Fue extraño moverme con seguridad, buscando un taxi y un hotel que pudiera pagar para pasar los tres primeros días en una ciudad que anochecía gris y fresca. Mi primera noche como extranjero. No sabía lo que hacía pero no estaba arrepentido. Durante todo el vuelo traté de buscar algo que me hiciera creer que estaba cometiendo un error, algo que me hiciera creer que mi sitio estaba en Madrid, con los míos. Pero solo vi oscuridad, un inmenso vacío que llenaba mi cabeza.
Tenía que volver a darle sentido a mis noches, me sentía sin saber que hacer con ellas. Desde los trece años las pasé soñado sueños con Edu, contándonos todo lo que haríamos cuando fuésemos mayores, cuando nos fuéramos de casa juntos a buscarnos un piso para ir a la universidad. Ahora todo dependía de mi. Dejé que la oscuridad y la soledad me rodearan, era todo lo que tenía ahora mismo y me obligaron a perder el miedo rápidamente, a moverme para salir adelante. No estaba Edu ahí, pero sí su voz dictándome todo aquello que habíamos prometido hacer.
No pude dormir los primeros meses, mi cabeza se había llenado de tantas cosas por hacer y cada una se sentía como un campo de batalla abierto que tenía que desmontar para poder descansar. No quería terminar como Edu, quería ser yo, significase lo que significase, sin secretos, sin que nada de mi vida fuera un gatillo que cualquiera pudiera tirar. Para ello tenia que ser fuerte y que aquello no se apoderada de mi.
—/—
—Tiene algo —fue lo único que dijo la mujer de mediana edad, delgada, enfundada en un vestido color verde que dejaba ver sus brazos bronceados, con el pelo rizado color caoba y carmín impecable. Me miró desde detrás de una mesa plegable y de la hoja que contenía mi información y una foto. Fuera había ruido, un día soleado de comienzos de marzo pero parecía que eso no importarle, estaba concentrada viéndome.
Estábamos en un edificio antiguo, en la esquina de la Plaza Río de Janeiro; podía escuchar claramente cómo los chicos del jardín al otro lado de la plaza hacían ruidos, algo que me entretenía de lo que pasaba dentro. Nadie me había visto con tanta severidad como ella que decía cosas en inglés a otro joven que anotaba y me miraba entre cada palabra que escribía.
La mujer era la encargada de buscar a los próximos modelos que desfilarían en la Semana de la moda de Ciudad de México. Con quien hablaba era mi representante, Juan Luis, un chico con veinticuatro años, rubio, rollizo sin gracia ni proporción alguna pero con todo el estilo que la buena ropa podía ofrecerle que tenía esa chispa en su mirada, lleno de entusiasmo por todo lo que hacía. Había llegado con otros quince chicos más. Lo conocí mientras esperaba un autobús en Paseo de la Reforma, una tarde de sábado en que había decidido salir del hotel que me alojaba al sur de la ciudad. Me dijo que tenía la altura y el porte para ser modelo, que lo intentara porque se ganaba buen dinero cuando se era bueno. No dudé en su palabra tal vez porque me pareció alguien honesto y porque yo necesitaba ese dinero del que hablaba.
Ahí estaba yo con mi metro ochenta y cinco, mi pelo revuelto y mi torso desnudo. No tenía pudor, ni los otros veinte chicos antes y después de mí. Tuve tiempo de perderlo mientras esperaba. Miraba alrededor, era difícil pensar que así se veía un casting para la semana de la moda pero con el tiempo aprendí que las cosas se ven más ordinarias de lo que en realidad son y si en aquel lugar encontraría un sustento no era importante como se veía.
La mujer volvió a verme.
—Esos ojos grandes, esa piel y ese pelo... parece que es hijo de Blancanieves.
Sonreí rascando mi brazo derecho con la mano izquierda detrás de la espalda y mirando el suelo, no era la primera vez que lo escuchaba.
—No me gusta. Y ese corte de pelo es horrible, ¿a caso eres emo? No importa, dejarás de serlo —llamando mi atención con un chasquido —. Te daré una oportunidad pero tendrás que pararte mucho más derecho y comenzar a hacer ejercicio. Tu cuerpo por sí mismo es ideal pero... si quieres tener mejores trabajos hay que trabajar el vientre —dijo como última sentencia antes de ponerse de pie y salir de la habitación para tomar un descanso.
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La sombra detrás de la sonrisa
Teen FictionFue curioso verlo asomarse al abismo en el que estaba, pero me salvó. No como un príncipe en un caballo, sino como una luz que brillaba como si nunca hubiese sido apagada, alguien como yo. Todo comenzó con una chispa: su sonrisa contagiosa y las ma...