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Christian siempre supo como hacer ver a la ciudad emocionante y divertida. Desde disfrutar el aire, el sol y lo que había alrededor. Pero sin duda lo mejor que había hecho con Iván era quedarse sentados en algún lugar inesperado, donde el atardecer o el viento o la lluvia los pillaba y se ponían a escuchar música juntos, uno con un audífono en su oido y sus manos juntas. Ahora Iván estaba solo, sentado a lo indio mirando el horizonte que se mostraba en la última planta del edificio que se había convertido en us vida.

Gracias por ser quien lleva las riendas/ cuando quema la sed de ser quien yo quiera/ por mirarme como nadie me miró/ por hacer de la tristeza una opción

Desde que la recibió la había escuchado una docena de veces hasta que dejó de doler, hasta que toda su cabeza se llenó de dicha y tranquilidad, aquella última canción que le había dedicado su esposo le trajo paz.

—Oh, lo siento —dijo Bryan viendo Iván sentado, con los hombros hacia adelante, con una postura imperfecta: con los codos sobre sus rodillas y sin importarle que su ropa se llenara de polvo; llevaba en sus manos su almuerzo que esperaba comer solo en la azotea luego de ver que habían terminado de lavar que no esperó ver a su jefe de ese modo.

—No, no te vayas —dijo Iván sacándose los audífonos y poniendo pausa a la música —, perdona es que... me gusta estar los días de lavado, me recuerdan al mar. ¿Has visto el mar? —dando palmaditas al piso cerca de él.

Bryan accedió y se acercó a él, a donde le había ofrecido sentarse.

—Hace dos años, mi papá nos llevó a Acapulco en Semana Santa. ¿Tú?

—Yo hace quince años que no lo veo —viendo al frente —. Y esto es lo más cercano y lo que mantiene vivo el recuerdo del mar —señalando las sábanas de cama que se secaban al sol y que el aire desprendía el agua que tenían, generando una falsa bruma.

Bryan no entendió bien lo que estaba pasando, el Iván que conocía no se comportaba de ese modo, no exudaba esa melancolía que ahora inundaba la azotea.

—¿Por qué no has ido?

—Pues... —rió avergonzado —, lo cierto es que fui muchas veces con la familia de mi esposo y con él, solos pero... ese no era mi mar. Mi mar está a kilómetros de aquí.

—¿Esposo? No sabía que estabas casado. ¿También es sicólogo o trabaja en otra cosa? —lleno de emoción. Todo ese tiempo había pensado que era alguien solitario, que la idea de que tuviera un esposo le hizo creer que de verdad cualquiera podría tener un final feliz.

—Murió —dijo sin más, mirando su móvil con los audífonos conectados, sintiendo que decirlo dolía menos—, también era sicólogo. De hecho fue su idea todo esto... con lo que no sé qué hacer —jugando con sus anillos.

—Lo siento mucho.

—No te preocupes —dijo animándolo —, por eso no te lo he contado, no quería que me vieras como me ven los demás —viendo en el horizonte los grandes edificios que se erigían en el sur de Ciudad de México —, aquí Christian era como un ídolo, perfecto en tantos sentidos, pero claro que era una simple persona que... —deteniéndose al ver al chico frente a él —, no importa —viendo su reloj —. Tengo que irme, llegó Lalo —poniéndose de pie en un solo movimiento, sin usar las manos, algo que Bryan siempre había quedo hacer pero no tenía la coordinación necesaria.

—Claro.

—Que aproveche —acomodando la parte trasera de su camisa dentro de su pantalón.

Bryan supo después de ese encuentro que Iván era mucho más profundo de lo que era la media de personas al borde los treinta años. No se había amargado por su temprana viudez, estaba claro, pero entendía el por qué de algunos comportamientos retraídos que a veces mostraba con las personas con las que trataba, que resultaba contradictorio con la forma cálida en que trataba a sus colegas dentro de la casa, de cómo jugaba al fútbol con los chicos de vez en cuando. Era fascinante verlo en acción.

La sombra detrás de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora