27. Rutina.

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¡Hola mis bonitos lectores! Como mencioné antes, estos ya son los temitas para ir cerrando el fic, me da mucho amor verlo culminar en este punto, ojala hacer un final semi decente no más. 

¡Espero que les guste!

Aslan aborrece las disculpas, jamás han arreglado nada a lo largo de su vida, suelen idealizarlas como si fuesen palabras mágicas, se pronuncian en voz alta y puf, de pronto el daño se ha reparado, igual que las grietas en una vasija de arcilla de...

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Aslan aborrece las disculpas, jamás han arreglado nada a lo largo de su vida, suelen idealizarlas como si fuesen palabras mágicas, se pronuncian en voz alta y puf, de pronto el daño se ha reparado, igual que las grietas en una vasija de arcilla dentro del horno, dichosas disculpas actúan siendo ese barniz brillante que se encarga de suavizar las cicatrices y darle una segunda oportunidad. Griffin le enseñó la importancia de estos modales, de las palabras de cortesía, pero en algún momento se cansó: «Lo siento chico, pero pagué un buen precio por ti», «Lo siento, murieron en el tiroteo», «Lo siento niño, tu hermano se quedará en un estado casi vegetal».

Las disculpas jamás han salvado a nadie de nada.

Y aun así...

—Lo lamento, Eiji.

Él se encuentra pronunciándolas mientras se aferra a la palma de su novio, posee la mirada clavada en el mugriento suelo de la estación, el aroma a café barato entremezclado con cigarrillos de tienda se funden en una bruma fantasmal hacia sus memorias, no le gustan las celdas, aquella época dentro de prisión es un fragmento que apenas recuerda.

Lo ha escuchado en varios estudios de psicología social, en lugares donde la jerarquización de poder se encuentra tan desequilibrada se adoptan roles con un afán de supervivencia que una vez arrojado al mundo normal, se olvidan. Pero mierda, fue una masacre lo ocurrido con los perros falderos de Dino, incluso llegó a creer que tenía SIDA y era factible, las violaciones grupales sostenidas no dejan impune al cuerpo de enfermedades, por suerte era otra cosa y se la logró tratar.

Así que estar otra vez frente a las celdas le genera mucha impotencia.

—Van a estar bien. —Las palabras de Eiji son suaves y violentas en medidas similares, son tan ligeras que danzan como una pluma de mirlo al son de la brisa, son lo suficientemente feroces para taladrar en el hueso de su cabeza e irrumpir a la fuerza la disrupción—. Estoy a tu lado.

—Lamento que sea así. —Las pronuncia otra vez—. Te has perdido el cierre del semestre gracias a este desastre ¿no? —Su omega se encoge de hombros, batiendo esas pestañas de carbón mientras sus orejas se encogen en la hiperalerta del ambiente, el clima en la estación es feo, gris se atrevería a apostar si tuviese un color.

—Ya di todos mis exámenes, no fue la gran cosa.

—Aun así. —Lo fue, porque quebrantó esa frágil ilusión de cotidianidad que ambos se esmeraron en forjar—. Me habría gustado que terminaras el semestre como corresponde.

—Esto es más importante.

—Supongo que tienes razón.

Se quedan en silencio, Aslan quiere ahogarse en ese incómodo mutismo, pero en su lugar repasa de manera errática cada rincón del cuartel, va por las mugrientas paredes húmedas, las sillas de madera podridas donde se encuentran sentados, los barrotes recubiertos por una capa de óxido, el cenicero rebosante de cigarrillos grotescos junto a los vasos de café que vende la gasolinera, es amargamente familiar y no sabe por qué diablos ha regresado acá. Está mejor, no es bueno exponerse a estímulos que pueden reavivar las llamas del trauma durante tan quebradizo equilibrio.

Release the bunny [Omegacember]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora