• Capítulo 28. Verdades ocultas

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Hacía mucho tiempo que no entrenaba y su cuerpo se había acostumbrado a ello. Cuando Násser retomó las clases, se asombró de lo mal que lo hacía Cristina, exigiéndole una y otra vez que se esforzase más y prestase atención.

Llegaron tarde a la comida y la joven estaba exhausta cuando se sentó en la mesa. Su hermana la saludó efusivamente y la observó con detenimiento.

-No tienes muy buen aspecto.

-Násser me ha obligado a entrenar sin descanso – movió un poco los brazos, para desentumecerlos.

-Pero, ¿no querías ser esencial? ¿Es que quieres hacerte guerrera? – Cristina la miró con espanto.

-No, ni en broma. Es él quien se obceca en entrenarme, insiste en que necesito saber protegerme.

-Pero aquí no necesitas protegerte de nada – comentó Helena sin comprender el comportamiento del chico hacia su hermana mayor.

-Násser está convencido de que serás una guerrera – comentó Robert, haciendo acto de presencia y llamando la atención de las dos jóvenes.

-Has donde yo sé, mi opinión aquí es la única que tiene peso.

Comenzaron a comer. Cristina ya se había acostumbrado al sabor simple de las comidas que allí se servían. No había dulces, cacao o pasteles. O al menos no todos los días. Pero en comparación a la comida que había tenido que ingerir en el viaje, aquello sabía delicioso.

-¿Y bien?, cuéntanos, ¿cómo es vivir en palacio? – preguntó María sentándose frente a ella. Cinthya apareció también. Cristina no supo muy bien cómo responder a esa pregunta.

-Lo siento hermana – dijo sonriente Helena – es que ellas nunca han ido a Alamár y se imaginan que el reino es como un castillo de princesas, lleno de lujos.

-Bueno, en cierta forma es así – admitió Cristina. Los ojos de las muchachas brillaron – pero no es como un cuento de hadas, por descontado.

Les contó como la corte no era más que una telaraña que va atrapando presas continuamente. Se construye a base de unos pilares forjados de mentiras, engaños y fraudes. Matrimonios concertados, mujeres sometidas, hombres infieles...

Supo que se había excedido cuando la cara de María reflejó el terror absoluto. Estaba claro que había roto sus fantasías más románticas y les había dado la vuelta, convirtiéndolas en una pesadilla.

Sintió compasión por la muchacha y decidió no seguir llenándole la cabeza de verdades absolutas y se recriminó a sí misma la falta de delicadeza.

Fueron pasando los días y Cristina fue integrándose más en aquel lugar, acostumbrándose a una nueva rutina. Por las mañanas se dedicaba a coser, comía con Helena, María, Cinthya y Robert. Por las tardes se dedicaba a pintar, tocar el piano y enseñar los bailes de Alamár a las amigas de su hermana, que parecían haberle cogido gusto. Varios días a la semana dedicaba una o dos horas a Násser, quien le estaba enseñando a hacer nudos y trampas para animales.

Ese día, Cristina había descansado de su labor textil y Násser había aprovechado para llevársela a la arena y hacer una serie de combates, por lo que la joven acabó exhausta. Se pasó el resto del día tirada en un sofá, leyendo, y se abstuvo de dar clases de baile ni de tocar instrumentos.

Cuando terminaron de cenar, Helena y Cristina se fueron en busca de Robert, quien había avisado a la hermana menor que estaría en uno de los despachos, hablando con Násser.

-Creo que está en este – Helena observó el número de la puerta y tras asentir para ella misma, abrió la puerta con cuidado de no hacer mucho ruido. Cristina fue observadora y se dio cuenta de que algo pasaba antes de que los hombres guardasen silencio.

La batalla de la realeza IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora