas hermosas damas delicadas y hermosas.

-¿Olvidas que nosotras también vivimos aquí? – preguntó María, ofendida.

-Claramente no estaba dirigiéndome a usted, mi hermosa señorita – le cogió la mano y le dio un beso en el dorso, a lo que María respondió con una sonrisilla.

Násser miró a Cristina con elocuencia y ella evitó reírse.

-Creo que a ti te gustaría – comentó de nuevo Helena – si tuvieses suerte y pudieses casarte con un joven, apuesto y rico caballero. Podrías tener una mansión enorme, con sirvientes para satisfacer todas tus peticiones, así como dinero suficiente para comprarte todos los vestidos y joyas que desees. Acudirías a todas las fiestas de lujo que quisieras y te regodearías entre las mujeres de alta clase.

-Pero si no tuvieses suerte, te harían casarte con algún viejo – respondió Cristina antes de llevarse la cuchara a la boca.

-Oh – le quitó importancia con la mano – A mí no me importaría casarme con un viejo, si supiese que no le queda mucho de vida. Después tendría los títulos y el dinero, y podría casarme con quien quisiese.

-¿Sabes que aquí también hay hombres apuestos y con dinero? – preguntó Helena.

-Pero aquí los hombres no te tratan tan bien como allí, ni son tan educados. O dime – se giró hacia Cristina - ¿Násser te conquistó con palabras bellas y gestos amables?

Cristina abrió la boca ante el comentario, asombrada. Miró a Násser, quien había dejado el tenedor a medio camino entre el plato y su boca.

Fue Omar quien rompió el momento con una sonora carcajada. Incluso Cinthya intentó disimular la risa.

Poco a poco, el grupo había ido uniéndose, permitiéndoles conocerse mejor entre ellos. Násser dejó de inspirar temor en las jóvenes y estas ya no se sentían incómodas con su presencia.

Cristina agradecía que hiciesen ese esfuerzo, más aún porque sabía que en realidad solo querían mantenerse cerca de ella para vigilarla y evitar que algo malo le pudiese ocurrir.

Cuando terminaron de comer, Násser y Cristina decidieron coger un par de caballos e irse a pasear. Cabalgaron más allá de los cultivos, hasta que la gran fortaleza dejó de verse. Násser buscó el lugar concreto al que quería dirigirse, a las orillas de un arroyo, donde crecía un gran sauce. Se recostó contra el tronco del árbol e hizo un gesto a Cristina para que se sentase a su lado.

-Nunca te he contado que iba a tener una hermana – comentó de repente, llamando la atención de la chica.

-¿Una hermana? – el asintió.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora