Capítulo 13

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-Victoria... – estiró sus manos y con sus dedos índices comenzó a rasgar el cuello de su gabardina de cuero negro – Hay algo que debes saber...

Victoria permaneció en silencio, pensando en un millón de posibilidades, no tenía ni la mínima idea de aquello que según su tía debía saber, mientras el tiempo pasaba sin que ninguna de las dos hablara ni una sola palabra.

-Habla. Me estás asustando. – Victoria la miró tan pálida como la misma muerte. Se temió lo peor cuando los ojos de su tía se posaron sobre ella.

-Es sobre tu hija...

Victoria se quedó sin respiración y temblando como lo hacen los niños. En medio de la ofuscación, percibió los pasos atropellados de alguien que se acercaba. La puerta fue abierta de repente, la voz murmurante apenas tartamudeó un "perdón" y le pidió a la hermana María que la acompañara, que era urgente.

-Lo siento, Victoria, debo ir. Hablaremos otro día – dijo con las pulsaciones a mil y los sentimientos hechos un lío.

-¡No! – gritó, sujetando a su tía del brazo, sumida en un llanto desconsolado.

Sin realmente querer hacerlo, María salió con delicadeza del agarre de su sobrina.

Trató de normalizar su respiración.

La tomó por los hombros, la besó con ternura y pegó su frente a la de ella.

-Te prometo que hablaremos otro día. Ahora intenta estar tranquila, ¿sí?

Se dio la vuelta y, en compañía de la otra hermana, se retiró con pasos rápidos.

¿Qué había ocurrido allí?

Victoria contuvo el llanto, pero no pudo dominar la punzada de dolor de su corazón.


Esa mañana se despertó cuando apenas un hilo de claridad metálica arañaba para intentar penetrar por el balcón de ese aislado dormitorio donde estuvo albergada durante nueve meses, la luz del crepúsculo mañanero le lamió el rostro y haciendo un esfuerzo se refregó con sus manos, hechas puños, para intentar despegar los párpados, que como cortinas tenían cerrados, a cal y canto, sus ojos.

Se sentía rara y cansada, poco a poco se debilitó hasta sucumbir nuevamente a la inconsciencia. Para cuando volvió a abrir los ojos, unas personas desconocidas vestidas de blanco le tomaban muestras de sangre. Les preguntó que le había pasado y no le quisieron responder.

Horas después y sin preparación sus recuerdos conectaron con su corazón. Sintió un hueco en su interior, como si de pronto le faltara algo. A su corazón le fallaban las fuerzas para seguir, y ya no tenía a ese otro pequeño corazón que cada día le prestaba sus latidos para lograr sobrevivir a aquel infierno.

-¿Y mi hija? ¿Dónde está mi hija?

Durante los meses que siguieron, sólo pensó en ella, en la posibilidad de volver a verla en otra vida...

Poco tiempo después salió del lugar corriendo tan rápido como pudo, ocultándose el rostro con la palma de las manos. Había dejado de llorar, probablemente porque el frío la había aturdido. Pero no se detuvo. No lo haría hasta alejarse de todo y de todos.

Su cuerpo chocó contra una pared humana y trastabilló. Una fuertes manos la sujetaron para impedir que se cayera. Alzó la vista y se encontró con aquellos profundos ojos verdes que la estremecían.

-Leopoldo...

-¿Estás bien? – la observó de arriba a abajo seguidamente a deshacerse del abrazo – Estás llorando.

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora