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Iván sabía lo peligrosas que eran las palabras en las bocas equivocadas, tal vez eran mucho más dolorosas que una pinchada con un cuchillo porque se quedaban grabadas en lo más profundo del pensamiento. Lo peor fue que lo vio en primera fila; cada palabra que le dijeron a Edu lo convirtieron en un despojo de persona; como agachaba la mirada cada vez que alguien le decía algo negativo; convirtiéndose en alguien cada vez más débil e incapaz de defenderse por mucho tiempo más, pero Iván no lo notó a simple vista.

Con el tiempo entendió que él también él estuvo luchando con sus propios demonios, con sus propias palabras que le afectaban cada vez menos, que no vio lo mal que estaba su amigo. Solo vio las zascas y las zancadillas, no vio la consecuencias. Cada vez que lo recordaba se sentía peor, no lo había ayudado, pero después entendió que era estúpido pensar en ser un héroe a los diecisiete años. Nadie a sus diecisiete años tendría por qué salvar a nadie de nada.

Las palabras, según Iván, se parecían a un gas venenoso que se infiltraba poco a poco y conforme lo hacía era difícil no notar que estaba a tu alrededor hasta que no podías pensar en otra cosa y te provocaba hacer cosas desesperadas para evitar que te afectara cuando ya es demasiado tarde. Así fue el efecto de las palabras de Ágatha sobre Eduardo: haz lo posible para que eso no pase. Era todo lo que tenía en su cabeza, con lo que había pensado en una forma guay de acercarse a él, tal vez solo invitarlo a un café o un té, Eduardo odiaba el café, tal vez preguntarle algo sobre sus gustos y coincidir...

A Eduardo el gustaba Bryan, ¿tenía algo de malo en hacer un intento para que le mirara? Después de todo Ágatha tenía razón, Eduardo era guapo y se sabía guapo y tenía la confianza suficiente como para hacerlo notar, así que aquel día llevaba una camisa azul a rayas, vaqueros y deportivas, peinado hacia adelante en forma de cresta para ir a hablar con Iván, quien de nuevo alabó su atuendo.

—Oye —lo detuvo antes de que se fuera y él perdiera la valentía —, quería preguntarte si quisieras ir a tomar un helado en tu hora de comida.

Bryan se giró por completo para verlo. No bromeaba y sonaba seguro. Miró a su alrededor, no había nadie a su alrededor, lo había pillado por sorpresa. Siguió viendo a otros lados para buscar una respuesta negativa que no lo afectara.

—Eres muy amable pero no creo poder porque...

—Entiendo —dijo calmado —, estás muy ocupado hoy. ¿Qué tal un café, mañana? Es sábado, seguro que no vienes a trabajar —estaba comenzando a tener confianza.

—Lalo, soy técnicamente tu sicólogo y...

—Sólo aquí, afuera...

—No, a fuera es peor, soy mayor que tú y...

—¡Estoy intentado decirte que me gustas! —explotó por fin, agotando su paciencia.

—Yo, me siento honrado pero... no creo...

—¡Sólo te estoy pidiendo que tomemos un helado!

—Lalo, escúchame por favor... —mirando a su alrededor, no había nadie.

—¡No! —gritó zafándose de las manos de Bryan —, ¡escúchame tú a mi, dame una oportunidad para conocernos! ¡Solo te pido eso!

—Lalo, no estás entendiendo yo...

—¡Tú no eres eres el que no entiende que no voy a aceptar un no por respuesta!—sentenció sin más, llegaría hasta las últimas consecuencias para que no le rechazara. Comenzó a ponerse nervioso, tenía las palabras en su cabeza.

—Lalo... —viendo como se acercaba peligrosamente al barandal —¡Lalo! —perdiendo la compostura al verlo subir un pie sobre el barandal de modo amenazador —, para por favor, vamos a hablar.

La sombra detrás de la sonrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora