Despierto a la tarde siguiente con el sabor de veneno en la boca. Me había ido a dormir con la ropa puesta, acurrucado alrededor de la funda de Nightfell.
Aunque realmente no quiero, me dirijo a la puerta de Wonyoung y llamo. Tengo que decirle algo antes de que el mundo se ponga patas arriba otra vez. Tengo que enderezar las cosas entre nosotros dos. Pero nadie responde, y cuando giro el picaporte y entro, encuentro que su recámara está vacía.
Bajo a las habitaciones de Oriana, esperando que pueda saber dónde encontrar a Wonyoung. Me asomo a través de la puerta abierta y la encuentro en su balcón, mirando al bosque y al lago más allá. El viento azota su cabello detrás de ella como si se tratara de una bandera pálida. Hincha su vestido transparente.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, entrando.
Se gira, sorprendida. Y bien podría estarlo. No estoy seguro de haberla buscado alguna vez antes.
—Mi gente tuvo alas una vez —dice, el anhelo evidente en su voz— Y aunque nunca he tenido un par propio, a veces siento la falta de ellas.
Me pregunto si, cuando se imagina teniendo alas, se imagina volando en el cielo y lejos de todo esto.
—¿Has visto a Wonyoung? —Las enredaderas se enroscan alrededor del poste de la cama de Oriana, sus tallos de un vívido verde. Flores azules cuelgan en puñados encima de donde ella duerme, formando una glorieta ricamente perfumada. No hay ningún lugar donde sentarse que no parezca rodeado de plantas. Es difícil para mí imaginarme a Madok estando cómodo aquí.
—Se ha ido a la casa de su prometido, pero estará en la mansión del Rey Supremo Taeil mañana. Estarás allí también. Va a lanzar una fiesta para tu padre y algunos de los gobernantes Luminosos y Oscuros. Se esperará que sean menos hostiles entre sí.
No puedo siquiera imaginar el horror y la incomodidad, de estar vestido de gasa, el aroma a fruta de hadas espeso en el aire, mientras se supone que finja que Taeil no es otra cosa más que un monstruo asesino.
—¿Oak irá? —le pregunto y siento el primer ramalazo real de pena. Si me voy, no veré a Oak crecer.
Oriana junta sus manos y camina hasta su tocador. Sus joyas cuelgan allí: piezas de ágata en largas cadenas de cuentas de cristal, collares con piedras lunares, heliotropos de un intenso verde ensartados y un pendiente de ópalo, brillante como el fuego a la luz del sol. Y en una bandeja de plata, junto a un par de aretes de rubí con la forma de estrellas, hay una bellota dorada.
Una bellota dorada, gemela de la que encontré en el bolsillo del traje que Kun me dio. El traje que le había pertenecido a su familia. Liriope. La madre de Kun. Pienso en sus vestidos alocados y alegres, de su habitación cubierta de polvo. De cómo la bellota en su bolsillo se abría para mostrar un ave dentro.
—Intenté convencer a Madok de que Oak era demasiado joven y que esta cena será muy aburrida, pero insistió que él venga. Tal vez puedas sentarte a su lado y mantenerlo entretenido.
Pienso en la historia de Liriope, de cómo Oriana me la contó cuando creyó que me estaba acercando demasiado al Príncipe SiCheng. De cómo Oriana había sido una consorte del Rey Supremo Eldred antes de ser la esposa de Madok. Pienso en por qué pudo haber necesitado un casamiento rápido, lo que pudo haber tenido que esconder.
Pienso en la nota que encontré en el escritorio de Taeil, de la mano de SiCheng, un soneto a una dama con cabello del amanecer y ojos iluminados por las estrellas.
Pienso en lo que decía el ave: Mi querida amiga, estas son las últimas palabras de Liriope. Tengo tres pájaros para repartir. Tres intentos para conseguir que uno llegue a tu mano. He pasado el punto para cualquier antídoto, así que si escuchas esto, te dejo con la carga de mis secretos y el último deseo de mi corazón. Protégelo. Llévalo lejos de los peligros de esta Corte. Mantenlo a salvo, y nunca, jamás, le digas la verdad de lo que me sucedió.