Capítulo 2: Los patos necesitan comer

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"Bienvenidos a Clarksville, somos un pueblo amistoso"

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"Bienvenidos a Clarksville, somos un pueblo amistoso"

Leí el rótulo que estaba frente a mí, solté un resoplido y entré al supermercado. La noche anterior le había dicho las razones a mi tío del porqué estaba ahí, él estaba furioso con mi padre.

—¿Vienes Andrea? — escuché a mi tío, solté un suspiro y me acerqué.

—¿Y ahora? — pregunté mientras veía como unas señoras miraban mi camisa.

Mi camisa era blanca y tenía la bandera gay como logo, era hermosa por eso es mi camisa favorita. Le di una sonrisa coqueta y me acerqué a ellas.

—¿Qué tanto miran? — pregunté con una sonrisa.— ¿Quieren una de estas? — señalé mi camisa, las señoras fruncieron el ceño y prácticamente se fueron corriendo.

Volví a ver a mi tío y estaba negando con la cabeza, pero yo sabía que en el fondo se estaba divirtiendo. Me dijo que buscara los pepinillos, nos separamos y me dediqué a buscar el pasillo. Finalmente los encontré y solo quedaba una lata de pepinillos, frente a la lata estaba una niña. Me apresuré y antes de que ella la agarrara, estiré mi mano. La niña y yo nos miramos, le di una sonrisa dulce.

—Yo la vi primero. —respondió la niña cruzándose de brazos.

—Los patos necesitan comer. — Solté.

—¿Qué? —escuché confusión en su voz.

—Dije que los patos necesitan comer. — afirmé con una sonrisa—. ¿Sabías que los pepinillos son un buen alimento para los patos?

—¿Lo dices en serio? —preguntó con tono emocionado.

—¡Sí! —la niña empezó a saltar de la alegría.

—Genial, le contaré a mis padres, por favor llévatela y se los das a los patos. —Ella dijo muy rápido y emocionada, que de la nada desapareció.

—Ilusa. —Caminé con una sonrisa mientras me llevaba un pepinillo a la boca.

Llegué a la caja y vi a mi tío haciendo fila.

—¿En dónde estabas? —preguntó mientras me quitaba los pepinillos.

—Buscando los pepinillos, es que este lugar es tan grande. —dije con una sonrisa.

Mentira. Mi habitación en Manhattan era mil veces más grande que está tienda. En el lugar había unas cuantas personas, fruncí el ceño, todos lucían muy felices.

—¡Elijah, es bueno verte!— el cajero empezó hablar con mi tío, tal vez tenía unos cincuenta años, no estaba muy segura—. ¿Y esta jovencita quién es? —Miré a mi tío y rodé los ojos.

—¿Cómo está señor Stuart? Ella es Andrea, mi sobrina. —dijo mi tío con una sonrisa.

—Entonces es cierto lo que andan diciendo.

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