Hoseok era el chico del río. Se la pasaba flotando por horas y horas, solo viendo como el tiempo transcurría a su alrededor... Entonces en una de esas ocasiones le encontré, y fue inevitable el no sentir curiosidad por alguien como él.
Pero había un...
Definitivamente no morí, o por algo estaba sintiendo la horrible sensación de mis calcetas mojadas y mis pies tocando las piedras resbalosas del fondo del caudal.
—¡Tú! —le grité estando en un gran estado de confusión— ¡¿Por qué te intentabas matar?! ¡La vida puede ser una mierda, pero no es necesario ser tan extremo para llegar a esto!
Me limpié las lágrimas mientras arrastraba mis pies hasta la orilla. Él permaneció sentado con el agua llegándole unos quince centímetros más abajo de las clavículas. Cielos, tan solo a mí me pasaban estas cosas. Queriendo escapar de las preocupaciones me había metido en un lío que no esperaba.
—No me quería matar. Tan solo estaba flotando tranquilo —comentó. Sus manos se delizaron por la superficie jugando con el agua.
—Entonces sal de ahí de una vez. Me tienes los nervios de punta.
—No puedo —susurró. Hice mi mejor esfuerzo por escucharlo por sobre el sonido que producía el agua—. Estoy atado a este río. Salir de aquí me es imposible.
¿Anteriormente había dicho que no estaba muerta? Bueno, si no lo estaba de seguro iba en camino para estarlo. ¿Me había desmayado o estaba alucinando? Tal vez eso explicaba que el chico fuera tan guapo... La idea de que fuera un ángel tampoco sonaba tan descabellada si le seguía viendo con atención.
Por poco y se veía... irreal. Demasiado perfecto para ser llamado "humano".
—No eres un pez, hombre —me estaba poniendo histérica—. Si necesitas hablar sobre tus problemas, te puedo escuchar. Eso sí, luego me tendrías que escuchar a mí.
No podía creer que estuviera actuando así con un completo extraño. ¿Y si era una trampa y tras los árboles a nuestro alrededor habían personas esperando para atacarme y hacer cosas que ni siquiera quería pensar? Me lo pensé seriamente, pero cada vez que le veía a los ojos sentía que no había ni la más mínima pizca de maldad o malas intenciones.
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