Hoseok era el chico del río. Se la pasaba flotando por horas y horas, solo viendo como el tiempo transcurría a su alrededor... Entonces en una de esas ocasiones le encontré, y fue inevitable el no sentir curiosidad por alguien como él.
Pero había un...
—¡Mira! —con rapidez se acercó mientras sostenía algo entre sus manos.
Ya había pasado un día y habíamos regresado a nuestra pequeña rutina de solo pasar el tiempo juntos mientras jugábamos en el río. Nada había cambiado entre nosotros, incluso después de besarnos. Ojitos gentiles era alguien que al parecer podía seguir su vida normalmente.
—¿Qué es?
Me extendió una de sus manos dejando ver una piedra redondeada y con finas líneas que iban de gris a un blanco tiza. Las franjas de sus bordes eran ligeramente más gruesas y de alguna forma aquel detalle lograba hacer que se viera bastante adorable.
—¿Te gusta?
—Está muy linda —le respondí dándole una pequeña sonrisa y tomando la piedra de su mano.
Ante mi respuesta, rio de forma estruendosa logrando que me quedara algo confundida. ¿Había pasado algo y yo no me había dado por enterada?
—Extiende una mano y cierra los ojos —me avisó mientras me quitaba el regalo que supuestamente me había dado.
Hice lo que me dijo y extendí mi mano derecha estando todavía más confundida. Incluso si era un pequeña poedrecilla, estaba feliz. Cualquier regalo que me recordara un lindo momento era bienvenido. No era necesario algo muy elaborado u ostentoso para tenerme alegre.
Sentí como depositó algo y como la piel de sus palmas envolvían mi mano por arriba y por abajo. ¿Sería otra piedra? La que me había dado realmente me había parecido muy bonita y dulce, no sentí que fuese necesario cambiarla por algo más...
—Bien, Jihae, ya puedes abrir tus ojitos.
Sus palabras se colaron por mis oídos e hice lo que me decía. Le miré con una mueca confundida, ya que sus manos seguían rodeando la mía, por lo que ver lo que había dejado era imposible. Tal vez era una broma y se trataba de una pequeña rana o algún insecto. No me daban asco ni nada, así que si me quería ver chillar sería algo difícil.
—¿Y qué debo ver?
—¡Esto!
Y ahí descansando en mi mano había una pequeña roca verde con líneas más claras y, como si ya no fuera lo suficiente linda, tenía una forma que se asemejaba a la de un dulce corazón. Tan dulce que era igual a quien tenía frente a mí con esos ojos gentiles.
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