VII: Conexión

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El teléfono que sonaba no solía hacerlo normalmente, y cuando Selenna lo atendió ya suponía que eran malas noticias por lo que sencillamente preguntó:
—¿Qué? —mientras con sus dedos buscaba la pistola en la guantera. Los años le habían enseñado que los momentos difíciles eran más llevaderos si una podía sujetar un arma o un cigarro.
Del otro lado se aclararon la garganta.
—Acaba de llegarnos un pequeño informe... —dijo Michael B. Roughs, el asistente personal de Selenna y su hombre de mayor confianza. —Parece que la información se había tardado en enviar y además cayó en manos de un operario nuevo que no la considero tan relevante. Por otro lado sospecho de que esa demora no fue casual...
—Michael, ve al punto —lo cortó Selenna mirando hasta el edificio de la gran escuela 47. Desde su lugar todo lucía tranquilo, como expectante, tal y como ella en ese instante aunque en el interior su mente fuera al cien preparándose para las malas noticias.
—Uno de los mercenarios de San Miguel está en la zona. Miembro de los puntos cardinales, para ser más exactos. Parece que es un hombre conocido como Robespierre del Norte. De nombre verdadero desconocido. En la búsqueda rápida que realizamos no encontramos nada de hecho, es un fantasma de Roma.
"Ángel exterminador", "El incorruptible", "El último suspiro", "Houdini Pierre", "Cruz de Hierro Robespierre", son algunos de los apodos que tiene. Sea quien sea parece bueno, muy bueno. Es como nuestro Mesh, se encarga de exterminio y misiones de alto riesgo.
—Un profesional... —Selenna se llevó una mano a la sien. —La sede de Roma envía a un profesional al mismo lugar que nosotros y no nos avisan. Condenados. Michael, envía una unidad de refuerzos de inmediato —ordenó la líder de ExHell maldiciendo para sus adentro a los imprevistos que parecían surgir cuando menos se los necesitaba.
—Ya está hecho, hace diez minutos para ser exactos. Se encuentran en camino —
—Excelente. Si Mesh y la nueva se topan con este tipo...
—Eso podría terminar muy mal sin dudas —completó el asistente rápido y certero.
—Voy a entrar. Está misión acaba de cambiar rotundamente. Que los equipos de asalto se reúnan conmigo en el interior del edificio y tengan a todos allí bajo clave de amenaza nivel cuatro. Los quiero preparados y listos para actuar. Tu incluido —sentenció Selenna, precavida. Durante años había existido con Roma una situación tensa. Antiguas guerras habían derivado en pequeñas escaramuzas a lo largo del tiempo pero el fuego del conflicto aún no se apagaba y sería solo cuestión de oportunidades para que volviera a reavivarse. Aquellos eran hombres de fe, y en la experiencia de Selenna eso era lo único que se necesitaba para iniciar una guerra.
—Entendido.
Selenna cortó el teléfono y se lo llevó al bolsillo de su camisa agradeciendo internamente a Michael. Mesh y él eran los únicos en quienes podía confiar realmente.
—Tu, conmigo —dijo dirigiéndose a su guardaespaldas y chófer personal.
Además del arma que había en la guantera, extrajo desde su abrigo una pistola pequeña, calibre .26, pero toda chapada en oro y con balas de punta perforante y explosivas. Un solo disparo enviaría de regreso al mundo S a cualquier clase de criatura.
La manipuló con manos hábiles, quitando seguro y cerciorándose de que estuviera cargada y lista, luego volvió a guardarla entre sus ropas.
Mientras salía del coche y se colocaba la otra arma en la cintura se preguntó si eso seria suficiente y por si acaso le quitó de antemano el seguro también a esa.
Aspirando el aire frío del concurrido exterior, encendió un cigarrillo y se lo llevó rápidamente a los labios.
Estaba nerviosa, y a Selenna Pendragon, líder de ExHell, no le gustaba para nada estarlo.

Dentro de la escuela Maika no pudo precisar lo irónico de la situación.
Ella había conocido por primera vez a la organización ExHell al toparse con uno de los monstruos que cazaba, los llamados Vestigios. Esa pesadilla andante la había acechado y perseguido como el gato al ratón por los pasillos oscuros y estrechos de la mansión a la que había sido llamada junto a su ahora difunto compañero.
Finalmente Maika había muerto, y al mismo tiempo esa se convirtió en su única posibilidad de vivir otra vez.
Ahora, en el presente, de nuevo se encontraba huyendo por oscuros pasillos, que a su alrededor parecían estrecharse cada vez más hasta impedirle el paso. El corazón le latía desbocado y su respiración no paraba de acelerarse acorde a la certeza de estar corriendo por su vida.
La única diferencia era que ahora no la perseguía un ser de proporciones deformes y con látigos carnosos como armas, sino que era un hombre de carne y hueso pero la mirada de un diablo, quien tras su pista daba firmes pasos que retumbaban con eco en el medio de aquel edificio solitario. Un hombre delgado con las facciones de un duende, que cargaba una pesada Cruz de hierro y a propósito la arrastraba por el suelo produciendo un chillido que cortaba como un cuchillo en plena noche.
Maika se imaginó encerrada en un esqueleto gigante y hueco. Un cementerio para ella y los suyos.
Mesh... su salvador, su asesino, aquel que parecía tan confiado estaba muerto, despedazado y clavado a la pared como un cristo burlón. Si ese había sido su destino, ¿qué posibilidades esperaba tener ella?
<<Ya deja eso. ¿Hasta cuando vas a correr?>> la voz era indudablemente de Mesh, pero sonaba demasiado cerca, se escuchaba de hecho en el interior de su cabeza.
<<¿Mesh?>> pensó Maika, volteando la vista a todos lados sin verlo y sin dejar de correr. Como venía dobló por un pasillo y se encontró con una escalera que bajó en saltos largos.
<<Hay peleas de las que no se puede escapar, y esta es una de ellas. Apenas estás entendiendo lo que eres ahora, lo que somos>> le reprocho la voz que tenía el mismo tono serio de siempre pero había perdido parte de su melosa forma juguetona de pronunciar las palabras. O quizá solo se debía a que no habían palabras siendo pronunciadas.
<<Pero tengo mucho miedo. ¿Qué puedo hacer contra ese tipo? No soy una guerrera>> arguyó Maika. Por descuido tropezó en los resbalosos pisos pulidos del edificio y fue a caer al suelo. De un salto se levantó y siguió corriendo. Necesitaba encontrar una puerta y ya.
<<El mundo subterráneo es el lugar al que va a parar la historia de la humanidad y tanto tu cuerpo como tu espíritu están conectados ahora a este lugar. Te lo dije en la mansión y tu lo comprobaste hace unos minutos. Siéntelo chica enfermera, siente como ese poder te llena, déjate cubrir por las pasiones, las guerras, los conocimientos... escucha las voces eternas y busca una que pueda ayudarte. Deja que te tome, si lo haces te volverás como yo. Serás una digna defensora de la historia. Serás Maika Gestrud, ya no más chica enfermera. Hazlo.
<<Pero, no lo entiendo>>
<<No lo entiendas, hazlo>>
La joven dobló bruscamente y se apoyó en una pared. Un sudor frío recorría su cuerpo. El miedo la invadía como agujas por su espalda y su nuca.
Aspiró una gran bocanada de aire y cerró los ojos.
Todo aquello fue puro instinto, algo automático, pero al pensar en que no tenía ni idea de que estaba haciendo se dijo a sí misma que se equivocaba. Había algo, como un niño que ve por primera vez el fuego y se aleja, o contempla una tormenta y busca refugio. Era como estar haciendo algo por primera vez pero saber que la forma en que lo hacía era la adecuada.
De repente su mente se vació y hasta la voz de Mesh desapareció.
En su lugar apareció un paraje de absoluta nada, y de inmediato un rostro.
Era firme, curtido por las luces de un sol invisible. El cabello corto y rubio se le agitaba por un viento que no estaba allí, y aunque Maika supo que no había abandonado la escuela, ese hombre la miró directamente y sonrió. La confianza en un rostro.
<<Está bien>> dijo, <<Te ayudaré>>
Y entonces caminó hacia ella.
La sensación fue indescriptible. Maika creyó gritar, llorar, y finalmente quedarse inmóvil abrazándose a sí misma hasta enterrarse las uñas en la carne. Su rostro se retorció en una mueca del más puro terror y todo en ella, un todo que no llegaba ni a explicarse, pero que abarcaba su cuerpo, su mente y su ser, se reveló en un grito animal contra eso que estaba sintiendo.
Esa pérdida total del control, el apagarse de su consciencia y la forma en que sus recuerdos, pensamientos e ideas eran reemplazadas por otras muy distintas. Aparecían nombres que no conocía, lugares que jamás había visto y rostros que nunca había soñado.
Maika se llevó los brazos al estómago y cayó de rodillas al suelo. Intentaba gritar pero no podía despegar las mandíbulas.
<<Basta, tienes que dejarme>> pidió la voz de antes, pero Maika no supo a qué se refería. ¿Dejarlo? ¿Dejarle que hiciera eso? Jamás.
Con un esfuerzo desesperado logró removerse en el piso y lanzando un grito triunfal la terrible sensación desapareció dejando un eco de pequeño mareo y náuseas al que Maika correspondió tosiendo y escupiendo en el suelo.
<<Chica tonta... parece que aún no estás lista>> dijo Mesh y la decepción se hizo patente en su voz.
—¿No quieres correr un poco más? Sería una pena matarte ahora —Robespierre apareció de la nada justo al lado de Maika. Sonreía con cierta amabilidad a pesar de que en su mano derecha sostenía la cruz de hierro enrojecida por la sangre que goteaba despacio.
Maika pensó en gritar pero tres sonidos arrolladores suspendieron cualquier intento de articular palabra. Los tres disparos recorrieron el pasillo un poco más amplio que los anteriores y fueron perseguidos por el sonido de las armas al dispararlos. La cruz de hierro los recibió y rebotaron contra la superficie produciendo un estruendo metálico, para luego caer al suelo inmóviles.
—Agente de los mercenarios de San Miguel, conocido como Robespierre, se le informa que está en territorio jurídico de la real organización de cazadores unidos, re-bautizada HexHell. Se le ordena desistir de sus acciones inmediatamente y se le informa que de continuar con sus actos criminales, esto será considerado como una declaración de guerra de parte de Roma —el cañón de la pistola todavía humeaba cuando Selenna Pendragon acabó su discurso.
El grito de Maika la había guiado y se encontraba parada a unos cuatro metros de distancia, aún así sus palabras fueron escuchadas con claridad de la misma forma que se escuchaban los pasos retumbantes de Robespierre, quien con firmeza avanzaba hacia ella y su guardaespaldas.
—¿Se me ordena? ¿Guerra a Roma? —la voz del hombre surgió repleta de incredulidad como si un padre estuviera siendo amenazado por sus hijos pequeños. Cargando por lo bajo la cruz de hierro avanzaba sin detenerse. Robespierre bufaba con cada nuevo paso.
—Alto ahí mercenario. Está es la última advertencia —Selenna apuntó con ambas pistolas, el dorado de la más pequeña refulgió pero no tanto como sus ojos encendidos y la frente perlada en sudor.
Su guardaespaldas, Joseph Magnolio, se le adelantó un poco sosteniendo con ambas manos un gran revólver de apariencia brutal.
—Quédese detrás de mi —aconsejó Joseph apuntando a la cabeza. El plateado en que estaba chapada el arma refulgió junto con su traje negro bajo el juego de luces del exterior.
De repente Robespierre se detuvo y tras lanzarles una mirada ceñudo, comenzó a reír de forma furibunda, con la boca abierta de par en par.
—¿Me advierten? —dijo entre estertores de sonora carcajada. —Oh Miss... mucho se ha perdido en este mundo si ustedes, perros, pueden advertir a los agentes de Roma y salir ilesos.
—¡No lo haga! —gritó Selenna pero ya era demasiado tarde.
Robespierre se había lanzado a la carga sosteniendo delante de él la cruz de hierro.
En el interior del oscuro edificio se desató una pequeña tormenta.
Las armas abrieron fuego sin parar, y los destellos chispeantes de las balas rebotando contra la enorme cruz fueron relámpagos en miniatura. Algunos disparos lograron impactar a pesar del precario escudo pero aquello era como pretender parar un camión lanzándole piedritas.
Robespierre recorrió con un grito de locura la distancia que lo superaba de sus enemigos y blandiendo la cruz de hierro como una espada partió en dos de un solo golpe al desafortunado Joseph quien todavía sostenía el arma cuando su pecho se separó de su estómago y fue reducido a una mancha sanguinolenta en la pared cercana junto con órganos y huesos.
Molido como un pedazo de galleta agarrado a martillazos.
—¡No! —rugió de furia Selenna, disparando el arma dorada cuyas balas impactaron de lleno en la cabeza de Robespierre, entrando por su ojo derecho y la frente, estallando en su interior y provocando que se tambaleara hasta caer como un pequeño árbol que se resiste a los hachazos.
—Mierda —dijo Selenna observando los pedazos de carne y ropa ensangrentada que eran ahora su viejo guardaespaldas y chófer. Ella conocía a aquel hombre, lo apreciaba.
Desviando la mirada de la carnicería fue caminando al encuentro de Maika quien ya se tambaleaba en su dirección levantando un brazo.
—Cuidado... él no... no es humano —murmuró cuando Selenna estuvo a su lado. Está la sostuvo ayudándola a incorporarse.
—¿Donde está Mesh? —preguntó mirándola a los ojos con autoridad y firmeza.
—Me temo que muerto, Miss —pronunció una voz a sus espaldas y de un salto Robespierre se puso en pie —Clavado a una pared, bien asegurado. De aquí sus restos serán esparcidos por algún lado, y eso será todo. Polvo al polvo —dijo canturreando.
Las heridas en la cabeza habían sanado casi en su totalidad y donde antes había estado un ojo implosionado hacia adentro, ahora estaba la mirada de un asesino frío y despiadado.
Selenna sin embargo, sonrió.
—¿Solo lo clavaste a la pared? —preguntó con un tono amable, que no parecía fingido, era el tono con el que se le hablaría a un niño. —Se necesita mucho más que eso para detener a nuestro mejor hombre —dijo y entonces en el pasillo se escuchó el sonido en unos pasos repiqueteando.
Robespierre se giró sorprendido, y descubrió casi a su lado las piernas y parte de la cintura del mutilado Joseph. A pesar de la obvia falta del resto del cuerpo, las piernas se sostenían firmes y avanzaban con pasos certeros y lentos.
De repente, con un sonido a succión y como si hubiera estado oculto allí desde siempre, un cuerpo emergió de aquella cintura cortada en dos, como ascendiendo de profundas aguas.
Gotas de sangre salpicaron del suelo al techo y un largo cabello negro azabache se mezcló con el color escarlata que recorría aquel cuerpo como tatuajes.
De alguna forma las piernas del difunto Joseph ya no eran las suyas y la cintura amputada ya no lucía como una continuación ininterrumpida con ese nuevo abdomen y pecho que había surgido elevando sus largos brazos al cielo, como si tratase de un recién nacido.
Un abdomen firme en un cuerpo que transmitía la dureza de la piedra y la templanza del acero.
—Joseph no está muy contento por lo que le hiciste —dijo Mesh, y la sonrisa lobuna destello más que la dorada pistola de Selenna, mientras de la nada aparecían sobre su pecho desnudo el abrigo rojizo y la bufanda azulada que cubría su largo cuello.

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