Hoseok era el chico del río. Se la pasaba flotando por horas y horas, solo viendo como el tiempo transcurría a su alrededor... Entonces en una de esas ocasiones le encontré, y fue inevitable el no sentir curiosidad por alguien como él.
Pero había un...
—Ya deberías irte a la cabaña, Jihae. A esta hora la brisa ya se pone algo fría.
Tenía toda la razón, pero me había sentido muy culpable y no le quería dejar solo. Me había prometido hacerme feliz y yo solo le había prometido una compañía barata. ¿Acaso ignoraba la diferencia entre nuestras promesas?
—Solo quiero estar un rato más aquí. Hace mucho que no veo las estrellas...
Las ciudades en su mayoría tenían tantas luces que el cielo estrellado en todo su esplendor era algo difícil de admirar, en cambio, ahí en medio del bosque, las posibilidades de ver el cielo sin intervención era más probable. Un paisaje limpio y lleno de esperanza era algo que realmente añoraba ver por mí misma. Ver las imágenes sacadas por alguien más calmaban ese deseo, pero nunca iba a ser lo mismo.
Ya habíamos regresado al lugar en donde había dejado mis cosas, y mientras yo ya estaba algo más seca tomé asiento en esa roca que no tenía nada que envidiarle a los sofás de casa, que si bien, no era lo más cómodo del mundo, pero cumplía su función de permitirme sentarme. El chico del río tomó asiento con su espalda apoyada en mi asiento natural y por impulso ordené su cabello que gracias a la humedad y a nuestros juego en el agua, había quedado mirando en todas las direcciones posibles.
—Es una lástima que no las veas hace mucho. Yo las veo todos los días y son tan hermosas —su rostro apuntó hacia arriba, dejándome apreciar parte de su perfil—. Si llego a desaparecer me gustaría volverme una estrella.
Una estrella... Qué deseo más bonito.
—Desde el cielo podrías burlarte del río por haber escapado.
—Así es. Aunque igual lo extrañaría, creo que el agua ya se convirtió en mi elemento.
La forma en que acariciaba el agua lograba hacer que mi corazón temblara. Sus manos eran tan delicadas que parecían seda. El repentino pensamiento de que me tocara de esa forma me invadió. ¿Era muy raro pensar en él de una forma más allá de lo fantástico? Puede que el atardecer ya desapareciendo lo hiciera parecer todavía más atractivo.
—Chico del río, estoy comenzando a creer que eres un ser parecido al mito de las sirenas. Aunque todavía no sé la razón por la cual me seducirías.
¿Matarme? ¿Comerme? ¿Ahogarme para convertirme en su amante? Todo sonaba muy bizarro. Y ya habiendo compartido dos días con él nada de eso había sucedido. Al parecer su existencia tan solo seguiría siendo un gran misterio que me llenaba de curiosidad.
—¿Para hacerte feliz?
Su respuesta me hizo sonreír.
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