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Si algo había hecho bastante bien Iván durante los últimos diez años había sido el ocultar las cicatrices que él mismo tenía. Se había negado a mostrarlas para usarlas como muestra de que había pasado por lo mismo que la mayoría de los chicos que ayudaba, hasta ese momento, después de todo, la forma en que se las había hecho no habían sido tan dolorosas como debieron sentirse en realidad.

Se detuvo para contemplar sus manos: no quedaba rastro de nada, ni siquiera de las cicatrices en sus yemas de los dedos que había raspado una y otra vez contra en pavimento o de los cayos que había hecho en favor de su cuerpo cuando era modelo. Todo rastro de las acciones que hizo para sobrevivir habían desaparecido, ya no quedaba rastro alguno de ese chico que había sido. Ya no quedaba rastro del sacrificio de la luz para sobrevivir en la oscuridad.

Para algunos chicos mostraba una perfección inalcanzable: era agradable y de fácil conversación, lograba que cualquiera se sintiera cómodo en su presencia y hablaba con una serenidad que nadie entendía de dónde venía pero a pesar de todo eso parecía entender bastante bien lo que cada uno sentía por dentro. Para todos parecía una enigma que nadie quería descifrar, hasta esa mañana en que Bryan escuchó esa confesión: Iván había pensado suicidarse en más de una ocasión. Tenía cientos de dudas, ¿era posible superar ese tipo de cosas? ¿Qué tan buena vida debió haber tenido para ayudarlo a salir adelante?

A Bryan no le costaba admitir que lo admiraba, por la forma en que hablaba, en que lo hacía sentir integrado al grupo de trabajo, en la forma que le mostraba las pocas correcciones que tenía sobre su trabajo, como le miraban todos e inspiraba confianza, pero también tenía que admitir que aquella confesión le hizo dar un vuelco a todo lo que creía de él.

—Madre mía —dijo Iván bajando el iPad y maldiciendo por dentro pero con una sonrisa por fuera —, conozco esa mirada —poniéndose de pie y ofreciéndole a Bryan sentarse mientras él preparaba dos tazas de café de olla.

Bryan estaba avergonzado, ¿resultaba tan obvio? Había llegado a hablar con él de la charla que llevaba preparando desde que había llegado que aquella declaración lo había pillado por sorpresa.

—Tranquilo, confieso que es inquietante escucharlo, pero, una de nuestras responsabilidades como sicólogos es normalizar escucharlo sin que aquello suponga un gran drama —ofreciéndole una taza azul.

—De acuerdo —dijo seguro, viendo a Iván tomar un poco de café de una taza color naranja.

—Por lo general a ese tipo de miradas ofrezco una pregunta, pero por ser tú te ofrezco dos. Lanza —poniéndose cómodo.

Bryan se sorprendió por aquella oferta que tenía que aprovecharlo. Como había aprendido de Iván, se tomó un momento para pensar bien en la primera pregunta que iba a hacerle.

—¿Cómo lo conseguiste? Sobrevivir, me refiero.

—Esa es fácil —respondió Iván con una sonrisa —, me convertí en el adulto que necesitaba. Nunca esperé que nadie me ayudara y... no pedí ayuda, decidí... salir adelante por mi mismo; me apresuré a pensar como adulto, a hablar como un adulto para que me dejaran de ver y tratar como un adolescente.

—Pero...

—Me rendí —respondió seguro —, dejé que la oscuridad me consumiera, que todas esas... ideas revolotearan en mi cabeza hasta que dejar de tenerles miedo y vi que no eran tan peligrosas si podía controlarlas —sin dejar de ver a Bryan, su expresión de asombro y de duda en cantidades iguales, con la misma pose de resuelto que tanto había aprendido a usar en sus años como modelo —. Pensar todos los días en el suicidio me hizo negarme a hacerme daño, si no permitía que alguien me lastimara no lo iba a hacer por ellos.

La sombra detrás de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora