3289 palabras
Cristina había sido advertida del ataque al palacio. Y Násser se había asegurado de que sabía lo que debía de hacer. Por eso mismo, anduvo atacada de los nervios toda la mañana y Chlotilde se había dado cuenta de ello.
-¿Quiere otra infusión para los nervios?- preguntó la doncella.
-Sí, por favor – dijo llevándose los dedos a la sien.
En ese momento se encontraba jugando a las cartas con Cassandra, pero había perdido todas las manos.
-¿Puede saberse qué te ocurre? – Cristina suspiró.
- Desde que mataron a Manuella no consigo dormir bien – confesó. Su mentira tenía bastante peso para ser aceptada, pues había estado entrenando todas las noches y en consecuencia, cuando no estaba durmiendo, parecía un alma en pena.
No pudo probar bocado y tras la comida se despidió de los presentes, alegando que estaba enferma. Fue a sus aposentos y se quedó media hora allí. Deshizo la cama y atrancó las ventanas.
Pasado ese tiempo, se calzó sus botas, escondiéndolas bajo el vestido, y cogió la daga que Násser le había dado.
-Chlotilde, cierra las puertas con llave – dijo una vez hubo salido de los aposentos.
-Sí, majestad – su doncella conocía demasiado bien a su señora como para comprender que algo estaba ocurriendo.
-Ve delante y asegúrate de que no hay nadie. Ni un solo sirviente – ella asintió y se alejó, dejando que Cristina avanzase con más cuidado. Se dirigieron a un ala de palacio donde no habitaba nadie y estaba reservada para las visitas. Se metieron en una habitación, asegurándose de que nadie las veía.
-Cierra la puerta y atráncala – ordenó, moviendo ella misma un mueble. Chlotilde comenzó a ponerse nerviosa en ese mismo momento.
-Majestad, ¿qué está ocurriendo?
-Asegúrate de cerrar las ventanas – fue lo único que respondió. Había escogido adrede una habitación sin balcón y con poca vegetación debajo.
Cuando se aseguró de que todo estaba bien, se sentó en una silla y sacó su daga, lo que hizo que su doncella comenzase a sollozar. No se atrevió a preguntar más, pero Cristina se compadeció de ella.
-Cuando se ponga el sol, habrá un ataque al palacio – confesó Cristina – esta es la única manera que tenemos de estar a salvo.
Chlotilde abrió los ojos con asombro y una cascada de preguntas salió de su boca.
-¿Un ataque? ¿Quién va a atacarnos? ¿Cómo lo sabe usted? ¿Y qué hay de las demás personas? ¿No correrán peligro?
-La única que persona que estaría dispuesta a salvar a parte de a nosotras, sería a Cassandra. Lo he meditado con cuidado y esa opción no era viable.
-¿Por qué? – Insistió Chlotilde - ¿No es su amiga?
-Lo es – dijo con un tono que reflejó que aquel reproche no le había gustado – pero la posición y los beneficios prevalecen ante la amistad. Y el rey significa todo eso para Cassandra. Ella no puede permitirse perder al rey, es lo único que la mantiene donde está.
Tres horas más tarde sonaba una alarma en el castillo. Chlotilde dio un salto, asustada, y miró con pánico a su señora. Cristina podía disimularlo mejor, pero seguía estando muerta de miedo. No escucharon mucho ruido, pues sus habitaciones estaban lejos.
El sol comenzaba a ponerse y la luz cada vez era más escasa. Fue en el momento en el que Chlotilde se acercaba a una vela con un encendedor, que Cristina se le abalanzó encima.
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La batalla de la realeza I
Roman d'amourEn una sociedad donde las damas son vendidas en matrimonio al mejor postor, nuestra protagonista acaba casada con un hombre egocéntrico que la humilla y la maltrata. Envuelta, sin quererlo y sin buscarlo, en un complot entre reinos, se convierte en...