❝Tipo de ansiedad que tiene que ver con el miedo a la muerte, el proceso de morir o perder a un ser querido.❞
Con la llegada de la guerra, James Potter tiene miedo de perder a las personas que ama.
Hay gente que tiene miedo de morir, el simple hecho...
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Alexandra tomó la caja que Remus le tendía, lo miró dudosa, pero la metió dentro del estante de galletas al ver su sonrisa segura.
–¿Confías en mí?
–Mucho.
–Bien, tú tranquila. –sacudió su mano. –Nosotros nos iremos ahora, habla con él y luego cuéntame todo, aunque estoy seguro de que él nos llamará al instante.
–¿Por qué tan seguro?
–Si juntas a James, buenas noticias y su efusividad, el resultado es ese.
Alex soltó una risa y vió desde allí cómo Sirius se dirigía a la chimenea, Remus besó su frente rápidamente y lo siguió para marcharse.
–¿Estás bien? Te ves algo nerviosa.
–Sí, solo... pensaba.
James soltó una risa y se acercó a ella con una sonrisa burlona, posó las manos en su cintura y fingió pensar.
–Bien... ¿y en qué pensabas?
–Solo en... cosas. –titubeó.
–¿Hay algo de lo que quieras hablar?
–No.
James suspiró y miró el suelo por unos segundos para luego levantar su vista hacia ella. Sus ojos verdes inspeccionaban su rostro, su nariz se arrugó un poco y había una pequeña sonrisa, intentando parecer segura.
–Arrugas la nariz cuando mientes ¿recuerdas?
Ella frunció su ceño y de forma inconsciente tocó su nariz, haciendolo reír, pero a los segundos volvió a la seriedad de antes.
–Vamos, hay algo que te inquieta.
–No hay nada, James.
–En momentos como este haría de cuenta que te creo, ya que no me gusta insistir, pero esto viene desde hace semanas, Alex. –se separó un poco para apoyar su espalda sobre la mesada. –Hay algo que ocultas, y no quiero que pienses que desconfío pero no puedes decirme que nada sucede cuando claramente hay algo.
–Yo no... –suspiró de forma temblorosa y miró sus manos.
–¿Es algo malo?
–No. –susurró. –O tal vez sí, bueno, depende de cómo lo veas. En realidad...
–Divagas.
Alex relamió sus labios y negó con su cabeza, logrando que James se enfade un poco. El azabache sacudió su cabello y se quitó sus anteojos por unos segundos para poder refregar su rostro.
–¿En verdad debo insistirte?
–Solo ignorame, ya se me pasará.
Aunque sea hasta estar segura, o hasta tener una panza del tamaño de una sandía. Pensó.