Hoseok era el chico del río. Se la pasaba flotando por horas y horas, solo viendo como el tiempo transcurría a su alrededor... Entonces en una de esas ocasiones le encontré, y fue inevitable el no sentir curiosidad por alguien como él.
Pero había un...
Desperté más asustada de lo que debería siendo que Hoseok se había levantado en la noche para apagar las velas y aquello significaba un peligro menos.
El lado de la cama en el que había estado mi acompañante, o más bien el lado en el que estuvo en algún momento antes de que ambos ocuparamos el mismo espacio, se encontraba más vacío que lleno. Me senté con rapidez viendo inmediatamente a la ventana y solté una maldición al percatarme de que ya no llovía.
—Mierda... No, no, no —me calcé con rapidez y tomé algo para cubrirme. Aunque abrigarme era lo que menos me interesaba en ese momento—. ¡Hobi!
No tardé nada en llegar a la puerta principal.
Miré hacia todos lados buscando algún rastro de él, por muy mínimo que fuera, pero no había absolutamente nada más que lodo y grandes charcos de agua. ¿Se había desvanecido mientras dormía? Sabía que era una posibilidad muy grande, pero había disfrutado tanto del momento que mi cabeza solo se había llenado de él.
Los ojos se me comenzaron a llenar de lágrimas y sin importarme nada más me dejé caer de rodillas al suelo lleno de esa mezcla de agua y tierra. Podía estar siendo muy dramática para una situación en dónde desaparecía alguien que había conocido hace no mucho, pero dolía y dolía tanto que tuve que llevar mis manos al centro de mi pecho para intentar calmar un poco esa angustia que me quería consumir.
¿Ese era el final? ¿De forma tan repentina todo había acabado?
—¡Jihae! —Su voz... Hasta en el aire lo podía sentir— ¡Levántate, Jihae! —tan cerca y a la vez tan lejos...
Y me estaba dejando llevar por todo ese dolor hasta que lo sentí. Al igual que la noche anterior me estaba ayudando a ponerme de pie. Limpió mi rostro con delicadeza y me sonrió de la forma más tierna posible cuando mis ojos le pudieron ver ya sin las lágrimas que nublaban todo.
—¿Sigues aquí? ¿No estoy alucinando, verdad?
—Estoy aquí, así que no llores, por favor. Necesito... hablar contigo y debes estar calmada.
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