II: La reunión

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Tan solo un programa se repetía interminable en la pantalla de aquella viejatelevisión sin dueño. Se trataba de uno de los tantos documentales en idiomaespañol en el que se contaba lo que para muchos historiadores, sociólogos, filósofosy politólogos era el suceso más importante de los últimos cincuenta años. Elnacimiento de la autodenominada "Ciudad Libre de Eudamonia".
Junto con la revolución cubana, había sido el único ejemplo histórico de laregión donde una revolución surtiera efecto y lograra sostenerse frente al pasodel tiempo y los múltiples intentos por tirarla abajo. La ciudad libre, sinembargo, a diferencia de la experiencia Castrista, ofrecía ante el mundo y parasu propia sociedad, un panorama completamente distinto. Era criticable quetanto, o hasta qué punto, pero indudablemente allí se vivía bien.
"Apostando a un espíritu de comercio en sintonía con el nombre de la ciudad,pronto las empresas y los emprendimientos laborales comenzaron a ganar un lugardonde encontraron un Estado de brazos abiertos para los negocios", decía la vozde algún estudioso que había hecho de la experiencia Eudamonia su tarea devida.
—Ya falta menos —respondió a la voz uno de los hombres de la habitación. Erancerca de treinta que poco a poco habían ido llegando y saludándose animadamenteocupaban algún lugar en las sillas dispuestas sin mucho orden.
A pesar de la conversación todos estaban escuchando de una forma u otra al documental.
El hombre gris había insistido en lo importante que era, y ellos sabíanescuchar al hombre gris. Con sus acciones les había demostrado que era más quecualquier hombre que conocieran, y con sus palabras, había construido el caminode lo pronto sería su propia "Ciudad libre de Eudamonia", mejor dicho, "Ciudadlibre de México".
—¿Cómo estaba la cosa Ernesto? —preguntó uno de los muchachos a otro joven queapenas llegaba.
—¿La gente? Tranquila. Los jefes siguen en lo suyo —respondió el llamadoErnesto. "Los jefes" así era como se referían a todos aquellos que hasta esedía tenían el poder en México, ya fuera político, militar, económico ocualquiera de sus distintas formas. Aquellas personas que por ahora ocultabansus rostros con alguna de esas mascaras que eran lo que el común de la gentellamaba "poder".
—Solo tres días más. Entonces toda la pinche mugre que hasta ahora barren bajola alfombra va a ser la que los va a ahogar —afirmó el que había preguntado yante su comentario el grupo de presentes en la habitación se llevó un puño al corazóny lo mantuvieron allí por unos segundos.
Era poca cosa y no muchos estaban seguros de que fuera valioso, pero el hombregris así lo había establecido.
Un símbolo, dijo, toda revolución necesita símbolos.
Ernesto, el muchacho que había viajado desde Amecameca, depositó sobre una mesala mochila que trasladaba. En ella había cuadernos con anotaciones, posibles líneasde acción, información detallada sobre futuros blancos necesarios a tumbar o controlarcuando el plan se ejecutara.
Tres días a partir de entonces. En tres días la revolución comenzaría y otraciudad libre nacería. Una ciudad para todos, una ciudad sin corrupción, sinpocos poderosos y muchos desvalidos ante su poder, una ciudad que no conocierade pobreza, hambre o miseria.
Tal habría de ser el futuro de México en cuanto ellos, "los Grises", cumplierancon el plan que durante tanto tiempo habían estado desarrollando. Pronto lascosas iban a cambiar. 

HexHell ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora