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Perturbadoramente, es incluso más fácil conseguir entrar al Palacio de Elfhame en mi atuendo de sirviente de lo que fue entrar en la finca de Taeil. Todos, desde los duendes hasta la Aristocracia hasta el mortal Poeta de la Corte y Senescal del Rey Supremo, apenas me lanzan una mirada fugaz mientras me abro paso torpemente por los pasillos laberínticos. No soy nada, nadie, un mensajero no más digno de atención que una persona animada o un búho. Mi expresión complacida y plácida, combinada con mi avance impulsivo, me lleva hasta los aposentos del príncipe SiCheng prácticamente sin que me miren dos veces, aunque pierdo el camino dos veces y tengo que retroceder sobre mis pasos.

Golpeteo en su puerta y me siento aliviado cuando el príncipe en persona la abre.

Eleva ambas cejas, contemplando la visión de mí en la ropa casera. Hago una reverencia formal, como podría hacerlo cualquier sirviente. No altero mi expresión, por miedo a que no esté solo.

—¿Sí? —pregunta.

—Estoy aquí con un mensaje para usted, Su Alteza —digo, esperando que suene correcto— Le ruego un momento de su tiempo.

—Te sale natural —me dice, sonriendo— Entra.

Es un alivio relajar la cara. Dejo caer la sonrisa sonsa y lo sigo a su saloncito.

Amueblado en elaborados terciopelos, sedas y brocados, es un derroche de escarlata, azules y verdes oscuros, todo rico y oscuro, como fruta sobre madurada. Los patrones del material son de la clase de cosas que he llegado a acostumbrarme: intrincadas trenzas de zarzas, hojas que también podrían ser arañas cuando las miras desde otro ángulo y una representación de una cacería donde no está claro cuál de las criaturas está cazando a la otra.

Suspiro y me siento en la silla que me está señalando, rebuscando en mi bolsillo.

—Tome —digo, sacando la nota doblada y alisándola contra la parte superior de una preciosa mesita con piernas talladas como patas de pájaro—Él entró mientras yo lo estaba copiando, así que es un desastre—Había dejado el libro robado con el sapo; lo último que deseo es que el príncipe SiCheng sepa que tomé algo para mí.

SiCheng fuerza los ojos para ver las formas de las letras más allá de mis manchones.

—¿Y no te vio?

—Estaba distraído —digo honestamente— Me oculté.

Asiente y suena una campanita, probablemente para convocar a un sirviente. Me alegraría con cualquiera que no esté subyugado.

—Bien. ¿Y lo disfrutaste?

No estoy seguro qué pensar de esa pregunta. Estuve bastante asustado todo el tiempo (¿cómo es eso agradable?) Pero cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta que lo disfruté más o menos. La mayoría de mi vida es anticipación temerosa, una espera a que el otro zapato caiga: en casa, en clases, con la Corte. Temer a ser descubierto espiando fue una sensación completamente nueva, una donde sentí, al menos, como si supiera exactamente a qué temerle. Sabía lo que se requeriría para ganar. Escabullirme por la casa de Taeil había sido menos atemorizante que algunas fiestas.

Al menos hasta que había presenciado a Yoon Oh siendo golpeado. Entonces había sentido algo que no deseo examinar con demasiado detenimiento.

—Me gustó hacer un buen trabajo —digo, encontrando finalmente una respuesta honesta.

Eso hace que SiCheng asienta. Está a punto de decirme algo más cuando otra hada entra a la habitación. Un duende varón, con cicatrices, su piel del color verde de los estanques. Su nariz es larga y se retuerce un giro completo, antes de doblarse de vuelta a su cara como una guadaña. Su cabello es una mata negra en la coronilla de su cabeza. Sus ojos son inescrutables. Parpadea varias veces, como intentando enfocarse en mí.

🦋 JaeYongDonde viven las historias. Descúbrelo ahora