Mansión de los Héroes
Täto avanzaba como rodeado de una cohorte de demonios liberados del más profundo de los infiernos, y su rostro sonriente indicaba que se sentía en casa. Las explosiones, los gritos y los disparos inundaban los pasillos de la mansión recorriendo como ecos de un atroz enfrentamiento, y él cantaba a toda voz.
Ni siquiera se preocupó por la figura algo encorvada que frente a él caminaba en su dirección, con las manos colocadas detrás de la espalda. Täto era un misil nuclear al que habían disparado con dirección a la Mansión de los Héroes, ¿qué podía importarle un hombre más en su camino?
—¡I'm a sailor peg! ¡And I lost my leg! —gritó siguiendo una melodía que solo estaba en su cabeza. —Hey viejo, ¿quieres morir? —le escupió al desconocido.
Un sonido siseante le pasó silbando al lado izquierdo de la cabeza y cortó el aire al igual que sus pensamientos. Se detuvo al tiempo que giraba la cara en esa dirección y abriendo los ojos de par en par contempló como uno de sus Vestigios se hallaba parado inmóvil.
De su pecho cubierto de bocas abiertas surgía una especie de estaca de color blanquecino que a Täto le recordó mucho a... ¿un hueso? ¿Acaso le habían lanzado con un hueso como si de una lanza se tratase?
El Vestigio uso uno de sus alargados brazos para tomarla pero en el preciso momento en que tiró de ella con intenciones de quitársela de la estaca crecieron decenas de espinas similares, como si un pez globo antes delgado hubiera inflado su cuerpo espinoso repentinamente.
La mano del Vestigio fue atravesada de lado a lado al igual que su brazo alargado. Pero no solo eso, pues del interior mismo del cuerpo de la criatura surgieron decenas de lanzas picudas, ya no de ese color blanco calcificado de la que se le clavó en el pecho en primer lugar, sino oscurecidas y manchadas por pegajosa tinta negra. Con un aterrador sonido de desgarro le atravesaron pecho, espalda, estómago y cuello.
El monstruo emitió un leve gruñido por las mil bocas que adornaban su cuerpo ahora destrozado y cayó de rodillas para explotar en una mancha de tinta al segundo.
Las afiladas puntas de hueso que le habían dado muerte cayeron al suelo y permanecieron allí sostenidas como por mil afilados pies, chorreantes de tinta negra, semejando una especie de escultura de arte abstracto.
—Parece que falle —dijo Michael Roughs mientras seguía avanzando al encuentro de sus enemigos. Su tono de voz controlando y casi jocoso le hacían parecer más como un deportista que hubiera fallado el tiro que como un asesino que acababa de equivocarse de víctima. —La artritis no es buena, creanme.
Täto lucía como un pez fuera del agua. Sus labios se abrían y cerraban pero desde la garganta repentinamente reseca no le surgía palabra alguna. El problema no estaba allí, claro, sino en su mente impulsiva y explosiva que de repente había quedado en blanco. El profesor le había dicho que esperase resistencia ("No Mesh, no, el joven D se encargará") pero definitivamente no imaginó algo así.
Lanzando un grito enfurecido apuntó con los rifles en dirección a su atacante al mismo tiempo que disparaba, sin preocuparse por apuntar. Un camino de balas acompañó al estruendo dejando una línea de huecos humeantes por el techo y la pared izquierda.
La mayor parte del fuego se concentró sin embargo en Michael.
El hombro conocido como Michael "El sonriente" Roughs abrió de par en par sus manos, pero allí donde antes habian dedos ahora crecían, como surgiendo de sus propias falanges, espinas rectas de hueso de casi veinte centímetros que se afinaban en los extremos como conos puntiagudos. Con aquellas armas se movió como un bailarín que realizara complejas piruetas. Su delgado cuerpo se contorsionaba mientras daba manotazos al aire cortando y desviando balas con una facilidad pasmosa.
La velocidad a la que se movía era sencillamente inhumana, el secreto estaba en sus grandes reflejos sumados a los muchos años de acción que había vivido en sus tiempos mozos, que hacían a su cuerpo casi reaccionar de forma casi automática.
Un manotazo ascendente con sus dedos convertidos en afiladas cuchillas y seis balas fueron cortadas en dos con una precisión imposible.
Täto no dejó de disparar, atónito ante el hecho de que el viejo aún se moviera.
Sin dejar de avanzar Michael cortó otros tantos proyectiles con sus improvisadas manos de navajas de hueso.
De un salto se puso delante de Täto quien vociferaba insultos en otro idioma sin quitar el dedo del gatillo.
—Muere, basura —le dijo, susurrándoselo casi al oído porque con una velocidad increíble había llegado a su costado derecho. Täto, en un repentino atisbo de astucia o quizá miedo, atinó a saltar hacia atrás al tiempo que ordenaba a sus Vestigios atacar. Fue un segundo demasiado tarde pues ya Roughs le había lanzado un zarpazo con aquellas falanges crecidas, blanquecinas y filosas como la guadaña de la muerte.
El brazo izquierdo de Täto le fue seccionado limpiamente y se le despegó del cuerpo en un reguero de sangre mientras saltaba para escapar. Chocó contra una pared al caer de espaldas y sin dudarlo se fue medio arrastrándose a un lugar más seguro.
Detras de él los Vestigios siguiendo su orden se habian lanzado sobre Michael, usando garras, bocas, tentaculos y todo tipo de armamentos de sus terribles cuerpos para dañarlo.
—Si que son molestos —murmuró el viejo, retrocediendo mientras se cubría con los huesos de sus antebrazos que se había expandido hasta la zona de la muñeca y protegían como un escudo pequeño y redondeado.
Poco a poco sin embargo el empuje imparable de las bestias cuyas energías y ferocidad era incomparable lo hizo retroceder y pudo ver por el rabillo del ojo como su enemigo escapaba por la esquina del pasillo dejando tras él un buen rastro de sangre por el brazo amputado.
Los constantes y brutales ataques de los Vestigios recordaban a las mordidas de una jauria de hienas que habian acorralado a su presa y no pensaban detenerse hasta devorarla, con la diferencia de que las hienas eventualmente se habrían cansado mientras que estas criaturas no conocían otra cosa más que devorar y atacar.
"El sonriente" Roughs retrocedió un poco más mientras los huesos de sus rodillas y muñecas crecían y se expandían para formar una suerte de protección punzante que desviaba algunos embates de las pesadillas andantes. "Jodidos hijos de..." pensó Michael pero una explosión se escuchó entonces justo detrás de él y a esa la siguieron dos más. Una lluvia de balas cayó sobre los Vestigios, repentina pero eficaz como una puñalada al corazón. Los monstruos no sufrían daños serios pero se veía obligados a por lo menos dejar de atacar o bien retroceder un poco en medio del pasillo, y eso era todo lo que Michael necesitaba.
—Fuera del camino —dijo con furia y desde su pecho surgieron los veinticuatro huesos de sus costillas como una punta de lanza de caballería que a pesar de ser blanquecinas se tiñeron de negro rápidamente al atravesar el cuerpo de la primera línea de Vestigios. A medida que se clavaban en la carne estirandose un metro o más, de los cuerpos salían protuberancias como huesos ramificados. De la primera línea pasó rápidamente a la segunda sin dejar de atravesar carne y allí donde se clavaban parecían hacer crecer del interior de los cuerpos monstruosos otras nuevas y afiladas espinas.
Era un espectáculo brutal y sangriento, como floreciendo desde el interior de los Vestigios, atravesando pecho, estómago y cráneos, las espinas de hueso les nacían internamente y se dirigían a los más cercanos como ávidas por cumplir su mortal cometido.
En cuestión de segundos la decena de enemigos disminuyó hasta volverse unos tres que se hallaban lo suficientemente lejos para no haber sido alcanzados por las costillas que a esa altura parecían más bien un bosque tenebroso de blanco y negro.
Michael cerró su puño derecho apretándolo y al sonido de la tela rasgándose lo acompaño el surgimiento ascendente de una larga lanza de hueso a la altura del codo. Entonces dobló su codo hasta tocarse el hombro derecho con la mano y como si estuviera apuntandoles con aquella espina señaló a los Vestigios. Acto seguido el hueso de su codo salió disparado como la flecha de una ballesta gigante y se clavó en el centro de una de las cabezas del Vestigio que estaba en medio del camino. Las otras dos cabezas que tenía a su lado gruñeron ante el ataque pero entonces los ojos se les desencajaron y las mandíbulas se abrieron de par en par cuando desde su interior florecieron también las espinas de hueso como había sucedido a los anteriores y como el,ls su cuerpo quedó completamente acribillado por aquella terrible muerte interna.
Los otros dos Vestigios que se encontraban a su lado no escaparon indemnes pues la repentina aparición de las lanzas alargadas hizo que no pudieran esquivarlas y que por hallarse cerca del Vestigio atacado también ellos fueran heridos por algunas de aquellas puntas blanquecinas. Se trataba de heridas menores, pero cuando se trataba de un hombre como Michael B. Roughs eso no importaba. Apenas eran cortados, desde el interior de sus cuerpos, como si sus propios huesos se hubieran vuelto locos y crecido de forma exponencial e incontrolable, surgieron decenas de puntiagudas puntas afiladas color calcio y entre gritos que podían ser de furia o algo más, murieron estallando en tinta negra como globos pinchados por mil agujas internas.
A varios metros de allí, en pasillos dentro de los que parecia haber estallado una tormenta, Täto corría sujetándose el muñón donde antes hubiera estado su brazo derecho. La sangre aun así le caía por la mano y manchaba el costado de su cuerpo pegándole la camisa al abdomen mojado y regando el suelo donde pisaba.
Aquel dolor no se comparaba en lo más mínimo al que había sentido cuando se había sometido a los experimentos de los hombres del profesor, quienes le habian realizado los tatuajes convirtiéndolo en lo que era ahora (al menos en una parte, pues la ferocidad y el placer por matar siempre había estado consigo), más aún así estaba débil y necesitaba refuerzos de inmediato.
Llamó mentalmente a todos sus Vestigios, repartidos por la mansión y a los que había dado la orden de cazar a todo lo que se cruzara en su camino. Si los reunian, lograria matar a ese loco de los huesos, estaba seguro. Con paso tambaleante se dirigía, o eso creía, hasta el lugar en el que había dejado buena parte de su ejército.
Una cocina donde, sino recordaba mal, los católicos se habian atrincherado.
Para ese entonces ya deberían estarse dando un festín con los cadáveres de aquellos creyentes, y Täto sonrió al pensar en que pronto estaría listo para hacerle pagar a quien lo había atacado.
Dobló por un pasillo y se topó con una escalera descendente. Bajó de dos en dos los escalones y llegó hasta una puerta de color violeta. Creyó recordar que era aquella y la abrió.
Unas manchas de tinta negra le empaparon los pies y la parte baja de los pantalones apenas dio unos pasos dentro de la habitación. Por lo demás, si aquella había sido la cocina, ahora ya no lo parecia. Las paredes, el piso de azulejos lustrados y hasta el techo bajo se encontraban totalmente cubiertos de manchones negros de tinta húmeda, como si un chef novato hubiera teñido problemas con sus ingredientes provocando aquel desorden.
Frente a la vista sobrecogedora, Täto se fijó en el hombre que se hallaba parado en medio de la habitacion.
Era delgado, no muy alto, con orejas algo alargadas que recordaba a las de un duende y el cabello negro corto como electrificado. Bajo una cejas espesas le dedicó una sola mirada enloquecida. Aquel hombrecillo estaba empapado de tinta negra hasta el cuello, por lo que su atuendo verde oscuro lucía aún más sombrío y los guantes que cubrían sus manos no daban la impresión de haber sido blancos nunca.
El hombre, el... ¿católico? Sostenía sobre su hombro una inmensa cruz de hierro, de la que goteaban algunos chorros de tinta. A sus pies la cantidad de tinta parecia tal que había formado un pequeño charco y el hombre tenía sus piernas hundidas.
—¿Otro más? Dame un segundo, ya estoy contigo, monstruo —dijo con voz ronca aquel mercenario que era conocido como "cruz de hierro" Robespierre.
Unos tres Vestigios, los únicos que se podían ver en toda la habitacion, rugieron y le saltaron encima en ese momento y el hombre blandiendo la enorme cruz de hierro partió en dos a uno de ellos con solo un golpe. A ojos de Täto aquello parecía un cuarto del infierno, una escena imposible y fascinante a partes iguales, pero volvió en sí cuando la cruz de hierro con que el Vestigio había sido golpeado y muerto se dirigió girando en el aire en su dirección. Aquel demente se la había lanzado y Täto apenas tuvo tiempo para saltar fuera de la habitacion cerrando la puerta tras de sí.
Cayó al suelo de espaldas contra la pared más alejada y escuchó el retumbar de la pared frente a él por efecto del golpe de la cruz.
Dentro de la habitacion los rugidos de los Vestigios se mezclaron con los gritos de aquel que a sus ojos no podia ser llamado hombre. Aquel que había exterminado a la mayor parte de sus Vestigios usando nada más que esa brutal cruz de hierro.
Täto, sin poder creer del todo lo que pasaba, se levantó y siguió corriendo. Sonreía como enloquecido, pero no era consciente de eso.
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HexHell ©
ActionLos monstruos son reales, acechan en nuestras pesadillas pero cada tanto pueden escapar de allí y volverse un miedo tangible y cercano. Cuando estas amenazas invaden, solo existe un grupo capaz de hacerles frente. Los "HexHell", están aquí para ca...