Capítulo 7: La tía Marissa.

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Capítulo 7

La tía Marissa.

Andar por las calles de Milán se siente como ser parte de una pasarela. No por nada es la capital de la moda.

El Cuadrilátero de la Moda, con los azulejos de diseños intrincados, las luces que se reflejan es estos provenientes de las tiendas, llevar en las manos bolsas y más bolsas de todas los lugares a los que he entrado... Es el sueño de cualquier mujer que ame la moda.

Amo Milán desde que vine aquí la primera vez. Siendo una niña, mi madre me traía aquí y yo veía cómo se probaba prenda tras prenda, escuchaba los halagos llenos de verdad de las dependientas ‒aunque sé que lo hacen con cualquiera así sean mentiras‒ y me imaginaba que yo estaba en su lugar. Sabía que, algún día, sería yo la que se mediría tan hermosas ropas y que lo haría acompañada de mi madre.

Ahora lo hago sola, si no contamos al par de hombres que me siguen a todos lados. Las personas que me ven creen que soy una mujer famosa o la esposa de algún político importante. ¿Qué tanto los alarmaría si les dijera que mi esposo es un delincuente de cuello blanco en Nueva York y que se codea con la mafia italiana, específicamente la más letal?

Saldrían despavoridos.

Aunque, bien visto, la que tiene tratos con la mafia italiana soy yo, Vincens solo cree que lo hace.

Ingenuo.

Miro sobre mi hombro a Rafaelo y él me devuelve la mirada. Hemos estado tratando de librarnos de Boris desde que salimos del hotel, pero no se nos despega ni un minuto. Es necesario que vaya a un lugar y Boris no puede saber que estuve allí.

Bajo la vista a mi reloj, notando que se hizo de noche.

Tengo una idea.

Me detengo a medio camino y me giro hacia ellos.

—Quiero irme al hotel —anuncio.

Rafaelo alza una ceja, reprimiendo una sonrisa. Sabe que amo las compras y no se cree que esté cansada en absoluto, pese a que mi expresión es muy convincente. De no ser así, Boris estaría mirándome con suspicacia y no con alivio. O tal vez solo está aburrido de seguirme todo el día.

—Por supuesto, señora.

Boris se para a mi lado y me indica que siga hacia la salida, Rafa poniéndose a mi otro lado.

En el auto, distraída mirando mensajes de Francia, digo:

—Me iré a dormir temprano, no me apetece cenar esta noche, solo quiero dormir. Mañana regresamos a casa y quiero estar descansada.

Ninguno responde, sus respuestas se limitan a asentir (Boris) y hacer un sonido afirmativo (Rafa).

En el hotel, mientras subimos en el ascensor hacia nuestro piso, nos encontramos con un par de hombres de edad media, pero bien conservados, que me dan miradas lascivas. Boris se los queda mirando todo el rato con gesto amenazante y Rafa conteniendo una carcajada.

No pueden ser más diferentes.

—Ti piacerebbe unirti a noi, bella? —pregunta uno de ellos.

Les doy mi mejor sonrisa seductora.

—Mi piacerebbe, ma sono stanco. Sarà un altro giorno.

Ajá, mi italiano sigue siendo así de bueno.

—Una vergogna —dice el otro—. A presto.*

—Ciao, bella.

—Ciao.

Evil ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora