—¿Álvarez? —preguntó la recepcionista revisando su ordenador.—Sí, Álvarez Medina.
—Aquí está, Joan —dijo mirando el horario del día —, en un momento salen por usted.
Joan tomó asiento y por impulso cogió una revista del montón que había ahí para pasar el tiempo. No era alguien que leyera el Hola para enterarse de celebrities o Royals pero cogió la Vogue por tener más fotos, cogió una que tenía un par de años ahí y la comenzó a hojear. Era un hombre de más de treinta años, con una esposa, un hijo y una barba de varios días sin cuidar, el pelo revuelto, con un empleo como detective de policía. Todo parecía perfecto en su vida, salvo por una pequeña pieza que faltaba en su vida y que de la nada apareció en una página publicitaria que había encontrado en la sala del consultorio dental a media tarde, en su día libre.
—Pero qué... —viendo que no había nada más que una pareja de modelos de fondo para promocionar la nueva fragancia de una marca americana de moda. Aquella mueca le resultaba familiar. Dio vuelta a la hoja para intentar buscar algo más, alguna palabra extra que diera alguna referencia de quien era el modelo.
—¿Joan Álvarez? —lo llamó la recepcionista.
—Sí... —dijo viendo una ultima vez la foto que le había llamado la atención. Quiso arrancar la hoja pero se contuvo al pensar que no era suya y lo estaban mirando.
Joan estuvo nervioso todo el rato que lo atendió el dentista. Hacía poco más de diez años que su hermano menor había huido frente a él y ahora de nuevo no podía sacárselo de la cabeza. Cuando lo vio escapar sintió una impotencia de no haberlo detenido, tanto que hizo todo lo que pudo para intentar adivinar a dónde se había escapado. Sus padres se quedaron en blanco, no supieron qué pensar, qué hacer o cómo reaccionar ante la fuga de su hijo medio. Por años también se culpó por no preocuparse por aquellos actos de rebeldía que con el tiempo entendió se trataron de gritos de ayuda.
Conforme fue pasando el tiempo vio como sus padres se fueron acostumbrando a su ausencia, a dejar de nombrarlo y a quitar ese lugar en la mesa. Los vio llorar, arrepentirse e incluso un par de veces perder la cabeza a gritos desesperados de dolor por parte de su madre, uno de sus hijos se había ido para siempre. Supo que lo que más les dolía fue el no saber qué lo había impulsado a marcharse, no dejó una carta como pensaban que hacían los adolescentes rebeldes cuando huían y volvían a casa arrepentidos. Ivan no volvió y con cinco años ausente lo único que sus padres pedían cada noche era que estuviera bien, que no le faltara de nada y con ello llegó la resignación de que no le volverían a ver.
Ahora que él era un detective de la policía no tenía nada con qué retomar la búsqueda. La policía en ese tiempo había descartado una búsqueda exhaustiva de su hermano porque les pereció que era más un pleito familiar que terminaría por arreglarse con el regreso del hijo sin dinero y avergonzado de lo que había hecho. No fue así. Iván no apareció después del primer año ni del décimo.
Cuando volvió a casa, Joan estaba solo, su esposa y su hijo habían ido a por la compra, así que intentó buscar algún indicio en internet pero eran muy vagas sus búsquedas que no le arrojaban más que imágenes de campañas publicitarias de la marca y un par de ellas con él como protagonista. No había un nombre en ninguna imagen, pero estaba casi seguro que era él. También él se había comido la cabeza culpándose por no haberlo detenido, por no haber sido de gran ayuda al momento de contárselo a la policía.
Miró fijamente la pantalla, con sentimientos encontrados, podría ser su hermano. Había crecido, se había convertido en un hombre atractivo, seguro de si mismo y al parecer le gustaba estar sin camisa frente a la cámara lo que le hacia dudar era el color de su pelo, lo poco que recordaba era que siempre, de los tres, era el que más moreno tenía el pelo, tanto que siempre le hicieron burla con ser hijo de Blancanieves. Aquella imagen le hizo pensar aun más que aquella escapada había estado en su cabeza el tiempo suficiente como para sacar una visa e irse a los Estados Unidos. Hizo un poco de memoria y decidió buscar pasarelas de esa marca y lo encontró de nuevo en la Vogue; en el pie de foto de cada conjunto que desfilaba aparecía el nombre del modelo que lo portaba: I de Cav. No era él.
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La sombra detrás de la sonrisa
Teen FictionFue curioso verlo asomarse al abismo en el que estaba, pero me salvó. No como un príncipe en un caballo, sino como una luz que brillaba como si nunca hubiese sido apagada, alguien como yo. Todo comenzó con una chispa: su sonrisa contagiosa y las ma...