Un mundo despiadado

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Los tíos altos y poco hábiles seguía intentando atraparme y yo seguía chocando con personas que se quedaban sin entender nada. Mi respiración ardía, no podía parar. Sería culpable, lucía como uno: con los nudillos morados, sangre en mi camisa vaquera y en mi rostro, mal día para no usar negro. Una vez más era el perseguido. Una esquina, una más siempre mirando atrás, intentando que las piernas no me traicionaran cuando notaran que las hacia trabajar como nunca lo había hecho antes. Las cicatrices de mis yemas sangraban al rozarlas contra el asfalto para girar las esquinas. Seguían persiguiéndome, podía oírlos gritar que me detuviera. Ojalá que esta persecución no llame la atención de la policía.

Caí rendido en algún sitio cerca del Santiago Bernabéu una tarde de verano y lo primero que hice fue mirar atrás y rogar que Edu estuviera bien, los había despistado que pude volver a respirar. Me quité la camisa y la aventé al contenedor de basura cercano, tenía que seguir. Acomodé mi pelo y me quedé inmóvil por un segundo, tratando de recuperar la tranquilidad. Busqué en mis bolsillos mi móvil y mi cartera. Sonreí, por un momento disfruté la victoria que era escapar una vez más.

No es que fuera un delincuente en potencia o buscara pelea cada dos por tres, pero me resultaba muy fácil meterme en problemas y aún más fácil salir de ellos corriendo. Esperé a que el sudor y la sangre de mis dedos secara, me hice una foto solo para ver el desastre que seguía siendo, con labio roto y la mejilla hinchada; restos de sangre seca en mi playera blanca, en su mayoría de los tipos con los que me había liado a mamporros.

Me acerqué al primer quiosco que encontré y me compré un agua, todo había vuelto a la normalidad. Llamé a Edu, no contestó. Mojé mi pelo con el resto del agua que no bebí y seguí andando. Miré mis manos: mis yemas de la mano derecha sangraban y mis nudillos seguían inflamados. Los morados ya no impactaban a mi madre, sabía de mi naturaleza, salvaje como ella le decía. Tenía trabajo de sobra con mi hermana menor que tenía trece y demandaba toda su atención que con el tiempo dejó de prestarles atención.

Tiré mi playera en el contenedor cerca de mi edificio y entré sin playera al ascensor. Cerré la puerta de mi habitación y me tumbé en la cama. Sentí el sabor de mi propia sangre, ¿qué le iba a decir a mi mamá si preguntaba por el labio? Todo volvió de golpe: como se acercaron y le echaron bronca a mi amigo, como trató de huir cogiendo la mano de Santi, el chico que recién se había hecho su novio. Corrí hacia ellos cuando el primero soltó el primer empujón y entonces yo salté sobre ellos para soltar el primer golpe y el siguiente, esquivé un par antes de dar uno más y lanzarme contra el que había golpeado a mi amigo. Me intentaron quitar de su amigo a golpes pero no podía dejarlo hasta borrarle la risa burlona con la que se había acercado a Edu.

Recordarlo hizo que el cuerpo me comenzara a doler, la adrenalina había dejado mi cuerpo. El dolor del costado trajo a mi memoria su intento de ir de nuevo hacia ellos para seguir amedrentarlos, mis piernas que ahora estaban deshechas en ese momento reaccionaron para abalanzarme contra el chico y llenarme de sangre en nombre de amigo y su novio. Me volví un salvaje por un empujón y un par de palabras fuera de lugar de un grupo de cuatro chicos que salieron corriendo detrás de mi, una estrategia para que dejaran tranquilos a Edu y a Santi. Me puse de pie con dolor en el vientre y en una pierna, busqué mi móvil sólo para saber que Edu seguía sin atender a mis llamadas.

Me tumbé para que el dolor parara luego de tomarme algo para disiparlo, una cajita blanca que guardaba entre los calzoncillos para que mi madre no lo encontrara. Sabía controlar mi propio dolor. No sé por cuánto tiempo dormí, pero desperté de golpe por el grito de Gracia, mi hermana menor que pedía a mi madre encontrar su jersey favorito, no podía ir a sus lecciones de dibujo sin su jersey favorito. Intenté ponerme de pie cuando escuché a mi madre decir que iría a mi habitación para ver si estaba, me encontró tumbado en la cama, todavía sin camisa y con rastro de sangre en las manos, sintió un poco de sorpresa pero nada más.

La sombra detrás de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora