Capítulo 4

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—¿No cree usted que es muy extraño todo lo que está sucediendo?

—¡Totalmente! – exclamó la señora Amelia, mientras tendíamos al sol las ropas que habíamos lavado esa mañana. – Me tomó por sorpresa verlos allí, ¿Cómo fue que logró convencerte de cenar con él? – me miró, genuinamente interesada en mi respuesta. – Aunque no me malinterpretes, el joven Derek es muy apuesto.

—¡Nada de eso! – negué rápidamente, agarrando algunas camisas para tenderlas. – pero... no lo sé, todo fue tan inesperado para mí que no supe cómo actuar. – confesé. – teníamos años sin intercambiar palabras entre nosotros, ni siquiera me miraba. Y de repente...

—Regresa – dijo ella, terminando mi oración y mirándome con ojos tiernos. Asentí, dándole a entender que concordaba con ella. – Ni yo misma puedo explicarlo, pero tal vez sea cierto y se siente arrepentido por alejarse de ti.

—O tal vez su padre ya le permite hablar con personas de mi clase. – dije irónicamente, provocando que ambas estalláramos en risa. No dudaba que la razón por la que se tornó de aquella manera tan egocéntrica y fría tenía mucho que ver con el señor Leblanc. – pero su disculpa pareció genuina, me hizo sentir bien.

—Siempre es bueno escuchar esas disculpas que no sabíamos que necesitábamos, pero se siente aún mejor perdonar. – agregó la señora Amelia mientras recogía el cesto ya vacío de la ropa. Ella era muy sabia y compasiva, me recordaba un poco a mi madre.

—Tiene toda la razón, señora Amelia. – le sonreí, asintiendo y acomodando mi sombrero.

—Vamos adentro, mi niña, antes de que el sol termine de cocinarnos. – Ambas volvimos a reír mientras hacíamos nuestro camino al interior de la mansión. Aunque el ambiente aún se sentía fresco, los rayos del sol no perdonaban a nadie.

Esa misma mañana la señora Amelia nos asignó nuestros quehaceres para el día. Junto a mis dos compañeras, Flor y Stepha, nos tocaba limpiar las habitaciones del segundo piso. Usualmente a esas horas de la mañana los señores de la casa no se encontraban allí, por tal razón se aprovechaba aquel momento para limpiar sus alcobas.

—Tomaremos una habitación cada una, así ahorraremos más tiempo. –dijo Stepha, mientras agarraba sus utensilios de limpieza. Nosotras estuvimos de acuerdo y proseguimos a hacer nuestra parte.

Luego de liberar mis manos al acomodar las cosas en el suelo, frente a una de las habitaciones, abrí la puerta confiadamente, ya que estábamos solas en la mansión, o al menos eso pensaba. Me llevé una gran sorpresa cuando sus ojos se encontraron con los míos, parecía que había acabado de despertarse, tenía un libro en la mano y el cepillo de dientes dentro de la boca, su cabello estaba alborotado y no tenía camisa, solo unos pantalones holgados que le llegaban a los talones. Él alzó una ceja, sin quitarme la mirada, y yo sentía que me moría de la vergüenza y cómo mi rostro ardía en fuego.

—¡Discúlpeme, señor! No sabía que estaba aquí. – dije rápidamente mientras me cubría los ojos con una mano, y con la otra agarraba el pomo de la puerta para luego cerrarla. Demonios, debí tocar por cortesía, solo para asegurarme. Me recosté de la puerta cerrando los ojos y calmando mi respiración, aquella escena no había sido nada agradable. Pero él, él ya no era el niño que antes conocía, su figura había cambiado, se veía fuerte y maduro, lucía tan diferente... Jamás había visto a un hombre de esa manera.

Grité de sorpresa cuando la puerta se abrió detrás de mí, provocando que callera de nalgas en el suelo. Dejé escapar un quejido de dolor, pero al momento sentí unas manos que me agarraban por los brazos y me levantaban con mucha facilidad.

—Mis disculpas, Liana. – escuché decir a Derek, mientras que me volteaba con rapidez para verle. Ya no tenía la parte superior de su cuerpo desnuda.

TAN SOLO TRES MESES | COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora