3032 palabras
Ambas hermanas caminaban por el pasillo en dirección a las grandes escaleras. Se habían encontrado con varias personas, que continuaban su camino tras saludarlas muy brevemente.
Cristina no se sintió incómoda por ello, ya sabía que sería difícil ser aceptada en aquel lugar. Lo único que la mantenía incómoda es que ya no contaba con la protección de una posición social o dinero. En esos momentos no era nadie y no tenía nada.
-Helena, ¿tu marido tiene dinero? – la pequeña se sorprendió al escuchar aquello.
-Sí. Por lo general todas las personas aquí tienen una asignación anual lo suficientemente grande como para vivir sin preocupaciones. No obstante, los hombres de Násser reciben dinero extra.
-Creo que debería buscar una ocupación, al menos para poder aportar algo. No soporto sentirme tan innecesaria.
-¡Claro que sí! – Exclamó la pequeña con emoción – Puedes ser una esencial, como yo. Hay muchos trabajos que podrías desempeñar a la perfección. Tienes un talento increíble para el baile, la pintura y los instrumentos. Incluso coser se te da bien.
Cristina asintió con agrado.
-Me parece una idea fantástica.
Ambas hermanas siguieron caminando, con intención de hacer un recorrido por la zona este de la fortaleza. Helena le dijo que debía de ir a saludar al Mandato y Cristina se tensó un poco cuando escuchó aquello. Tras las insistencias de la pequeña de que el hombre era agradable y educado, la joven reconoció que aquello era lo más prudente, por lo que acabó frente a la puerta del despacho del hombre, acompañada de Helena.
Cristina no estaba preparada para lo que se había encontrado allí dentro. Por suerte, había recibido una educación y vivido experiencias que le habían permitido desarrollar estrategias que la salvaban de cualquier situación imprevista.
Su cuerpo actuó por sí mismo y cuando todas las personas que había allí dentro se giraron para mirarla, su espalda se puso recta y su cabeza elevó, con seguridad.
No sabía qué hacer, ni qué decir, así que tan solo se quedó quieta observándolos y esperando a ver qué hacía su hermana.
-Aquí la traigo, por fin – dijo para todos – os presento a mi querida hermana, Cristina.
La hermana mayor se fijó primero en los rostros conocidos: Násser, Robert y el hombre que había la había ayudado en Alamár. Había cuatro personas más, entre ellos, dos mujeres.
Un hombre muy corpulento se abrió paso entre los demás y avanzó hacia ella con los brazos extendidos.
-¡Cristina! - saludó como si se conocieran de toda la vida. Poco antes de llegar a ella, se detuvo e hizo una ligera inclinación, a lo que Cristina respondió complacida.
>> Todos ansiábamos conocer a nuestra nueva compañera.
Vio a Násser en un lateral, que sonreía divertido por el momentáneo desconcierto de la muchacha.
-Násser, ven aquí – dijo el hombre agarrándolo con fuerza del brazo y borrándole la sonrisa de la cara.
-Puedo ir yo solo, gracias – dijo serio, sacudiéndose la parte por donde el hombre le había agarrado.
Cristina se fijó en él. Sabía, por su manera de actuar y de los que le rodeaban, que aquel hombre era el Mandato. No rebosaba prepotencia ni autoridad, algo que habría sido propio de alguien de su posición; parecía más un hombre humilde, y aquello desconcertaba a la joven.
- Pospondremos la reunión – declaró el hombre, haciendo un gesto a todos para que saliesen – vayamos al comedor, los cocineros ya deben de estar a punto de servir la cena.
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La batalla de la realeza I
RomansaEn una sociedad donde las damas son vendidas en matrimonio al mejor postor, nuestra protagonista acaba casada con un hombre egocéntrico que la humilla y la maltrata. Envuelta, sin quererlo y sin buscarlo, en un complot entre reinos, se convierte en...