La unión ll

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La habitación estaba en silencio, excepto por sus respiraciones pesadas. Victoria había apagado la luz superior a favor del brillo más suave de la lámpara de noche. Ambos estaban conscientes de los años que tenían, ya no eran dos adolescentes, y cada uno trató de ocultar sus imperfecciones. La luz baja se sentía más segura. Aún les faltaba elaborar todo un camino de confianza.

Victoria y Leopoldo estaban al pie de la cama, cara a cara, en el espacio personal del otro. Habían acordado tomar las cosas tan lentamente como fuera necesario, pero el fuego recorrió sus venas, instándolos a pasar de sus nervios.

El beso por parte de Leo fue suave, con la mano apoyada en su mejilla. El de ella vino a descansar sobre su pecho, y él podía sentir el calor de su tacto a través de su camisa y camiseta. Había añorado su toque desde la noche que compartieron la intimidad.

-¿Puedo? – los dedos de Victoria se detuvieron en su botón superior, él asintió en aprobación.

Ella hizo un trabajo corto con sus botones, sus labios sobre los suyos de nuevo mientras sentía que la tela se abría. Hizo salir un suave ruido de molestia cuando sus manos aterrizaron sobre su pecho, solo para sentir el suave algodón de una camiseta.

-¿Por qué los hombres usan tanta ropa? – Leopoldo se rió sin aliento de la cariñosa frustración en su tono.

-¿Qué puedo decir?

Ella gruñó, empujando la tela de sus hombros. Él solo podía reírse mientras la observa arreglárselas para enredar sus brazos en la camisa, ralentizando la actividad.

-Sé que dijimos que nos moveríamos despacio, pero...

-Leopoldo – el fuego en sus ojos le entumeció la lengua y le hizo secar la boca. Rápidamente lo liberó, la camisa cayó al suelo detrás de él.

Para su sorpresa, Victoria se tomó su tiempo subiendo las manos por sus antebrazos desnudos, agarrando las mangas de la camiseta. Pasó un dedo lentamente por su muñeca y el brazo interno. Le hizo cosquillas y lo volvió loco.

-Te miras muy bien usando mangas cortas.

-¿De verdad?

-Nunca subestimes el poder de un buen antebrazo, Leopoldo – ella le levantó la mano para presionar un beso contra su muñeca interior. Sin duda, podía sentir su pulso latiendo.

Por un momento, Leopoldo se sintió abrumado por lo que estaba viendo. No podía creer que todo esto estuviera sucediendo después de un año de dolor y anhelo. Ahora Victoria estaba ahí, presionando besos ligeros como plumas contra su piel y dejándolo hecho un completo lío tembloroso.

Entonces sus dedos estaban en el dobladillo de su camiseta, su mirada se cerró en la suya. Ella no hizo su pregunta, pero él sabía que le estaba pidiendo permiso. Levantó los brazos.

Leopoldo frunció el ceño, atreviéndose a abrir un ojo. Victoria lo estaba mirando con una cálida sonrisa en los labios.

Dos manos calientes presionaron contra su pecho desnudo y jadeó. Su toque era como la electricidad, sacudiendo a través de su sistema. Sus ojos se cerraron de nuevo por puro placer.

Ella lo exploró lentamente: sus cálidas manos viajando a través de sus costillas, por sus lados y a través de su estómago. Los músculos se contrajeron debajo de su tacto, y él jadeó de nuevo. Un dedo malvado rastreaba a lo largo de su cintura.

-Victoria – tragó con fuerza, agarrándole suavemente la muñeca.

Usando su agarre en su brazo, Leopoldo la tiró de su pecho para darle un beso abrasador. Estaba desordenado pero perfecto, y ambos se quedaron sin aliento cuando se separaron. Suavemente, soltó su muñeca, dándose cuenta de que la había estado sosteniendo más fuerte de lo que pretendía.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora