VI: Cruz de hierro

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—Roma envía saludos. Y yo soy su mensajero —el hombre se detuvo frente a Mesh y lo miró directo a los ojos. Para eso tuvo que levantar el rostro por la diferencia de altura, pero lo hizo con decisión. Sus pupilas oscuras brillaron bajo la luz y refulgieron como un diamante verduzco.
—Ya entiendo —respondió Mesh adelantándose para ponerse frente a él. —Los puntos cardinales ¿verdad? Están muy lejos de casa.
—Todos los rincones de esta hermosa tierra son nuestro hogar. Principalmente aquellos oscuros y desordenados. Los que como esta ciudad se han alejado de la palabra de Dios.
—Ese fue siempre su problema, no pudieron aceptar que solo son una parte de la historia —a pesar de las palabras el tono de Mesh fue más con desdén que desafio.
El hombre no respondió sino que comenzó a reír en medio de la noche. Mesh lo acompañó. En segundos los ecos de risas socarronas y alocadas recorrieron los pasillos de aquella escuela transformada en repentino manicomio de los horrores. Como los payasos de un circo demente, así los dos hombres parecían estar disfrutando cada uno de un chiste que solo ellos podían escuchar.
Las risas sin embargo fueron volviéndose más lentas y silenciosas. Se agotaron.
Su eco se desvaneció en el aire.
Cuando la última de aquellas risas se apagó, Mesh disparó.
Desenfundando con una pericia de experto sostuvo las dos grandes pistolas -modelo Desert Eagle plateadas y negras, modificadas con un cargador más amplio y un cañón de mayor tamaño- que llevaba en su cintura y apuntó con ellas al tiempo que disparaba.
A esa distancia no temía fallar. Su rival no tenía literalmente donde esconderse.
Cuatro atronadores disparos cortaron el aire frente a él y se escucharon como pequeñas detonaciones antecedidas apenas por un destello de luz efímera.
El hombre que sostenía la cruz de hierro se había lanzado hacia atrás apenas vio a Mesh desenfundar y se adentró en el salón por donde había salido ocultándose detrás de la pared a la izquierda de la puerta.
Mesh contaba con eso. Los disparos atravesaron la roca con facilidad dejando un hueco del tamaño de un puño y un estruendo que envió volando pedazos de roca y polvo al aire.
Sus armas no eran normales, por algo solo los miembros de ExHell eran capaces de hacer frente a los seres del mundo Subterráneo.
Según sus cálculos el cuerpo del sacerdote exiliado debería yacer despedazado tras esa pared agujereada.
Mesh se adelantó todavía apuntando en esa dirección y levantó las cejas al comprobar que no había nadie.
—Donde... —se interrumpió antes de poder terminar la pregunta. Tras él percibió el movimiento un segundo después de lo necesario para poder esquivarlo.
De alguna forma el tipo había llegado a su espalda tras perderlo de vista y blandiendo su gran cruz de hierro como una maza le dio un golpe de lleno en el costado derecho que lo mandó a volar contra una pared del salón.
Mesh sintió como si un camión lo hubiera arrollado.
—¿Que pasa Freak? ¿Esto es todo lo que el gran guardián de la historia puede hacer? Escúchame Padre, tu hijo sin nombre va a enviarte un alma descarriada a tu reino celestial. Escucha mi plegaria, bendice a Robespierre —el guerrero se lanzó de un salto contra Mesh que se levantaba del suelo. Este lo vio acercarse y levantó sus pistolas. Disparó cinco veces consecutivas sintiendo como sus heridas sanaban rápidamente -el crujir de los huesos reacomodandose, de la piel del pecho atravesada por las costillas rotas volviendo a su estado anterior- y preguntándose todavía como habría hecho su enemigo para desaparecer así.
"¿Acaso también tendrá habilidades?" pensó y sonrió en el fragor de la batalla.
Robespierre utilizó su propia cruz para cubrirse de las balas. Como un tren a todo motor impactó contra la pared donde segundos antes estaba Mesh que por poco había podido rodar a la derecha y ya se ponía de pie apuntando nuevamente sus armas.
La cruz de hierro ya estaba en movimiento, trazando un arco en el aire hasta la cara de Mesh. Este pudo haber esquivado, pero prefirió recibir el golpe mientras presionaba los gatillos de sus dos armas de fuego que ya estaban a pocos centímetros del rostro y el pecho de su enemigo.
El sonido de los disparos fue acallado por el impacto frontal de la cruz de hierro contra la cara de Mesh que se deformó en una mancha sanguinolienta como si una pasa de uva hubiera sido aplastada a martillazos.
El cuerpo sin cabeza de Mesh cayó de rodillas al suelo y del lugar donde segundos antes estaba su cuello manó una cantidad de sangre que escurrió por sus ropas oscureciendolas aún más y se filtró por el piso de azulejos.
Robespierre, baleado, cayó de espaldas. Seis grandes agujeros humeaban todavía en su cuerpo inmóvil y herido. Al caer no soltó la cruz de hierro.
Un silencio sepulcral reclamó como suyo el sitio donde apenas un segundo antes una batalla de proporciones inhumanas se había desarrollado.
—Padre perdóname porque he pecado —dijo Mesh escupiendo aquellas palabras por su boca recién formada. Rápidamente los pómulos que antes habian sido borrados de golpe se formaron y también la nariz que le habian arrancado.
En menos de un segundo allí estaban otra vez sus ojos penetrantes que brillaron cristalinos por efecto de la sangre que dejaba de manar de su herida curada y parecia regresar a su cuerpo como el agua absorbida por una esponja.
Mesh se desperezó y de un salto se incorporó. Movió el cuello de derecha a izquierda como si hubiera realizado ejercicios toda la tarde.
—Eso si que dolió —lanzó una mirada a la cruz de hierro que permanecía sujeta a la mano del cura muerto. —Es una lastima que no pude preguntarte cómo llegaste hasta acá, o que hacias exactamente. —Mesh se apartó del cuerpo y salió del salón a oscuras.
Otra vez en el pasillo, se detuvo.
—Aunque esto sí puede ser un problema —dijo girando la cabeza y centrando toda su atención en Maika... o lo que quedaba de ella.
El golpe de la cruz la había destrozado de la forma más visceral posible y su cuerpo como una plasta estaba medio enterrado en la pared contra la que se había estampado.
Mesh distinguió un brazo doblado en tres y parte de una piernas, además de una obvia mancha de sangre que no solo cubría la pared sino que también descendía hasta el suelo goteando hasta formar un charco.
En condiciones normales ella debería poder curarse como él lo había hecho (si bien por otros medios), pero Mesh aun no le había enseñado ese tipo de habilidades. Creía que lo mejor era que ella las descubriera por sí misma, aunque ahora que le había tocado de primera mano pensaba que quizá el daño había sido demasiado para que se curase por ella misma.
Un quejido repentino le llamó la atención.
—No me digas... —Mesh se volteó para mirar en dirección al salón donde antes había luchado, por el umbral sin puerta debería poder ver el cadáver del cura, pero de inmediato comprobó que su cuerpo ya no estaba allí.
—La fe en Dios no me dejará morir —la voz susurró justo detrás de él. Mesh intentó girarse pero la cruz de hierro lo golpeó y lo estampó contra la pared cercana.
El impacto fue directo en su pecho y parte de la cintura y el rostro. Las pistolas de Mesh cayeron al suelo y su cuerpo, como el de un títere en medio de la tormenta, quedó deformado por la fuerza con la que había sido golpeado.
Las luces del techo explotaron y las paredes retumbaron. Los vidrios cayeron al piso estallando en mil pedazos y entonces todo quedó en silencio otra vez.

Maika apenas podia ver. Con la mano se sacudió el velo que tenía frente a los ojos.
Al hacerlo sintió la humedad que le empapó los dedos. Era sangre. Retrocedió asustada y la fuerza de las piernas le falló.
La vista nublada se veía empeorada por la oscuridad del lugar donde se encontraba. Guiándose más por el tacto que por otro de sus sentidos logro discernir que frente a ella tenía una pared destrozada como si alguien hubiera intentado demolerla con un golpe en el centro del hormigón que se había agrietado como un espejo roto.
Maika retrocedió dos pasos más.
—Mesh... —llamó pero tenía la garganta desgastada, como si hubiera estado gritando por horas, y apenas se escuchó a sí misma.
Se giró.
Las voces que antes había escuchado estaban ahora muy lejos y apenas eran audibles. De lo que antes era un potente coro de consejos confusos apenas llegaba una sola palabra, una advertencia en la que todas aquellas existencias lejanas se habian puesto de acuerdo.
"Huye".
Maika levantó la vista, había otra pared dañada cerca de ella pero al centrar la atención en esta pudo darse cuenta de que la gran mancha oscura que se veía en el centro del impacto era del color rojizo de la sangre y caía al piso escurriéndose con la misma solidez extraña que engañaba los sentidos.
Le llegó el olor dulzón de la muerte.
Allí estaban sus manos atravesadas por cruces pequeñas justo en el centro de las palmas. Las dos piernas estaban atravesadas también y clavadas a la pared en una posición antinatural que daba una apariencia deforme y terrible. Maika no necesitaba verle el rostro destrozado y oscurecido por la sangre que salpicaba desde sus largos cabellos. Era Mesh. Y estaba muerto.
Reprimió un grito. "Huye" volvió a escuchar a la lejanía mientras sus sentidos seguían adaptándose a ese repentino despertar que había experimentado segundos antes.
—Ustedes sí que se resisten a morir —Maika se giró. Era el hombre. El mismo que había visto fuera del salón cercano un segundo antes de recibir aquel terrible golpe. En sus manos sostenia una enorme cruz de hierro ensangrentada que brilló bajo la pálida luz de la luna y con cada nuevo paso que daba en dirección a Maika más se ensanchaba su sonrisa de sabueso y la amplia sombra que proyectaba a sus espaldas, una sombra que danzaba por el efecto de las luces como lo haria la de una bestia feroz y hambrienta. Aquel era un demonio de muerte y guerra.
Maika huyó.

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