Mi cabeza está palpitando cuando Ten me despierta. Salta sobre mi cama, quitando la colcha y haciendo crujir la estructura. Presiono un cojín sobre mi cara y me acurruco hacia un lado, tratando de ignorarlo y seguir durmiendo sin soñar.
—Despierta, dormilón —dice, tirando de las sábanas— Vamos a ir al centro comercial.
Hago un ruido estrangulado y la desestimo.
—¡Arriba! —ordena, saltando de nuevo.
—No —gimo, metiéndome más en lo que queda de sábanas— Tengo que practicar para el torneo.
Ten deja de saltar, y me doy cuenta que ya no es verdad. No tengo que luchar. Excepto que tontamente le dije a Yoon Oh que nunca renunciaría.
Lo que me hace recordar el río, los nixies y Wonyoung.
Cómo ella tenía razón y yo estaba magnífico y excesivamente equivocado.
—Te compraré café cuando lleguemos allí, café con chocolate y nata montada—Ten es incansable— Vamos, Wonyoung está esperando.
Medio me tambaleo fuera de la cama. En pie, me rasco la cadera y me quedo mirando. Él me da una de sus más encantadoras sonrisas y veo como mi molestia desaparece sin quererlo. Ten suele ser egoísta, pero es tan alegre sobre ello y tan alentador del egoísmo en otros que es fácil pasárselo bien con él.
Me visto deprisa en las ropas modernas que guardo en el fondo de mi armario: vaqueros y un jersey viejo grisáceo con una estrella negra en él y un par de Converse altos plateado brillante. Pongo mi cabello en un gorro tejido torcido y cuando echo un vistazo a mí mismo en el espejo de cuerpo entero (esculpido de tal forma que parezca tener un par de faunos indecentes a cada lado del cristal, mirando lascivamente), una persona diferente me está mirando de vuelta.
Quizá la persona que hubiera sido si hubiera crecido como un humano.
Quienquiera que él sea.
Cuando éramos pequeños, hablábamos sobre volver al mundo humano todo el tiempo. Ten seguía diciendo que si él aprendía un poco más de magia, seríamos capaces de ir. Encontraríamos una mansión abandonada, y él encantaría a los pájaros para que cuidaran de nosotros. Nos comprarían pizza y caramelos, e iríamos al colegio solo cuando nos apeteciera.
Para cuando Ten aprendió cómo viajar allí, sin embargo, la realidad se había inmiscuido en nuestros planes. Resulta que los pájaros no pueden comprar pizza realmente, ni siquiera estando encantados.
Quedo con mis hermanos en frente de los establos de Madok, donde los caballos de hadas de herraduras plateadas están guardados al lado de sapos enormes preparados para ser ensillados e embridados, y renos con anchas astas donde cuelgan campanas. Ten lleva vaqueros negros y una camisa blanca, las gafas espejadas escondiendo sus ojos gatunos. Wonyoung lleva puesto unos jeggings rosas, un cárdigan mullido y un par de botas.
Intentamos imitar a chicos que vemos en el mundo humano, chicos de revista, chicos que vemos en pantallas de cine con aire acondicionado, comiendo caramelos tan dulces que hace que me duelan los dientes. No sé qué piensa la gente cuando nos mira. Estas ropas son como un disfraz para mí. Estoy jugando a disfrazarme con ignorancia. No puedo hacer suposiciones que tengan que ver con zapatillas brillantes más allá de las que un niño disfrazado de dragón puede hacer sobre los dragones a partir del color de sus escamas.
Ten coge un tallo de hierba cana que crece cerca del abrevadero. Tras encontrar tres que cumplen con sus especificaciones, eleva la primera y la sopla diciendo:
—Corcel, levántate y llévanos donde te ordene.
Con esas palabras, tira los tallos al suelo, y estos se convierten en un poni de color amarillo hueso con ojos esmeralda y una crin que parece follaje de encaje. Éste relincha de manera rara y entusiasta. Él tira dos tallos más, y momentos después tres ponis de hierba cana resoplan el aire y huelen el suelo. Parecen como pequeños caballitos de mar y nos conducirán por tierra y cielo de acuerdo con las órdenes de Ten, manteniendo su apariencia durante horas antes de colapsar y transformarse de vuelta en hierbas.