CAPÍTULO 20

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UN POCO DE AYUDA

Carlos les hizo una especie de seña que no entendí muy bien. Algo así como “un momento chicos”, pero no tenía mucho sentido. Comenzó a zarandear para quitarse el bañador, y por lo que parecía, no era capaz de sacárselo. El resto nos mantuvimos a la expectativa, y yo no me podía creer que fuera tan torpe.

—Me rindo. —Dijo finalmente. —Cinthya, oye, no puedo quitármelo en esta posición, es que esto es demasiado pequeño, y así sentado me resbalo.

Así que se puso de pie e hizo el amago de quitárselo. Yo me tapé la cara ruborizada. No podía volver a ver ese tremendo miembro, ni tan solo imaginarlo después de la vergüenza pasada con él. Menos mal que Luis apeló al sentido común.

—No, hombre, no te lo quites así. —Dijo. —No seas exhibicionista jajaja.

—Ok. Pues lo intento otra vez bajo el agua. —Contestó Carlos.

Se puso de rodillas esta vez, metiendo su cuerpo bajo el nivel del agua pero quedando justo delante de mí en vez de a mi lado. Metió una mano bajo el agua y parecía que le molestaba algo porque luchaba con el bañador con dificultad. Se quedó mirándome directamente a los ojos, yo le sonreí con cierta indulgencia ante su incapacidad de hacer algo tan sencillo.

Entonces noté que sus manos hacían contacto con mis rodillas bajo el agua, y las sostenían firmemente. No sabía qué pasaba, pero llevé instintivamente mis manos atrás, y las coloqué debajo de mis nalgas, sobre la roca, como para evitar hundirme teniendo más puntos de apoyo. Carlos dijo:

—Me vas a tener que ayudar.

Separó suave pero firmemente mis rodillas, dejando mis piernas bien abiertas frente a él. Esto provocó que me tumbara ligeramente hundiéndome un poco más. Se acercó lentamente hacia mí, colocándose extrañamente en una posición parecida al estilo misionero. Apoyó sus manos sobre la piedra a mis espaldas, rodeándome con sus fuertes brazos y quedando muy cerca de mí, con sus labios casi pegados a mi cuello.

Alzó la voz suavemente diciendo:

—Cinthya, ayúdame, que yo sólo no puedo.

Yo no entendía nada. La situación habría sido extremadamente incómoda de no haber sido porque estábamos entre amigos. Lógicamente, intenté ayudarle. Puse mis manos sobre su bañador alrededor de su cintura y empecé a tirar de él hacia abajo. Perder mi punto de apoyo provocó que me hundiera un poco más en el agua. Menos mal que Luis, todo un caballero, me sostuvo por la parte baja de mi espalda para que no me hundiera del todo.

Es verdad que resultaba muy difícil bajarle el bañador a Carlos, había algo que lo impedía. Entonces me di cuenta de lo que pasaba.

—Carlitos, es que primero tienes que quitar el nudo. —Dije riendo.

—Ah, claro. Qué tonto soy. —Respondió él.

Dirigí mis manos hacia su bajo vientre y busqué por la tira de su bañador hasta encontrar el nudo. Pero me di cuenta que el nudo no estaba por fuera, sino por dentro. Mientras, el silencio del resto del grupo era sepulcral, expectantes por lo que pasaba.

Tuve que meter mi mano dentro de su bañador para alcanzar el nudo. Me dio una vergüenza tremenda, porque sin querer acaricié el glande suave de su pene. Me estremecí al notar su tacto entre mis dedos, y me sentí mal otra vez porque podía parecer que me estaba aprovechando de nuestra amistad. Él resopló suavemente, imagino que molesto por mi error.

Me dio un mordisquito en el cuello, como una llamada de atención por lo que le estaba haciendo. Pero a mí me estremeció, mi cuello es algo así como mi punto débil. La situación se estaba volviendo demasiado erótica y me daba apuro. Sin quererlo, mis piernas le rodearon como por instinto.

Logré por fin hacerme con el nudo, deshacerlo, y ya más tranquilamente tirar de su bañador para sacárselo. Me resultó algo difícil, más que nada porque hubo un punto en el que mis manos ya no llegaban más abajo. El bañador había quedado a la altura de sus muslos, y si quería seguir tendría que sumergirme bajo el agua

—Utiliza las piernas, Cinthya. —Dijo él, aportando la solución.

Así hice, pero cometí un grave error. Y es que otra vez me puse yo sola en una situación incómoda con mi amigo Carlos. Otra vez, pobrecito. Al intentar alcanzar el bañador con mis pies, flexioné mucho las piernas, y él tuvo que sostenerme con más fuerza para evitar que me sumergiera. Yo, instintivamente, le rodeé con mis brazos para sujetarme. Entonces caí en la cuenta de que, accidentalmente, su cuerpo se estaba pegando cada vez más al mío.

Al principio sus pectorales quedaron a la altura de mi cara, y su entrepierna apenas tenía contacto con mi cuerpo. Sin embargo, a medida que iba bajando su bañador, él iba inclinándose sobre mí, ayudándome a no hundirme. Cuando logré bajarle el bañador a la altura de sus rodillas, su cuerpo entró accidentalmente en contacto conmigo. Su pene particularmente, estaba ahora en contacto con mi piel, puesto enteramente sobre mi abdomen. Le noté su pene medio blandito, y parecía yacer tranquilamente siguiendo las ondulaciones de mi vientre.

Cuando logré sacarle el bañador, él bajó más todavía sobre mi mientras se deshacía de la prenda a sus pies. Su pene había recorrido el camino desde mi vientre hasta posicionarse directamente en contacto con mi vagina. Por el camino, y seguramente por el desafortunado movimiento de caderas que tuve que hacer para ayudarle a sacarse el bañador, se le había puesto rápidamente duro. Yo hasta ese momento había pensado que el agua fría provocaba el efecto contrario.

Sus manos me sujetaban firmemente por detrás. A mí se me había pasado el frío, y olvidé si lo tuve en algún momento. Con el vaivén de las olas, o eso me pareció a mí, su cuerpo se movía suavemente sobre el mío. Duró unos instantes sólo, pero mi corazón estaba poniéndose a latir a mil por hora. Con cada movimiento su duro pene surcaba por encima de mi intimidad. Mis piernas, como con voluntad propia, volvieron a apretarse alrededor de las suyas.

Creo que si hubiera bebido un poco más esa noche, no habría tenido la entereza de hacer lo que hice a continuación, y quién sabe lo que hubiera pasado. Al sentir el glande de su gran miembro pasearse peligrosamente por la abertura de mi vagina, conseguí utilizar mis manos para empujar lentamente y alejarlo hacia el centro del jacuzzi.

El resto del grupo pareció volver a la vida de repente. El silencio comenzó a disiparse y todos acabaron quitándose los bañadores. Eso sí, a nadie más se le ocurrió pedirme ayuda. Por una parte me sentía aliviada de no tener que ayudar a todos, ya que eran mis amigos y no podía arriesgarme a ponerlos constantemente en situaciones embarazosas como ésas.

Pero por otro lado me sentía algo mal. Quizá de alguna manera habían advertido mis bajos impulsos por mi comportamiento, y no querían sentirse utilizados como Carlos. Ese pensamiento me avergonzó un poco.

Menos mal que ellos, siempre muy comprensivos, no dejaron de mostrarse muy cariñosos. A pesar de haber espacio de sobra en el jacuzzi, Carlos y Luis se mantuvieron pegados a mí, haciéndome tonterías para divertirme. Y de paso, evitando que me entrara frío.
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Demasiado Inocente (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora