XIX: El que a hierro mata

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Täto corría en busca de los Vestigios

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Täto corría en busca de los Vestigios. El plan estaba saliendo contrario a lo esperado. Para ese momento debería haber asesinado ya a todos los lideres y representantes del falso y viejo mundo en el que todavía vivían la mayoría de los estúpidos de allí afuera, "los grandes mentirosos de la historia", como el Profesor los había llamado.
Todo parecía más fácil al recordar el plan. Él con su cuerpo alterado, su ejército de Vestigios, con Mesh siendo asesinado por D, nadie sería capaz de hacerle frente entonces ¿como es que ahora estaba escapando por su vida?
"Para empezar la mayor parte de tu ejército fue diezmado y ahora estas herido" susurró con malicia una voz en su cabeza. No le costó identificarla. Era ella. La había escuchado muchas veces antes. La voz de los viejos y falsos del viejo y falso mundo. Las palabras de ellos. Quienes se regodeaban de mirarlo con ojos que juraban conocerlo. Desde el maestro que alguna vez le predijo un futuro de miseria hasta el juez que lo condenó por haber seguido sus instintos y hacer efectiva su libertad. "Homicidio" era el nombre que le habían dado y en ese momento la voz que escucho enviarlo a la carcel de menores no era sino la misma que ahora.
La misma vieja y falsa voz.
—No, no, no —Täto se detuvo y comenzó a darle golpes a la pared, con furia, sus dedos ensangrentados mancharon el concreto mientras lo hundía a puñetazos. —Falsos. Falsos y mentirosos. No me envolverán en sus mentiras. —Lanzó un grito desgarrador directo desde sus entrañas. Respirando grandes bocanadas de aire comenzó a tranquilizarse. —El profesor sabrá que hacer. —dijo —. Tengo que salir de aquí, tengo que buscar a D. —Si. Esa era una buena idea. El viejo de los huesos y el de la cruz lo habían sorprendido, estaba claro, pero ninguno tendría la más mínima oportunidad con D. Bastaba con que se le acercaran y antes de darse cuenta estarían muertos.
Después él buscaría a los perros del gobierno, los malditos de las religiones y a esa bruja  de HexHell y les arrancaría la piel del cuerpo.
El profesor... no pudo evitar pensar en el hombre que los había enviado a ese lugar.
Él mismo había recibido las órdenes de su persona, así como toda la información para asaltar la mansión y destruir sus defensas. ¿Acaso el profesor no sabía de esos hombres especiales que habían truncado su ataque? ¿O también eso formaba parte de su plan? Quizá de uno más grande, alguno que el no conocía. Täto no podía negarlo, seguir órdenes no era para él, todo lo hacía por el poder que él fiel doctor y el mago de aquel hombre le habían dado pero eso no significaba que se volvería un perro obediente.
Matar le gustaba. Fin. En cierto punto lo mismo daba si se trataba de agentes, gobernantes, o del propio Profesor.
—Si me jodiste... te voy a matar —dijo en voz alta y poco a poco la confianza fue regresando. La confianza y el control. Mierda, que cerca había estado.
Se recostó contra una pared al escuchar movimiento delante. Tensó el dedo índice sobre el que se podía ver el tatuaje de una navaja y como si fuese un molde su dedo comenzó a tomar esa forma en los contorno del diseño de una empuñadura y la afilada hoja.
En un segundo apareció sobre su mano como rasgando la piel esa arma blanca que refulgió de color plata.
"Basta de distracciones" se dijo. "Salir de aquí, buscar a D. Concéntrate".
Los que se acercaban lo hacían con cautela. Täto, desde la esquina de aquel pasillo, pudo oler la pólvora y el miedo.
Tenía que ser rápido, había por lo menos tres de ellos. Sacudió la cabeza para despejarse. El brazo amputado le dolía demasiado y la pérdida de sangre no era poca cosa. Tenía que apresurarse.
Cuando las voces estuvieron lo suficientemente cerca saltó.
Se produjo un estruendo fugaz, como el sonido resultante al golpear algo muy duro y sólido, como madera... o hueso.
La afilada hoja de acero de su puñal apuntaba al cuello, pero nunca llegó.
Michael Roughs sosteniendo una especie de estaca de hueso la había detenido sin problemas y sus ojos de halcón estaban fijos en los de Täto.
"El jodido viejo es rápido y silencioso" pensó.
—Apenas te conozco pero ya te odio. Parece que eres todo un asesino —le escupió mirándolo desafiante.
Los tres agentes que venían por el pasillo cuando aquel encuentro a velocidades imposibles se dió dejaron de actuar sorprendidos y apuntaron con sus armas a los extraños.
—Eso no será necesario. Las nuevas órdenes son agruparse en la sala de reuniones. Diríjanse hacia allí ahora mismo —ordenó Roughs.
—Pero señor ¿qué hacemos con él?—preguntó uno de los agentes que había reconocido en Michael a la mano derecha de Selenna Pendragon, la líder de HexHell.
—No se preocupen. Está amenaza ya está neutralizada —dijo Roughs enseñando sus dientes cuadrados y empastados con plata en una amplia sonrisa.
—Viejo zorro, te mataré aquí mismo —rugió Täto y el brazo con que sostenía el cuchillo comenzó a inflarse bajo la camisa manchada de sangre. Surgiendo debajo la manga una legión de arañas, negras como una noche tormentosa, avanzó en dirección a Michael.
—Apúrense —dijo este a los agentes soltando la estaca de hueso antes de que las arañas llegaran hasta él y lanzando una patada directo al pecho del desprevenido Täto.
El hombre de los tatuajes emitió un quejido y fue a caer un metro más allá.
Los agentes obedecieron la orden y corrieron por el pasillo, pisando a las arañas que bajo sus zapatos negros emitieron un sonido repugnante como el muchos granos reventando al mismo tiempo.
Täto se estaba levantando del suelo con esfuerzo.
—Lo único que me molesta es poder matarte solo una vez —rugió al ponerse en pie. Allí, herido y tambaleante, pero todavía amenazando se veía tan patético como un hombre que se cree Dios.
Frente a él ya Michael avanzaba, con su espalda repentinamente recta y los huesos puntiagudos que le salían desde las manos como si llevara un guante con cinco largas garras.
—Se te acabó la suerte pequeño —dijo burlón el sonriente Roughs abriendo sus brazos de par en par. Moviéndose a una velocidad sobrehumana se le acercó acortando distancias en un parpadeo. La sonrisa de Täto lo recibió como el anzuelo al pez.
—Muere —gritó enloquecido y su cuerpo se retorció, mejor dicho, la piel de su cuerpo, y como un pulpo explotó en un chorro de oscura tinta negra. Michael B. Roughs fue tomado por sorpresa y apenas atinó a cerrar los ojos.
Su cuerpo quedó manchado de tinta desde los pies a la cabeza pero sus instintos iban a más allá de aquellos que poseían los seres humanos comunes. Su cuerpo modificado genéticamente era la perfección a la que cualquier cazador pudiera aspirar.
—Ahí —murmuró agitando sus manos a la derecha y lanzando sus dos falanges como dardos. El grito que escuchó le indicó que había dado en el blanco. —Muy valiente para asesinar con monstruos pero un cobarde si se trata de pelear por ti mismo ¿no? —Michael se dio la vuelta. Abrió los ojos con cuidado, la tinta le cubría todo el cuerpo pero no había llegado a cegarlo y su potente olor dulzón no era nada imposible de lidiar. Comprobó que no le había dado a Täto con sus huesos como creyó al principio pero uno de estos había atravesado la parte baja de sus pantalones largos haciéndolo caer y ahora el muchacho intentaba quitárselo con ambas manos.
—Maldición —rugió Täto ahora libre, arrojando el hueso de vuelta hacia Michael. Este lo tomó en el aire y lo sostuvo frente a sus ojos.
—Esos trucos qué haces con la tinta son bastante interesantes pero algo me dice que se te están acabando. —El hueso que sostenía frente a sí comenzó a teñirse de negro y frente al sorprendido Täto la tinta que manchaba el cuerpo de su enemigo pareció ser absorbida por aquel, como si de una esponja lanzada a un charco se tratase. Incluso un sonido áspero de succión se podía escuchar hasta que fue rápidamente silenciado cuando el proceso acabó y Michael permaneció de pie, con su ropa y su piel como si nada hubiera pasado, mientras que en la mano un hueso negro era todo lo que sostenía.
Lo dejó caer y sonrió en medio del pasillo donde la gran mancha de tinta negra y húmeda se escurría por las paredes, el techo y el piso.
Se puso en guardia y de sus dedos volvieron a crecer las falanges afiladas y puntiagudas.
—¿Listo? —preguntó burlón.
—Viejo de mierda —gritó Täto, sujetando su camisa por el pecho y arrancandosela de un tirón para dejarla caer a sus pies enseguida.
Su cuerpo además de poseer un estado físico bastante bueno (ignorando el brazo izquierdo que terminaba abruptamente un poco más abajo del hombro) enseñaba todavía algún que otro tatuaje. La piel algo oscura parecia estar oculta bajo una fina prenda de colores apagados. La tinta trazaba todo tipo de figuras y objetos, desde corazones hasta kanjis japoneses y otras palabras o símbolos indescifrables.
Pronto su piel pareció convulsionar y toda aquella tinta que aún quedaba dio la impresión de estarse derritiendo y mezclándose hasta formar una ensalada incomprensible. Ese amontonamiento de líquido alquitranado recorrió el pecho de Täto y trepó por su brazo amputado llegando hasta su muñón sangrante.
El joven gritó de dolor.
Desde su muñón y pectoral izquierdo surgieron unos bultos que parecian querer rasgar la piel por dentro. Como esas películas de terror en las que el monstruo empuja la piel de la víctima antes de salirle directamente desde el pecho, así también un monstruo se apareció en el lugar donde antes había solo un tatuaje.
—Lo guardaba para ocasiones especiales. Es tan violento que incluso a mi me cuesta controlarlo. ¿Sabes por qué? Es la esencia de todos mis odios. El monstruo que dará fin al viejo y falso mundo. Mi... mi quimera que renovará la vida en la tierra. ¿Imaginas como serán las nuevas generaciones que crezcan viendo a este monstruo? ¿Los que nazcan para ser devorados por él? —Täto había comenzado a hablar dirigiéndose a Roughs, más ahora al presentar aquella cosa que colgaba medio prendida de su hombro y se estiraba como una especie de siames deforme desde la mitad izquierda de su cuerpo, su diálogo pareció extenderse a invisibles oyentes.
Se trataba por así decirlo de un Vestigio. Su piel era totalmente gris y cubierta de algo amarillento como una baba casi transparente que rezumaba por sus poros cayendo al suelo y derritiéndolo al contacto tras un sonido siseante. Había reemplazado, o por así decirlo, devorado, el muñón herido de Tato y surgiendo desde su pectoral izquierdo estiraba sus dos manos hacia el aire como si quisiera devorar algo que no podía verse.
Era tan grande que alcanzaba el techo y el mero movimiento de sus garras tocaba la pared que la rodeaba, dejando surcos humeantes y de apariencia putrefactos, como si aquello que entrase en contacto con ella se pudriera.
No tenía ojos, sino dos grandes fosas nasales.
Tampoco se podían ver orejas en su cabeza alargada unida al pecho sin un cuello, casi como la de un robot, aunque si uno la miraba de frente lo primero que notaba no era la falta de algo, sino la absurda bocaza que abría como si se tratase de las mandíbulas de un tiburón blanco enseñando hileras de dientes aserrados que hasta parecian moverse hacia arriba y hacia abajo como si tuvieran vida propia.
La criatura gemía sin intermitencia aunque lo mismo hubiera podido deberse a que sentía un terrible dolor por esa vida falsa que ostentaba o bien porque el hambre que sentía era tan voraz que no podia refrenarse en su instinto por saltar directo hacia aquel hombre viejo que tenía delante.
Con su brazo "reemplazado" Täto se llevó la mano a la cadera donde aún conservaba pequeños tatuajes y desde allí extrajo, como si se metiera los dedos entre la cadera, una pistola de tamaño considerable y negra como el carbón, o la tinta de qué estaba hecha.
—Conozco a los jóvenes como tú. Tienen la cabeza vacía y se creen superiores por saltar con locura a la primer mierda que se les cruza. ¿Quien te crees? No. Mejor dicho, ¿quien te pensas que somos? ¿Creias que podias venir acá, con tu ejército de tinta y tus pistolas grandes, patear la puerta y disparar a diestra y siniestra sin ninguna consecuencia?
Lo que más desprecio es a los que creen que el mundo es una fantasía. Miren, un cielo radiante, ¡Hoy debe ser un buen día! y se ponen a llorar como niños cuando descubren el horror que se oculta debajo —Michael saltó hacia adelante cuando Täto apuntó y presionó el gatillo varias veces. Pudo haber cortado las balas o sencillamente haberlas esquivado pues sus ojos modificados podían verlas con facilidad, pero prefirió impulsarse hacia el techo y entonces giró en el aire para tocarlo con sus pies, al tiempo que las falanges de sus dedos se unían formando dos gruesas lanzas.
Los huesos de la tibia, el peroné y los tobillos se clavaron al hormigón permitiéndole burlar por un momento la gravedad y desde ese lugar Michael lanzó las dos estacas de hueso que sostenía, una directo a Täto y la otra al Vestigio que lanzaba manotazos y escupía aquella baba amarillenta por todo el suelo.
El monstruo desvió el ataque con sus garras grisáceas mientras que la estaba dirigida hacia Täto siguió con su camino directo al brazo con que sostenía el arma, pero fue esquivada en el último momento. Se había vuelto más lento por la quimera que crecía desde su pecho y brazo. Levantó la pistola apuntando de nuevo y sonrió, pero por más que jaló el gatillo no sucedió nada. Michael se desprendió del techo cayéndole con un impulso extra de sus piernas casi encima. En ese preciso momento la pistola se separó en dos, quedándose Täto con una parte en la mano y cayendo el cañón al suelo.
Michael había apuntado a ella con su estaca de hueso y había dado en el blanco. Desprovisto de su arma Täto intentó que la criatura Vestigio de su costado izquierdo atacara. Fue como el dueño de una fiera salvaje intentando darle órdenes solo por tenerla con un collar.
La bestia rugió estirando largos brazos con seis garras afiladas repletos hasta el codo de lo que parecian ser ventosas circulares y dentadas hacia Michael que se encontraba en caída libre, más no llegaron a tocarlo pues del cuerpo de este salieron decenas de estacas de huesos, desde las costillas, la cintura, los codos, las rodillas y las clavículas, que atravesaron los brazos del Vestigio como si de un árbol cubierto de espinas se tratase.
El Vestigio rugió con sus brazos agujereados, más por frustración que por dolor al tiempo que Michael caía al suelo y retraía las estacas de hueso de nuevo a su cuerpo. Rápidamente de su brazo izquierdo se abrió la piel en el espacio que va de la muñeca al codo y Michael extrajo con pericia sus huesos cúbito y radio que volvieron a crece a una velocidad imposible apenas se los quitó. Aquello parecia una especie de horquilla de dos puntas de un color blancuzco calcificado cuyo tamaño iba aumentando en el mismo momento en que aquel hombre lo sostenia. Con el arma improvisada atravesó el cuerpo del Vestigio y lo clavó a la pared de la izquierda. La bestia intentó sacudirse y arrancársela con sus manos pero apenas la sujetó espinas de hueso crecieron y le reducieron los brazos y garras a una masa grisácea y mutilada.
Täto furioso intentó golpearlo pero Michael levantó de una patada la estaca de huesos que había lanzado antes y la volvió a tomar en el aire blandiéndola como un bastón le dio dos golpes en la cara y un tercero en las costillas, partiéndoselas.
—Sorpresa, el mundo no es para los débiles —Michael sonrió y usó la lanza para atravesar con ella la cabeza sin ojos de la quimera que aún intentaba liberarse. —Creías que ibas a venir aquí, a sembrar el infierno en la tierra, porque te las sabes todas y porque nadie puede hacerte frente en tu locura. ¿Eres el demonio no? Lucifer, el hijo rebelde. Quieres caos en el viejo y falso mundo —Mientras hablaba, la piel de su rostro comenzó a agrietarse como si de repente hubiera sido cortada con un afilado bisturí y con cierta delicadeza grotesca, se le empezó a desprender —Dejame mostrarte lo que es un verdadero demonio —rugió su voz de ultratumba al tiempo que toda la piel de su cuerpo, con la ropa rasgada y desaliñada todavía puesta, se desprendía como si se tratase de un traje absurdo para dejar al descubierto un esqueleto carente de órganos, músculos y cualquier indicio de vida más que sus vacías cuencas ópticas que en la pura negrura miraban directo hacia el alma de su enemigo.
Eso y el hecho de que aún siendo solo un esqueleto se tuviera en pie.
La piel, donde se encontraban los músculos, órganos y demás, se movió a pesar de que ya no hubieran huesos que la sostuvieran o le dieran forma, con una velocidad y flexibilidad inhumanas, saltando por sobre Täto y sujetando su lado izquierdo, apretujó al Vestigio con manos y piernas que se pegaban y estiraban como si se tratase de una goma adhesiva.
Aunque Täto no pudo sentir del todo la fuerza del apretón que siguió a ese abrazo (pues esa parte de su cuerpo no era ya en verdad suya), estuvo seguro de que era mucha por la forma en que el Vestigio fue inmovilizado y poco a poco, casi con parsimonia, destrozado y aplastado como una pasa de uva en la presa hidráulica.
Lanzó un gritó de dolor y frustración pero en ese mismo instante el esqueleto que permanecía parado frente a él le ensartó los cinco dedos alargados en la boca del estómago y del pecho. Las espinas de hueso de cincuenta centímetros en que se habian convertidos las falanges desde el índice al pulgar le atravesaron con facilidad hasta salirle por la espalda cubiertas de sangre.
—Por fin un poco de roja sangre, estaba harto de esa tinta —murmuró el cuerpo de Michael B. Roughs, o mejor dicho su piel retorcida como una serpiente enroscada, que ahora se descubría como solo una parte del mismo Michael.
Täto escupió una bocanada de sangre rojiza y sintió un dolor indescriptible en el preciso momento en que aquellas espinas de hueso "florecieron" y desde ellas se expandieron decenas de espinas más pequeñas atravesando órganos, huesos, venas y carne.
El efecto fue como si le hubiera metido dentro un batidor y de repente lo hubiera accionado.
Ante sus ojos desorbitados, aún consciente, Täto contempló mientras gritaba escupiendo sangre como el puño del esqueleto del hombre parecia aumentar de tamaño a medida que capas de hueso se movían hacia adelante hasta la mano, reforzandola.
Las cuencas vacías del esqueleto se toparon con las suyas y sus dientes perfectos parecieron sonreír. La sonrisa de una calavera recordó a Täto la faz terrible de la muerte.
Con aquel puño del tamaño de un guante de boxeo, el esqueleto de Michael Roughs le dió un golpe directo en la cara que le estalló la nariz y borró de su rostro los labios hundiendoselos hasta más no poder pues le había reventado todos los dientes que se desprendieron de la boca destrozada cayendo uno por uno al suelo.
Täto salió volando varios metros por el pasillo y fue a caer inmóvil de espaldas en un estruendo brutal.
El cuerpo de piel y músculos de Michael se había aferrado con aún más fuerzas al Vestigio destrozado y el efecto no había sido otro que el de arrancárselo junto con un trozo de su pecho. El cuerpo mutilado y muerto de la quimera no estalló en tinta, sino que simplemente comenzó a deshacerse gota a gota.
El cuerpo, es decir, la piel de Michael B. Roughs se desprendió de él volviendo a tener la altura y forma del viejo hombre y de un salto se colocó al lado de su propio esqueleto.
Este se movió como animado por una marionetista invisible y así como había salido, entró por la piel repentinamente agrietada y cortada de Michael que le dio la bienvenida como la flor carnívora a su presa.
El espectáculo macabro duró menos de un segundo y moviendo su cuello de lado a lado el hombre retomó la sonrisa característica de su rostro aguileño. Aquella mueca que semejaba al rostro de un viejo buitre.
—No hay mejor terapia que golpear a un gran imbécil —murmuró y se encaminó a paso lento, encorvado y con las manos en la espalda, hacia el destrozado Täto que sin embargo se negaba a rendirse y todavía agitaba su brazo sano queriendo ponerse en pie. —¿Aún vives? Me sorprende. Los que hicieron tu cuerpo fueron muy buenos. Claro, no tanto como los que hicieron el mio. Pero, déjame decirte que el hecho de que estés vivo no es algo positivo para ti, basura, vas a decirme ya mismo todo lo que sabes. ¿Cual era tu misión? ¿Por qué nos atacaron? —Michael se le acercó hasta tenerlo casi frente a él.
Täto lanzó una risotada que se filtró como el agua por una canilla atascada, pues su garganta hacia gorgoteos de sangre y en la boca no le quedaba ni un solo diente sano.
—Odio a los viejos como vos. Se creen que este mundo en el que... viven... es todavía el suyo. Estúpidos —Täto volvió a reír mientras intentaba incorporarse sin éxito. Aun así su mirada fija no se desvió ni por un segundo de los ojos de Michael —Reyes que no se enteran de que hace tiempo ya perdieron su trono. ¿Que esperabas? ¿Que te dijera la misión y en qué consistia el plan maestro?... ¿Información para buscar la base del enemigo?... Estupido viejo. No hay misión. ¿Pensabas que esta matanza tenía un sentido trascendente? ¿Un motivo en el tradicional juego de ajedrez de los super espías? Tenes la cabeza llena de fantasías. El único motivo por el que estoy aquí era para decir "hola" —Täto , sin desviar la mirada, sonrió con su boca repleta de sangre y pedazos de dientes partidos. Mas que nunca sus facciones se suavizaron, toda su juventud salió a flote, aquel muchacho no podía tener más de veinticinco años, parecia como un adolescente que acababa de sufrir un terrible accidente. —Hola y adiós —dijo abriendo la boca. Su lengua, aunque cortada, tenia una mancha negruzca en medio. Un tatuaje, o lo había sido segundos antes sin duda, pero ahora era un reloj pequeño del que salían dos dispositivos rojizos unidos por cables al paladar de Täto y cuyos números iban descendiendo al tiempo que emitía un pitido inconfundible; 03...02...con sus últimas fuerzas el hombre de los tatuajes, el alumno, levantó su mano derecha y estiró el dedo de enmedio directo a la cara de Michael B. Roughs al tiempo que sonreía como un desquiciado.
El reloj emitió un último pitido y con una pequeña pero efectiva explosión la mitad de su cabeza salió volando por los aires. La materia gris, la sangre y los pedazos de carne salpicaron las paredes y el piso, así como parte de la vestimenta repleta de agujeros de Roughs que apenas y se inmutó ante lo que había sucedido.
Un soldado muerto al fallar en su misión.
—Y decías que nuestros mundos eran diferentes —escupió.
Finalmente se puso en pie, se sacudió de encima los restos de Täto, lanzó una mirada despectiva al cadáver frente a él y se dió media vuelta, con las manos en la espalda, para regresar a sus tareas.

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