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MIGUEL DÍAZ SE DESCRIBIRÍA A SÍ MISMO como alguien persistente y capaz de hacer las cosas. Y esas emociones aumentaban en presencia de Johnny Lawrence, quién ahora lo incluía en el mundo del karate.
Bien dicen que sí 99 veces te caes, 100 veces te levantarás. Eso hacía Miguel, por mucho que se viera derribado por Lawrence, Díaz era capaz de demostrar que era mejor que eso.
— ¿Qué hace una cobra? —una pregunta que solía hacerle una y otra vez, hasta que no escuchara respuesta. Y en movimientos rápidos, Miguel se deshizo del agarre de su sensei.
— Se desliza —respiro pesadamente con seguridad en su argumento.
— Nada mal —sonrió claramente orgulloso.
Que orgullo era ver un antes y un después en el chico que parecía que fue ayer cuando Johnny lo conoció, débil e incapaz de pelear.
— ¿Qué? Pero ¿qué rayos? Eso no es justo —se sobó Miguel, quien había recibido un pelotazo en el oído gracias a la máquina que usaban para entrenar.
— ¿Quieres una pelea justa? —se incorporó Johnny —. Sigue soñando. No esperes que tus enemigos peleen bajo las reglas.
— Sí, pero mi oído —se quejo el muchacho.
— Si esa pelota fuera el amigo de tu enemigo atacando por detrás, debes de estar preparado para todo —Miguel lo miró con el ceño fruncido.
— Pero ¿quién golpea a alguien en el oído, sensei? —le cuestionó.
— Alguien que pone el cereal antes que la leche —miro hacia los lados sin saber que decir —. No seas un bebé, no fue nada —mintió al ver el oído de Díaz algo enrojecido.
— Hola —hablo serena una mujer acompañada de otras seis —. Hemos traído tranquilidad a este templo.
— ¿Qué es todo esto, sensei? ¿Templo? —hizo muecas por el aún dolor.
— Bueno es que tuve que alquilar una parte del dojo hasta que tengamos más estudiantes.
— Debemos cambiar el ambiente en este lugar —continuo. Lo siguiente que vieron ambos varones fue como dos mujeres colocaban una pancarta realmente detallada de amor y tranquilidad en lo que eran las reglas del dojo.
Johnny solo podía pensar una sola cosa: " mierda, necesito estudiantes ". Ya que sin el objetivo logrado, su apreciado dojo se convirtiría en un templo de yoga, no demasiado tranquilo para el sitio.
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Podría engañar a quien quisiera pero nunca a sí mismo. Y es que aunque lo negara, Daniel LaRusso aún seguía atrapado en el pasado, pero ¿cómo no hacerlo? si pasó su adolecencia rodeado de personas que lo querían ver caer realmente bajo.