Capítulo 12

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Quítame el recuerdo que me dejó
Quítame el vestido, destrózalo
Báiame del cielo donde me llevó
Bájame y de nuevo súbeme hasta el sol...




Martes en la noche...

En el momento que Leopoldo regresó a la mesa no encontró a Elsa. Bajo una copa de vino a la mitad encontró una nota escrita con lápiz labial rojo que decía: "Espero que pienses en lo que hablamos"

Miró a todos lados y no la vio. Su corazón latió apenado. En ese momento se sintió el peor de los hombres y el menos caballeroso.

Corroboró una vez más, quizás había visto mal, pero no, definitivamente Elsa se había marchado de aquel lugar sin previo aviso. Solo había dejado una nota para recordarle lo descortés que había sido al dejarla sentada sola a la mesa.

Sonrió cuando a lo lejos avizoró a Victoria. ¿Cómo no la había visto antes? Estaban a pocas mesas de distancia. Ella le daba la espalda y amó la forma en que su pelo negro le besaba la espalda cubierta por una chaqueta oscura. Otra vez lo asaltó esa sensación de querer enredar sus dedos en él. Se miraba tan natural y sedoso, que era como acariciar una nube.

La escuchó reír...

Fue una risa franca.

Indagador hincó su mirada allí. De pronto había sentido la necesidad de conocer el factor que le había robado tan eufórica carcajada.

Últimamente se descubría egoísta con todo aquel que la hiciera reír. Su vena resentida dejó de vibrar cuando sorprendió a Camila haciéndole gestos desvergonzados a uno de los mozos mientras éste no miraba. Estaba de espalda tomando el pedido de la mesa adyacente.

Él también tuvo que echarse a reír.

Se puso serio cuando sin pesar sus miradas conectaron. Leopoldo saludó a Camila con la cabeza. Ella le devolvió el gesto con discreción. Miró a su amiga que abismada hablaba de algo con su hermana Fernanda y para cuando devolvió la vista a donde minutos antes había advertido a Leopoldo, ya no lo halló.

Arrugó el entrecejo y bebió el último sorbo de vino que quedaba en su copa.

Durante ese tiempo Leopoldo había salido a las afueras del restaurante en busca de Elsa. La temperatura había descendido considerablemente. Hacía un frío desmesurado y el cielo estaba plagado de estrellas; parecían quinientos millones de cascabeles.

Dándose por vencido se recostó en un muro de ladrillos rojos, cruzando manos y piernas.

Exhaló provocando que de su boca se esfumara un humillo blanco. Frotó su brazos por encima de su saco pretendiendo calentarse.

-Se marchó – le escuchó decir a una voz.

Cuando alzó su mirada la vio. Ella lo saludó con su blanca sonrisa. Era Camila. Era una mujer bastante delgada y destacaba por su belleza. Tenía un pelo entre rojo y naranja como una hoja en otoño, corto, siempre lo llevaba en rizos y bien peinado. Sus ojos eran grandes y de color verde, muy hermosos y brillantes. Su aspecto era todo alegría y vida.

-Hola Camila – la miró con una pregunta en sus ojos. Ella sonrió y se recostó a su lado. Adoptó su misma posición. Ambos con la mirada perdida en el vaivén de la carretera. Las luces de los autos fragmentaban la opacidad propia del anochecer.

-Sí, Camila – sonrió y chocó su hombro con el de Leopoldo en actitud juguetona – Tiene buena memoria, profesor.

Leopoldo soltó una risotada y Camila miró la punta de su tacón de aguja antes de confirmar lo que ya él sabía.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora