Capítulo 4

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Sus labios permanecían a poca distancia, inclusive sus narices rozaban, trataban de conservar el ritmo cardíaco, una tarea difícil dado la circunstancias. Leopoldo sostuvo el impulso impropio de consumar una imprudencia.

Fue la llegada de una de las docentes del centro lo que los hizo abandonar la distracción.

-Perdón que entre así de esta manera tan inconveniente, señora directora, pero era de carácter activo comunicarle que una de sus estudiantes sufrió un desmayo y se encuentra en estos momentos en la enfermería.

Antes que pudiera insinuar algo más, Victoria preguntó.

-¿Y de que estudiante habla?

La docente mudó su mirada hasta Leopoldo el cual, de una forma intranquila, apretaba y relajaba los puños al margen de sus caderas. En cambio recibió un suspiro de agobio.

-La señorita, Ana Fernández.

Después de antedicha respuesta no se supo delimitar bien si, lo que salió por la puerta de aquel salón fue un hombre con urgencia, o un Guepardo en plena cacería.

Victoria no encontraba qué hacer o qué decir. Tomó un walkie-talkie de encima del escritorio por si necesitaban localizarla de otro sector del centro y se dirigió a la enfermería. Abrió la puerta sin cerraduras y vio al profesor Leopoldo sentado al costado de la camilla donde era atendida la estudiante Fernández.

La agarraba de una mano mientras la joven, a duras penas, se tomaba un jugo de manzana.

Victoria se acercó personalmente a la enfermera e indagó sobre lo acaecido recientemente con la estudiante Fernández. La matrona le explicó que la joven había mostrado un cuadro de hipoglucemia durante la clase de entrenamiento deportivo. Pero que por fortuna ya se hallaba mejor.

Sin más que hablar o reprochar, Victoria se acercó a Ana por el ala izquierda de la camilla.

-¿Cómo te sientes?

-Mejor – respondió en un hilo de voz. Aún se podía advertir debilidad en sus facciones – No se preocupe, señora directora, en cuanto la enfermera de el permiso, me incorporaré al resto de las clases.

Victoria sonrió.

-No es necesario. Si deseas puedes tomarte este día. No se te evaluará como una ausencia.

En cambio recibió un cálido silencio.

La niña miró a su padre en espera de alguna solución. Éste que hasta el momento no había mencionado palabra, lanzó la puntilla final.

-No será necesario. Si la estudiante Fernández ya se siente mejor, podrá regresar al salón sin ningún impedimento.

Entonces la peli negra asintió.

-Muy bien... cómo deseen.

Él elevó la comisura de los labios, en un amago de sonrisa de gratitud antes de dar un beso en el dorso de la mano a su hija y sugerirle que se terminara de beber el jugo en razón de que debía aumentar el nivel de azúcar en la sangre.

Victoria quedó sorprendida con la chispa de éxtasis que la asaltó. Quedó encantada ante su rol de padre esforzado y dedicado. No pudo evitar pensar que si Enrique fuese la mitad de empeñado que Leopoldo, tal vez las cosas en su vida matrimonial hubiesen sido más accesibles. Y sencillas.

En poco tiempo se sorprendió a sí misma estableciendo comparación entre ambos hombres. Enrique era guapo, aplicado y laborioso, a su manera romántico. En cambio Leopoldo... de Leopoldo no conocía mucho más de lo que el profesor le permitía saber. Honorable, capaz, además de hacerse de un vozarrón envidiable y siempre oler exquisito. Y ahora dominaba algo más; era un extraordinario padre.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora