Hoseok era el chico del río. Se la pasaba flotando por horas y horas, solo viendo como el tiempo transcurría a su alrededor... Entonces en una de esas ocasiones le encontré, y fue inevitable el no sentir curiosidad por alguien como él.
Pero había un...
Cuando desperté sentí que no había dormido ni cinco minutos. Me había quedado junto al chico del río tanto tiempo que al llegar a la cabaña el trabajo se complicó por la falta de luz eléctrica. Así que me las arreglé con una pequeña linterna que tenía para ordenar como mínimo la habitación en dónde me iba a quedar, que quién sabe hace cuanto no había sido utilizada.
Tenía mucha pereza y mucho que hacer. El día estaba perfecto para quedarme todo el día tirada mirando el techo, pero entonces recordé esos ojos que el día anterior me habían visto con tanta gentileza.
¿Qué estaría haciendo? ¿Seguiría en el mismo lugar? Era un ser tan único, y lejos de producirme miedo, estaba generando una gran curiosidad que no quería desaparecer por mucho que intentara no pensar en todas las características tan interesantes que poseía. Haberlo encontrado tan solo había sido una casualidad del destino, e incluso así, las ganas de saber más solo crecían y crecían.
—¿En qué te has metido? —me dije mientras guardaba algunas cosas en mi automóvil.
Iba a ir a verlo, sí. Pero no era por un capricho o algo parecido. Tan solo era porque no tenía nada que hacer y por lo menos de esa forma nos podíamos hacer compañía. Además... se lo había prometido, y no hubiera sido propio de mí hacer una promesa para luego romperla. ¿Para qué prometer algo si después no se iba a hacer? No tenía sentido. Era como preparar el almuerzo para al final no comer nada en todo el día.
El río estaba relativamente cerca de la cabaña, así que tras haberlo pensado un rato, saqué las cosas que había guardado en el automóvil y me las colgué con dos bolsas de género en mis brazos. Iba a ser un desperdicio de gasolina llevar el auto de ida y de regreso para un viaje que, aunque no era necesariamente corto, podía aguantar caminando sin que llegara a ser una travesía total.
Caminé por un pequeño sendero que encontré entre los arbustos y árboles hasta que finalmente llegué al río, y como si el tiempo no hubiese transcurrido, ahí estaba él flotando, solo que esta vez con la mirada perdida en el cielo.
—¡Chico del río, te he traído algo!
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
