Mientras los demás jugaban

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A pesar de disfrutar de la música de fondo, cinco mañanas después Iván estaba leyendo en silencio, en su cama sin nada más que el sol y el viento entrando por su ventana. Estaba sentado con las piernas contraídas en su sofá de la esquina, cuando de la nada su puerta se abrió.

—Arturo —dijo bajando su libro y viendo a su primo político con la boca abierta al ver el yeso que tenía en el brazo.

—Me tengo que enterar por el pendejo de Manuel, en la junta de la escuela que te lastimaste —acercándose a verlo mejor, las heridas seguían visiblemente mal.

—Quería descansar un poco antes de ir a ver a los tíos —quitando su rostro de la mano que la examinaba.

—Ah, pinche huerco siempre con la cabeza en el orto. ¿Qué te pasó? ¿Te peleaste? —viéndolo mejor —, sí, te peleaste... —cogiendo de nuevo su rostro para verlo detenidamente.

—No, yo...

—¡Claro que no te peleaste! —rectificó al sentir sus nudillos —. Te dieron una turbo putiza bien chingona —dijo con enfado, tratando de controlar su necesidad de golpearlo al verlo golpeado —, me lleva la chingada y tenías que hacerlo unos días antes de ir a casa de tus suegros a recibir a mi hermano y a mi familia que vuelven de su boda.

—Es que esa era mi intención, ¡no te jode!

—"No te jode", todo meco. Ahora todos sabrán que su cuñado perfecto es un pendejo a la hora de meter madrazos —viendo con cierta burla a Iván, no era satisfacción pero le hacia sentir mejor verlo como el resto, sin ese brillo de perfección que irradiaba siempre a cada paso que daba —, supongo que no vas a ir a trabajar.

—Por un par de días, en lo que se me desinflama —señalando su rostro —. Aún me sigue doliendo un poco todo.

—Pa' la próxima mete las manitas... —respirando profundo —, o mejor no te metas en pedos. Tú no eres como el resto de hombres.

Iván desvió la mirada, lo cierto es que la noche anterior pensó que era cierto, si bien había sido antes un bravucón que se liaba a mamporros por casi cualquier cosa, aquella pelea le demostró que ya no era ese chiquillo inmaduro.

—¿Y tú dónde estabas? —le riñó a Juan Luis tan pronto verlo entrar en la casa de Iván.

—Ah, te acabas de enterar —dijo Juan Luis a modo de defensa —. Yo he estado aquí, ¿quién crees que lo recibió cuando llegó del hospital? El que no está al pendiente eres tú...

—No necesito que nadie esté al pendiente de mi... —repuso Iván con un enfado infantil. Ya no era un crío para que alguien estuviera atento a todo lo que hacía.

—No, claro que no —respondió Arturo con ironía —, pero todos están ahí cuando la cosa se pone difícil. No vaya a ser que le pase algo a la señora de Cavazos.

Juan Luis giró los ojos. Era el único defecto que le encontraba a la familia política de Iván, eran demasiado burlones con lo diferente.

—Bien —accedió Arturo acercándose a Iván para despedirse de un choque de cachetes —, dejaré que las alegres comadres sigan en su brunch, nos vemos a la vuelta.

Los dos esperaron luego de un largo abrazo y un pellizco de mejilla por parte de Arturo a Iván. Juan Luis esperó a que la puerta del departamento se cerrara para hablar.

—¿A la vuelta? —sacando de la bolsa de estrada dos croissants.

—Su hermano se va a casar, en Málaga —volviendo a acomodarse para seguir leyendo.

—¿Ignacio? ¿Encontró a alguien que lo soporte? —poniendo en la mesita de noche los dos vasos de café que había ido a comprar.

—Al parecer sí —volviendo a su lectura y viendo como Juan Luis encendía de nuevo el televisor.

La sombra detrás de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora