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—Estaría dispuesta a morir por vengar la muerte de mi padre si hiciese falta —respondí a la pregunta con total sinceridad.

—Por favor... por favor no lo hagas —suplicó Dumbledore.

—Si le hubieses detenido, si no le hubieses dejado matar a mi padre... no tendrías nada que suplicar ahora, porque yo no estaría aquí vengando la muerte de nadie. No obstante, no lo hiciste y es por eso por lo que ahora estamos aquí.

—Por favor... —repitió.

—Pediría perdón por matarlo, por haceros sufrir, pero sería mentir, porque en cuanto su corazón de ese último latido, yo no sentiré nada más que paz. Paz por haberme vengado, paz por haberme quitado ese peso de encima, por saber que no tendré que ver de nuevo su rostro.

Dicho eso dirigí mi mirada al niño que flotaba a mi lado, levanté mi mano derecha, la cual agarraba con fuerza mi varita. Todos allí sabíamos lo que iba a hacer, pero nadie sabía si sería efectivo, si funcionaría, es lo que intentó Voldemort hacía muchos años cuando él solo era un bebé y no tuvo el resultado que esperaba. Probablemente, también lo intentó el día de la batalla, yo no estuve allí, por lo tanto, no tenía idea de que pasó, de sí lo intentó y no lo consiguió o si directamente Harry lo mató antes de que a él le diese tiempo siquiera a intentarlo. Sin esperar demasiados segundos, le lancé lo que llevaba esperando desde que planeé matarlo, un "Avada Kedavra". En ese momento la mirada de todos, salvo de aquellos a quienes su vida no les importaba, mostraron completo miedo por si esta vez si funcionaba, aunque no fue así. Una vez lanzado el hechizo ni se inmutó, era como si no le hubiese lanzado nada en ningún momento, ni siquiera sintió dolor, que era lo que al menos esperaba que notase.

Eso provocó que la ira me invadiese al completo, iba mentalizada de que pudiese pasa algo así, aunque de todos modos eso no quería decir que en el momento en que pasase me fuese a quedar tan tranquila como si nada. Por suerte pensé en todo y llevaba en el bolsillo de mi túnica una daga, esta era de plata, pero con el mango negro, la punta era una calavera y la hoja tenía dibujada una serpiente en negro. La saqué del bolsillo despacio, una vez fuera escuché como muchas gritaban que no lo hiciese, suplicaban piedad por él, miré hacia abajo para ver a todas las personas, entre ellos distinguí a mis amigos, quienes me miraban sonrientes. Les devolví la sonrisa e inmediatamente volví mi mirada a Harry.

—¿Sufrió? —le pregunté antes de hacer nada, solo él me escuchó.

—Le lancé el mismo hechizo con el que acabas de intentar matarme.

—Eso no es una respuesta.

—No, no sintió dolor —contestó sincero—. Su muerte fue instantánea, sin dolor alguno —le miré algo desconfiada—. Tienes mi palabra.

Eso no provocaba que me lo creyese, no me convencía del todo, pero decidí que su muerte fuese lo más rápido que pudiese, independientemente de si mi padre sufrió al morir o no, Harry ya había sufrido demasiado con la muerte de sus dos mejores amigos y de su padrino. Por un momento la idea de que tal vez no era tan mala como todos pensarían, una vez le quitase la vida al famoso Harry Potter me hizo reír, aunque después me di cuenta de que realmente yo no era del todo mala, es decir, si lo era, pero más que eso era justa, lo que estaba haciendo era justicia, lo de matar a esas tres personas si fue de ser mala.
Apreté el puño donde se encontraba la daga, guardé la varita en mi bolsillo y miré al niño, le sonreí con maldad y sin pensármelo dos veces más, llevé rápido mi mano acompañada de la daga al pecho del chico, hundiéndola hasta el fondo de su corazón. La moví un poco para que de esa manera su muerte fuese algo más rápida, la saqué y me aparté de él, sus ojos estaban abiertos y salía sangre tanto del corte como de su boca. No le quedaba demasiado tiempo más de vida. La sangre caía desde esa altura hasta el suelo, por suerte no se encontraba nadie bajo nosotros y las gotas no mancharon a ninguno de los presentes. Bajé poco a poco a Potter al suelo, muchos de los presentes se acercaron corriendo al chico ya muerto.

Y en ese momento respiré, respiré como si no lo hubiese hecho en esos últimos dos meses porque ahora me había quitado ese gran peso de encima. Llevé mi mirada al cielo, visualicé el rostro de mi padre allí arriba, mirándome con orgullo y no fui capaz de sostener las lágrimas, empecé a llorar, pero sonreía, porque me sentía feliz de haber vengado por fin su muerte.

FIN

VENGANZADonde viven las historias. Descúbrelo ahora