La brisa volvía a ser un poco más cálida, había pasado el invierno y el resplandor del sol ya se podía sentir en la piel. La primavera había comenzado hace algunos días y la naturaleza empezaba a florecer. Miraba el cielo a través de la ventana agradeciendo a Dios por un nuevo día y deseando alguna vez recibir la primavera en otro lugar, de otra forma, aunque Portugal era un lugar hermoso. Esa era la estación del año que más disfrutaba, de pequeña solía salir con mi madre al jardín cada día, esperando ver crecer las flores que habíamos plantado.
—Liana, linda, ya es hora de trabajar. —la voz de la señora Amelia me sacó de mis pensamientos. Puse mi vista en ella, quien me miraba con esa amable sonrisa que la distinguía. Asentí, devolviéndole el gesto y la seguí escaleras abajo para empezar con nuestra labor diaria.
La señora Amelia ha sido mi familia desde que llegué a este lugar, desde pequeña me ha instruido, consolado y enseñado con amor. Amelia era la encargada de los trabajadores de la mansión de los Leblanc, así había sido durante diez años. Ella se aseguraba de que las cocineras supieran qué preparar y de que todo estuviera listo a tiempo. También asignaba a cada sirviente lo que debía hacer, qué limpiar, qué decorar, su rol en algún evento preparado por el dueño de la casa, entre otras cosas.
El Señor Leblanc era un hombre muy importante en la sociedad, había heredado una gran fortuna de su difunta esposa. Desconozco la manera en la que invertía su dinero, pero sé que una gran parte se iba en celebraciones y banquetes para impresionar a los demás. Otra parte de su dinero era invertida en su único hijo, un muchacho tan arrogante como su padre. Cuando éramos más jóvenes él solía ser amable, juguetón y cariñoso, pero a medida que pasaba el tiempo su trato hacia mí y hacia los demás se tornó duro y frío.
Recuerdo que mis primeros días en esta casa eran tristes, lloraba en todo momento, no quería comer ni salir de mi habitación. Extrañaba a mis padres, deseaba que volvieran por mí. Nunca regresaron y entendí que no podían hacerlo. Derek, en ese entonces, siendo mayor que yo, entendía por lo que estaba pasando, él también había perdido a su madre. Entonces me invitaba a jugar y me ayudaba con mis asignaciones, pues recibí clases particulares hasta hace un año que terminé mis estudios.
Pasados los primeros dos años el señor Leblanc me asignó bajo el mando de Amelia como sirvienta en la mansión pues, según él, de alguna manera debía ganarme el espacio que tenía en la casa y qué mejor forma que trabajando. No me malinterpreten, agradezco que no me dejó a mi propia suerte, pero también entendía que detrás de sus intenciones no había afecto hacia mí, pena quizás. Después de eso Derek dejó de hablar conmigo y también dejé de buscarle, comprendí que era similar a su padre y no lo culpo, fue criado por él.
Así que por las mañanas tomaba mis clases y por las tardes trabajaba con la señora Amelia en la mansión. No obstante, en los eventos, bailes, cenas o banquetes preparados por el señor Leblanc, yo participaba como parte de la familia para evitar las críticas de los demás hacia un hombre de tanta influencia e importancia en el pueblo.
Con todo eso, podía decirse que era feliz. Amelia y las demás trabajadoras eran mis amigas, de ellas aprendí que las luchas en la vida son comunes, que no era la única que había pasado por situaciones difíciles. Además, tenía un techo donde refugiarme y comida para alimentarme, tenía una gran biblioteca que me permitía conocer otros lugares a través de las páginas de sus libros mientras aún seguía allí; había sido bien educada y tenía aspiraciones de vivir la vida que merecía.
—¡Nos vemos en un rato! —dije a las demás mientras me colocaba mi capa y salía por la puerta trasera de la casa para dirigirme a la panadería del pueblo. La señora Amelia planeaba ir a comprar pan para el desayuno, pero le insistí para que me dejara a mí, a lo que rápidamente accedió. Mientras salía de los atrios de la mansión, me topé con Derek, quien hacía su camino a uno de los carruajes, tal vez también iría al pueblo.
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TAN SOLO TRES MESES | COMPLETA
RomanceLiana era la única hija del señor y la señora Basurto, con dinero suficiente como para alimentar a todo el pueblo. Con todo eso, la teníamos aquí como sirvienta, ¿Cómo? "Ella no lo sabe, ¿Verdad?" Mi padre negó con su cabeza, mientras una pequeña so...