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A principios de julio ocurrió una de las batallas más fuertes de todo el mundo mágico, por fin los mortífagos se decidieron a ir a por Harry Potter con la intención de matarlo. Supe que si yo iba lo mataría con mis propias manos y no dejaría que nadie, ni siquiera el mismísimo Voldemort, lo hiciesen antes que yo, por lo que decidí quedarme en casa y nadie se opuso a ello por ser novata. Horas después de esa batalla apareció corriendo Maddy, la Elfa doméstica de nuestra casa.

—¡Mi señora, mi señora! —miraba todo el rato hacia abajo—. ¡Mi señora ha ocurrido una gran desgracia!

Estaba tumbada en la cama e hizo que me incorporase rápidamente, nerviosa, ella nunca aparecía en mi habitación por sorpresa y menos sin llamar a la puerta, supuse que algo realmente malo pasaba para que entrase así.

—Es el amo... él... él... ha sido asesinado.

Sentí como mi corazón se apagaba de golpe, él era todo lo que tenía en el mundo después de que años atrás mi madre falleciera y ahora no tenía nada. De mis ojos empezaron a brotar lágrimas de manera incontrolada, mis manos empezaron a temblar, la cabeza me dolía y sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, me costaba respirar, sentía que me ahogaba aun teniendo todo el oxígeno para mí y tenía escalofríos como si realmente hiciese frío en pleno verano. Maddy al notar que lo que me pasaba era un ataque de ansiedad, me cogió de la mano y comenzó a hablarme de lo que había preparado para cenar, minutos después consiguió que me relajase y me trajo corriendo un vaso de agua. Le di las gracias y me repitió cientos de veces que no era necesario, que era su ama y quería lo mejor para mí.
Después me explicó que se convocó una reunión de mortifagos para las once de la noche y que era estrictamente necesario ir de negro para velar a aquellos que ya no estaban con nosotros tras esa batalla. Miré el reloj colgado en la pared, eran las nueve, aún tenía dos horas para arreglarme. Maddy se retiró y yo volví a llorar, por suerte esa vez solo fueron lágrimas que causaron dolor de cabeza y una pequeña sensación de ahogo, nada que fuese a provocarme otro ataque. Cuando pasó poco más de una hora me cambié, me puse un vestido negro, maquillé mis ojos para que se vieran oscuros y mis labios totalmente negros para al terminar ir a casa de Voldemort, el lugar de las reuniones. Llegue y me senté en mi sitio, dejando a mi derecha un hueco vacío en el que mi padre debía estar, cayó por mi rostro una lágrima.

—Como casi todos sabemos, esta batalla ha sido catastrófica y entre otras muchas personas, hemos perdido al señor oscuro —comenzó a hablar Severus Snape—. Ese niño, Harry Potter —mencionó con desprecio—, lo ha asesinado, y es nuestro deber vengarle, pero primero, necesitamos alguien que nos lidere.

—¿Y quién lo hará? —preguntó un mortífago a quien no conocía de nada.

—Hace muchos años, Lord Voldemort hizo un trato con Gellert Grindelwald, a cambio de que este guardara su mayor secreto. Si el señor oscuro moría, sería la hija del otro quien lideraría a los mortífagos siempre y cuando tuviese más de quince años y, puesto que la señorita t/n ya tiene dieciséis, ella será nuestra jefa ahora.

Los rostros de todos se giraron para mirarme, yo me quedé atónita ante la noticia, no sabía qué decir o hacer, era surrealista que una chica de dieciséis años liderase a personas mayores que ella, algunas debían tener más de cincuenta años. Severus me señaló el lugar de Voldemort, indicándome que me sentase allí, tragué grueso y despacio, me levanté, me acerqué hasta allí y me senté. Todos seguían mirándome, notaba miradas de desaprobación como la de Lucius y Bellatrix, y otras que se notaba que les sabía mal verme tan pequeña y con un cargo tan grande, como la de Narcissa o Snape. Ahora estaba en la punta de la mesa, a cada lado tenía a uno de los hijos de Voldemort, Tom y Matteho Ryddle, no me atreví a mirarles a la cara, estaba segura de que para ellos era más que injusto que fuese yo quien se encontrase allí.
En el momento en que me senté allí supe que no podía seguir siendo la que era, no podía tener tantas debilidades ni dejar que cualquier cosa me doliese o me provocase estar mal, a partir de aquel instante me gustase o no tenía que ser más fuerte y era más una obligación que algo que yo quisiese. Siempre había sido la Slytherin que no era digna de su casa, puesto que siempre iba con Gryffindors, como el trío de oro. Además, era completamente amable con todos, sensible y débil, eso hacía que todos, incluida yo, pensásemos que el sombrero se equivocó al decir que yo pertenecía a Slytherin. El proceso de cambio me duró tan solo ese verano, al empezar el último curso yo ya era completamente otra persona y me encantaba esa otra persona en la que me había convertido. Cambié de amigos en poco tiempo, ahora siempre iba con los Ryddle, quienes me explicaron que se alegraban de que no les tocase a ellos ser los líderes, al parecer a ninguno les gustan las responsabilidades. Aparte de ellos, también estaba Draco, Blaise y Pansy. Siempre pensé que todos ellos eran unos estúpidos niños mimados de papá y mamá, sin embargo, cuando empecé a ir con ellos me di cuenta de que eran todo lo contrario, sí que Pansy era un poco así, pero de todos modos era un encanto.

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