Prólogo: La esposa de Strauss.

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Prólogo

La esposa de Strauss.


Mario.

Dejo caer el lapicero sobre la hoja en mi escritorio, viendo como su tinta roja ha marcado a aquellos que me deben y no me han pagado. Les he dado tiempo, oportunidades, pero ellos no han saldado su cuenta.

Soy un hombre compasivo, honestamente lo soy, y muchos dirán que no es cierto, que ser compasivo no es lo mío, que nunca he sido capaz de llevarme la mano al corazón por alguien, pero todo tiene un límite y estos hombres lo han alcanzado. Llámenme descorazonado, vil, malvado, acepto cada uno de los adjetivos. Sin embargo, también puedo llegar a ser amable cuando la situación lo amerita.

No me hagas reír, susurra la voz de mi conciencia. O tal vez no es mi conciencia, sino la locura que cada día me invade más.

—Señor.

Alzo la mirada, encontrando a uno de mis hombres parado en la puerta de mi despacho.

—Palumbo, ¿qué pasa?

—Una mujer ha venido buscándolo.

Resoplo. Hay mujeres que no entienden el significado de "aventura de una noche".

—Si es una de las putas que no comprenden que no quiero una relación con ellas, despáchala.

Palumbo cambia peso de un pie a otro, incómodo.

—No es una de sus... putas.

Frunzo en ceño.

—¿Quién es?

—La esposa de Strauss.

Mi ceño se profundiza. ¿Qué quiere la esposa del maldito Strauss? Espero que no venga a pedir favores por su esposo.

—Hazla pasar.

Le doy vuelta a la hoja que estaba mirando antes y me recuesto del respaldo de mi cómodo sillón. La puerta se abre, revelando a Palumbo, seguido de la impresionante mujer alemana que ha venido en mi busca.

Ella es hermosa, tanto que mi miembro se remueve al verla. Su cuerpo está bien proporcionado, con las curvas necesarias, pechos grandes y un culo ejercitado desde donde puedo ver, sus piernas son kilométricas y esbeltas, su cabello castaño largo cae en ondas sobre sus pecho y puedo imaginarlo envuelto en mi mano mientras empujo desde atrás. Su cara es tan espectacular como el resto de ella, ojos verde claro, pómulos marcados, cejas prefectas, pestañas larguísimas, pero lo más provocativo es su boca; labios gruesos, con el arco de cupido marcado, y de un color vino que me hace imaginar esa labial manchando la parte baja de mi cuerpo.

—Sra. Strauss, es una sorpresa verla por aquí. —Me levanto, rodeando el escritorio y abotonando la chaqueta de mi traje—. Siéntese, por favor.

Hace del espacio entre la puerta de mi despacho y la silla frente al escritorio una pasarela, bamboleando las caderas hasta que está frente a mí. Extiende una mano y yo la estrecho firme, apretón que ella me devuelve con la misma fuerza.

—Sé que soy la última persona a la espera ver aquí, en su oficina —comenta, tomando asiento en el sillón que le indico.

—Ciertamente es así. —Regreso a mi puesto detrás del escritorio y llevo mis ojos a los suyos—. Dígame, Sra. Strauss, ¿para qué soy bueno?

—Llámeme Nixie, por favor.

—Nixie —pruebo su nombre en mi boca a ver cómo suena; espectacular, igual que ella—. Si mi conocimiento no me falla, tu nombre significa "ninfa".

Evil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora