Capítulo 1: El comienzo de todo

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Manhattan, Nueva York

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Manhattan, Nueva York

—Señor Russell, lo siento mucho, pero hasta aquí he llegado con su hija. —Sonreí dulcemente ante la mirada que me estaba dando mi padre.

—James, hombre, ¿qué fue lo que hizo esta vez? —Vi como mi padre sacaba la chequera. 

—Está vez no, Joseph, su hija es un peligro para nuestro internado.— Alcé una ceja al escuchar eso.— Quemó el cabello de unas de sus compañeras y también explotó el salón de química.

—Así que, ¿ya estoy expulsada?—pregunté con tono aburrido.

—¡Cállate, Andrea!— giré para ver a mi padre—. Lo siento mucho, James, la verdad es que no sé de dónde sacó el comportamiento que tiene, está claro que de mí no. 

—Yo también lo siento, Joseph, eres mi amigo, pero ya no puedo tenerla aquí.— rodé los ojos al escuchar lo mismo de siempre.

Todos decían lo mismo, "eres mi amigo", eso era mentira. Cada persona que hablaba con mi padre era falsa, al igual que mis amigos,
lo único que les interesa es el dinero, la popularidad y la fama de mi padre.

Joseph Russell, un magnate de negocios, millonario y CEO de Russell Victoria; la marca de ropa más famosa de New York y yo, lastimosamente única heredera de todo eso.

Me levanté al ver cómo mi padre salía del despacho, le enseñé a James mi dedo del medio y seguí los pasos de mi padre. Al caminar por el extenso pasillo, me encontré con varias chicas con las que había estado.

Les guiñé un ojo y aceleré mi paso al ver que mi padre me dejaba atrás, la verdad extrañaría el lugar, tantas travesuras que había hecho.

—Apúrate, no tengo todo el día.—escuché la voz gruesa de mi padre.

Rodé los ojos y vi cómo subía a la limosina. Una vez dentro, abrí la
mini nevera y agarré una gaseosa. 

—¿Te das cuenta de lo que hiciste, Andrea?— anunció mi padre con tono serio—. Ya te han echado de seis malditos internados. Sinceramente
ya no sé qué hacer contigo, dame
tu celular y las tarjetas de crédito.

Fruncí el ceño y lo miré.

—¿Hablas en serio, padre? Por si no te diste cuenta, ya tengo dieciocho años.

—¡Solo hazlo!— gritó y casi quería reírme, pero no lo hice.

Con una sonrisa burlona le entregué las cosas, abrí los ojos al ver cómo rompía las tarjetas y tiraba mi celular por la ventana.

—¡¿Pero que carajos te pasa?!— le dije muy enojada—¡Detén el auto!

—Sigue manejando, Fred.— dijo mi padre sin levantar la mirada de su celular.

Miré hacia atrás en busca de mi celular, mis lágrimas empezaron a caer.

—Eres un hijo de la gran puta, te odio.— le dije mientras abría el seguro de la puerta y me tiraba.

Noche EstrelladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora