No sientas nada

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«En la tristeza profunda no hay lugar para el sentimentalismo»

WILLIAM S. BURROUGHS

Para la mayoría la muerte es algo en lo que se evita pensar, porque así es más llevadera la vida

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Para la mayoría la muerte es algo en lo que se evita pensar, porque así es más llevadera la vida. Pero para los pronosticados, los enfermos, los que sufren, ellos tienen a la muerte a su lado, unos la desean, otros luchan para alargar su vida, pero la muerte está respirándoles en la nuca. Así mismo para los que arriesgan su vida a diario; tanto héroes como villanos.

Una regla no escrita de la mafia Orlov era no encariñarse con nadie, menos aun con los sirvientes, escoltas, guardas, empleados que no tenían la sangre de la familia. Porque ellos eran reemplazables, en una batalla estaban en la primera línea porque ese era su deber: morir por los que sí importaban; estaban adiestrados para ser máquinas asesinas siguiendo órdenes sin cuestionamientos.

Ethan Orlov lo sabía, luego de casi un año siendo parte de la mafia, ya había visto morir a muchos de su bando y también en los bandos enemigos, él mismo había mandado al otro mundo a varios. «No sientas nada, no sientas nada por nadie.», era el consejo de los que tenían experiencia en ver la sangre correr y los sesos de los desafortunados esparcirse en las paredes después de un balazo.

Ethan Orlov lo sabía, sabía que no debía encariñarse con nadie.

Pero el que luchaba por su vida no era uno más de los pobres esbirros que habían luchado a su lado en un operativo que había sido todo un fracaso. No. El que estaba a punto de perder la vida sobre una mesa de operaciones era su fiel empleado, el más cercano, era su amigo, consejero, protector y confidente. Sergei, hijo de Kenny, quien había crecido con la convicción de morir por los Orlov, así como tantos otros niños reclutados por la mafia, había sido herido con dos disparos en el pecho que estaban destinados para otra persona.

La misión había fracasado en su totalidad, no por falta de preparación, no por un error previo. Todo se había hecho adecuadamente, las condiciones eran perfectas para atacar aquella instalación ilícita en una pequeña ciudad de Birmania, donde se producían drogas sintéticas y se distribuían a las naciones. Lugar que había estado ganando poder para las pequeñas mafias enemigas, lo que no les agradaba a los Orlov. Destruirlos parecía fácil, los enemigos eran pocos y su seguridad era deficiente, una misión perfecta para ser la primera del heredero Orlov en solitario y al mando.

La misión había fracasado, no por haber omitido un detalle, no por ser más débiles que los adversos. Habían fallado porque su líder había perdido la cabeza.

Ethan Orlov no sentía nada al matar, lo había descubierto la primera vez que lo había hecho. No sentía miedo o culpa, no sentía nada. Eso era lo que deseaba, inhibir sus emociones. La adrenalina le quitaba todo dolor y sufrimiento, ver sangre calmaba a esas voces que lo atormentaban. No sentía placer tampoco, solo no sentía nada. Se convertía en una máquina.

«No sientas nada, no sientas nada por nadie.»

Solo debían ingresar en silencio, con sigilo y prudencia, evitar conflictos hasta estar dentro de la fábrica, una vez ahí debían colocar la bomba en un almacén para destruir la mercancía de semanas de trabajo. Eso crearía la distracción perfecta para que Ethan Orlov, acompañado de Yarine y Sergei, acabara con el jefe del lugar que se encontraba haciendo una visita de inspección. Pero aquello no sucedió, más de un mes de investigaciones se fue a la basura cuando Ethan no se apegó al plan, a su propio plan.

Querido SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora