Cuando el amanecer despunta, abro las ventanas de mi habitación y dejo que lo último del frío aire nocturno entre, mientras me quito mi traje de la Corte. Me siento acalorado por todas partes. Mi piel se siente muy tensa y el corazón no deja de latirme a toda velocidad.
He estado en la Corte muchas veces con anterioridad. He sido testigo de más atrocidades que alas arrancadas o mi persona siendo insultado. Las hadas compensan su incapacidad para mentir con un despliegue de engaños y crueldades. Palabras retorcidas, bromas, omisiones, acertijos, escándalos, sin mencionar sus venganzas unas sobre otras por antiguos desaires recordados a medias. Las tormentas son menos volubles que ellas, los mares menos caprichosos.
Como, por ejemplo, como un militar, Madok necesita derramamiento de sangre igual que una sirena necesita el rocío salado del mar. Después de cada batalla, él ritualmente sumerge su capucha en la sangre de sus enemigos. He visto la capucha, mantenida bajo cristal en la armería. La tela está rígida y manchada de un marrón tan profundo que es casi negro, excepto por unas cuantas manchas de verde.
A veces bajo y la miro fijamente, intentando ver a mis padres en las líneas de la marea de sangre seca. Quiero sentir algo, algo además de un malestar. Quiero sentir más, pero cada vez que la miro, siento menos.
Pienso en ir a la armería ahora, pero no lo hago. Me paro enfrente de mi ventana y me imagino como un caballero intrépido, me imagino como un brujo que oculta su corazón en su dedo y entonces se arranca el dedo.
—Estoy tan cansado—digo en voz alta— Tan cansado.
Me quedo allí sentado durante un largo tiempo, observando el sol naciente dorar el cielo, escuchando las olas estrellarse conforme la marea se eleva, cuando una criatura alza el vuelo para aterrizar en el borde de mi ventana. Al principio parece un búho, pero tiene ojos de fogón.
—¿Cansado de qué, ricura? —me pregunta. Suspiro y respondo honestamente por una vez.
—De ser impotente.
El ave estudia mi cara, entonces vuela hacia la noche.
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Duermo todo el día y despierto desorientado, luchando para salir de las largas cortinas bordadas alrededor de mi cama. La saliva se me ha secado a lo largo de una de mis mejillas.
Encuentro agua de tina esperándome, pero se ha puesto tibia. Los sirvientes deben haber venido y vuelto a marchar. Me meto de todas formas y me salpico la cara. Viviendo en la Tierra de las Hadas, es imposible no notar que todos los demás huelen como verbena o agujas de pino trituradas, sangre seca o algodoncillo. Yo huelo a sudor de sobaco y aliento rancio a menos que me frote hasta quedar limpia.
Cuando Tatterfell viene a encender las lámparas, me encuentra vistiéndome para una lección, que empieza por la tarde y se extiende hasta algunas noches. Visto botas de cuero gris y una túnica con el blasón de Madok: una daga, una luna creciente girada de lado, así descansa como una copa y una sola gota de sangre cae de una esquina, bordada en hilo de seda.
En el piso inferior, encuentro a Wonyoung en la mesa de banquetes, sola, acunando una taza de té de ortiga y picoteando un bannock. Hoy, ella no sugiere que algo será divertido.
Madok insiste (tal vez por culpa o vergüenza) que nos traten como hijos de esta tierra. Que tomemos las mismas lecciones, que nos proporcionen todo lo que ellos tienen. Se han traído Niños Intercambiados antes a la Alta Corte, pero ninguno de ellos ha sido criado como Aristocracia.
Él no entiende lo mucho que eso hace que ellos nos desprecien.
No es que no esté agradecido. Me gustan las canciones. Responder las lecciones astutamente es algo que nadie puede arrebatarme, incluso si los profesores mismos fingen lo contrario. Aceptaré un asentimiento frustrado en lugar de un halago efusivo. Lo aceptaré y me alegraré porque significa que puedo pertenecer, les guste a ellos o no.