Capítulo 6

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Esa mañana de lunes era fresca. El cielo gris y húmedo amenazaba con llover. El entorno en sí rendía una sensación tajante a melancolía.

Leopoldo se encargaba de alistar el salón de clase para su primigenia lección del día.

Con una tiza de color se dispuso a manuscribir los datos más importantes en el tablero: La fecha actual, el año y el asunto a abordar durante esa jornada.

Súbitamente se quedó analizando la fecha.

Exhaló.

Un frío afilado le atravesó el pecho. No pudo evitar peregrinar por sus recuerdos de un amanecer como ese, pero de un año atrás.

-¿No piensas decirme nada, Leopoldo? – preguntó la mujer con tensa suavidad.

El eludido suspiró, volteando a verla.

-¿Y qué se supone que deba decirte?  – sin querer comenzaba a alterarse. Eran la ansiedad, que abogaba por él – ¿Desde cuando lo sabías? ¿Y por qué no me lo habías dicho?

-Lo sospechaba desde hacía ya un tiempo – Inés abandonó la cama donde hasta el momento estuvo sentada, se puso en pie y espetó haciéndole de frente al hombre –: Y si no había dicho nada era porque a veces es mejor callar durante la tormenta y hablar cuando llegue la calma...

Hubo un rígido silencio.

Leopoldo se cepilló el cabello con la yema de sus dedos. A puño cerrado golpeó la mesa haciendo gala de su frustración.

No estaba dispuesto a aceptar una como esa tan fácilmente.

-¿Cáncer? – levantó ambas manos y retrocedió, asustado. Rabioso, con la voz contenida, preguntó –: ¿Me estás diciendo que una maldita enfermedad está borrando tu vida de la historia, así cómo un bebé mama del pecho de su madre?

La sensación que se le quedó a Inés después de las palabras de su marido era como si le hubiese quitado el ropaje del valor sin siquiera pedirle permiso. Mientras se calmaba, intentó recuperar el aliento, como si hiciera autoestop en el aire que respiraba para poder viajar por aquellas zonas de su mente que jamás había recorrido.

-No lo sé. Nunca lo había pensado así – respondió con franqueza.

Y el hombre insistió:

-¿Por qué no me habías comentado de esto antes? ¡Maldita sea! En lo bueno y en lo malo ¿Recuerdas? – evocó los votos matrimoniales.

Sus palabras provocaron el burbujeo de millones de neuronas de la mujer. No podía reaccionar. Estaba físicamente paralizada, aunque pensativa.

-Dios siempre tiene el control. Y no siempre se calla para guardar silencio; – hizo una pausa. La voz se le quebró como una nuez que pones en remojo en un bol con agua tibia y sal – se calla para conservar la paz. A veces estar en paz, es mejor que cualquier otra cosa.

Leopoldo cambió la expresión. Su semblante empalideció, su mirada la atravesó y, con un rictus entristecido en la boca, contestó con una interrogante:

-¿Y Ana?

Inés se acercó a él y le colocó las manos en el pecho:

-Ana te tiene a ti...

El hombre cerró los puños y los apretó, rabioso, rabioso de reconocer que a veces la vida duele. Que cansa y hiere.

Entonces se alejó de ella.

Inés lo siguió y se apresuró a dejar salir más palabras.

-Ana te tiene a ti...– exhaló y dejó caer una lágrima – y no te puedes dejar vencer porque ella te necesita fuerte – habló en un murmullo. Encontró las fuerzas y lanzó la puntilla final – El médico no me da más de seis meses...

El vendedor de sueños Donde viven las historias. Descúbrelo ahora