Rebelde Amor

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"Cuando estés triste y nadie lo sepa, yo voy a enviarte diez rosas negras, cuando tu corazón este frío y oscuro, yo voy a enviarte diez rosas negras..."

The Rasmus.

Esas fueron sus últimas palabras, antes de subir a ese tren, se despidió con un beso en la mejilla y agitando su mano derecha, partió dejándome intranquila, con un lago de dolor en mi ser... Esperé por muchos meses hasta que se completó un año entero y nunca supe nada de él. Por todo un año, después del cual prometió volver, no me pareció extraño no verlo entrar por esa puerta de caoba, y mis lágrimas regresaron, rodando por mi rostro, delatando la tristeza, desilusión y dolor que provocaba el hecho de creer que no todos los hombres son iguales...

Mi nombre es Zelda, vivo en un pequeño complejo de departamentos en el este de la ciudad de Los Ángeles, California. Me dedico a la pintura, amo el arte, y en lo personal puedo decir que soy una verdadera talentosa. Escucho música clásica y me encantan los restaurantes donde hay orquestas tocando Mozart o Beethoven o Luciano Pavarotti. Tomé cases de piano desde los seis años, y aunque la verdad nunca logré ser profesional, en ocasiones me pongo a ensayar algunas melodías, como las canciones que cierto hombre me compuso, dizque por amor...

Me pongo a pensar por qué me torturo yo misma de esta manera. ¿Vale, acaso, la pena derramar más lágrimas por él? Así que me dispuse a cambiar de vida, botar a la basura las fotos que me tomé con él, los regalos que me hizo, quemé las sábanas que sudamos juntos esas noches de pasión, por que amor nunca hubo. Y yo de estúpida que le creí...

Una tarde, ese verano, llegó un joven rubio, de ojos azules como el mar, cargando un par de maletas y una mochila, en los dientes sostenía unas llaves, parecía estar batallando con su equipaje. Me acerqué y le tendí una mano, tomando una de las maletas por él, de hecho, la más pequeña, pesaría lo mismo que yo. Me dirigió una sonrisa tan dulce, con una pícara inocencia en su rostro, que no creí ver alguna vez.

Pues, sin más, le conteste el gesto y nos encaminamos a su departamento, justo en frente del mío. Daba la casualidad de que mis anteriores vecinos eran suecos y se regresaron a su tierra natal por cuestiones de familia. El departamento quedó deshabitado por un par de semanas y llegó este chico a ocuparlo.

Después de abrir la puerta, entró, dejó sus cosas y salió a tomar la maleta que yo le había ayudado a subir. Sus ojos azules eran deslumbrantes, expresivos y delataban que no pasaba de los 20 años.

— Gracias — dijo tímidamente.

— No, de nada — respondí — Vas a vivir aquí...

— Si. Es una suerte encontrar un departamento disponible y de renta accesible. Dejé mi último departamento por que la renta valía más que yo... — decía mientras sonreía — Disculpa, mi nombre es Link, si se te ofrece algo, estoy disponible, antes de las 10 de la noche y después de las 10 de la mañana, jajaja...

— Jajaja... Gracias, yo soy Zelda, de hecho estoy en casa todos los días, trabajo en mi hogar, así que casi no veo a nadie. Pero si necesitas algo, vivo en frente.

— Oh, Zelda, es un nombre hermoso...

— ¿Hermoso? A mí no me gusta.

— Pues a mí si. Bueno, nos vemos, Zelda.

— Claro, adiós.

Me metí en mi departamento, estaba algo asustada. ¿Le había sonreído a un desconocido? Bueno, es agradable, y joven, aunque se parece un poco a ese bastardo. Pero éste chico es rubio, el otro era pelinegro. Pasados unos días, este nuevo vecino se convirtió en la sensación del pasillo, pues le hacía los mandados a las señoras mayores y no pedía recompensa, le regalaban galletas o postres horneados, y lo querían mucho. Debo admitir que me parecía encantadora su actitud, un verdadero héroe, alguien desinteresado que solo veía por los demás.

ADVENTURES | Zelda One-Shots Donde viven las historias. Descúbrelo ahora