❝Tipo de ansiedad que tiene que ver con el miedo a la muerte, el proceso de morir o perder a un ser querido.❞
Con la llegada de la guerra, James Potter tiene miedo de perder a las personas que ama.
Hay gente que tiene miedo de morir, el simple hecho...
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Alexandra miró con una mueca a Samantha, la niña estaba sentada en uno de los taburetes de la cocina, tenía sus manos apoyadas en la mesada alta y su mentón sobre las mismas, miraba un punto fijo de la mesa y movía sus pies de adelante hacia atrás.
Eran las vacaciones de Pascua, Harry y Samantha estaban aprovechando las mismas para estar con sus padres. Ambos tenían trece años, por lo que ya estaban en su tercer año de Hogwarts.
Alex suspiró y limpió sus manos con un trapo para luego acercarse a la niña.
–¿Todo está bien, pequeña?
Sam la miró y automáticamente sonrío. Movió su cabeza de arriba hacia abajo.
–¿Segura?
–Sí, mamá.
Alex mordió su labio inferior y tomó asiento frente a ella. Acababa de lavar los platos y cubiertos utilizados para la cena.
–¿Tu padre y tu hermano siguen afuera?
–Sí, creo que están jugando.
–¿Y por qué no estás con ellos?
La niña elevó sus hombros sin saber y continuó mirando la mesa.
Alex suspiró sin saber que hacer. Habían pasado trece años desde que tuvieron a los mellizos, y hasta el día de hoy habían cosas que no sabía cómo solucionar o manejar.
–Algo te sucede, linda.
–Nada me sucede, mamá. –respondió de malagana.
–Bien, está bien, te creo. –tomó su mano sobre la mesa. –Pero puedes hablar conmigo sobre lo que quieras ¿lo sabes?
–Mh. –afirmó.
Alex hizo una mueca y continuó con el agarre, entrelazó sus manos de mejor manera, dejando sus pulgares hacia afuera. Al instante Samantha sonrió, sabiendo que eso significaba una pequeña lucha de pulgares.
–Te voy a ganar. –murmuró Alex comenzando a mover sus pulgares e intentando aplastar el pulgar de la menor.
–Ya quisieras.
Lucharon por un rato hasta que Samantha ganó, la niña soltó una risa arrogante y elevó sus brazos. Alex fingió una pose enojada y miró hacia otro lado, falsamente ofendida, la pequeña pelirroja simplemente rió. A los pocos segundos, Sam volvió a su porte serio y algo triste, haciendo que el corazón de su madre doliera.
